En un primer momento un otaku puede pasar desapercibido entre sus congéneres no otakus, más que nada debido a que en japón todos los jóvenes llevan uniforme y el mismo corte de pelo, por lo que parecen clones. Pero para el ojo experto en seguida son evidentes ciertos rasgos inconfundibles.
Pasemos a enumerar rasgos característicos de estos extraños seres. Ante todo, lo primero que distingue a un otaku son sus gafas. Suelen ser baratas, de pasta gruesa de mala calidad, dado que son un objeto que tiende a atraer a los puños de los malotes de sus institutos, y claro, no van a andar gastándose miles de yenes en unas Ray-ban que les van a durar cinco horas. Los otakus que no pueden costearse la reparación regular de sus gafas suelen echar mano de la cinta adhesiva.
Un otaku jamás ha tenido novia conocida. Pero contrariamente a la creencia popular, no es porque las chicas no le hagan caso: Un otaku no perderá el tiempo en intentar ligar con mujeres de carne y hueso, que están muy por debajo de sus soñadas heroínas de manga.
El otaku pasa bastante tiempo en las nubes, soñando que es el único hombre de un mundo lleno de las mujeres perfectas – y hambrientas de sexo – de los mangas que lee. Sin embargo, no es raro ver cómo desprecia a cualquier tío al que se le ocurra babear por alguna mujer de ficción que no salga en un manga. Lo otakus están totalmente seguros de que tener la habitación – y las carpetas, libros, armarios, fondo de pantalla del ordenador... y todo lo que sea susceptible de colocar una foto encima – forrada de imágenes en todos los ángulos posibles de Naru Narusegawa es perfectamente normal, pero que tener un póster de Lara Croft en la pared es de degenerados.
Los otakus suelen ser de clase acomodada, tanto por la ingente cantidad de manga y anime que compran – aunque la piratería ha hecho que cada vez más especimenes de clase obrera puedan volverse otakus – como por la cantidad fija de dinero que tienen que desviar todos los días a la compra de la comida y merienda de los matones de su instituto.
También suelen tener la espalda ancha y las piernas largas, debido a las mochilas repletas de mangas, revistas y dvds – y ahora cada vez más también el portátil – que cargan en todo momento, y las tremendas carreras que tienen que pegarse cada vez que se cruzan por la calle con algún macarrilla.
Un otaku, salvo durante las clases, nunca será visto solo. Deben tener una especie de radar para detectarse unos a otros, porque sus grupetes – nunca demasiado numerosos – se componen de gente de prefecturas tan distantes como Sapporo y Kobe. No se sabe cómo llegan a conocerse viviendo a tamaña distancia unos de otros, si bien se especula que tienen la capacidad de emitir ondas de baja frecuencia que solo ellos detectan, que usan como método de reconocimiento y comunicación, y que algunos afirman haber heredado de su antecesor Tetsuo. Otros también afirman que esas mismas ondas son las que atraen los puños de la gente hacia sus gafas.
No suele haber muchas chicas otakus, y cuando uno se las encuentra – cosa muy rara – se da cuenta que sobre ellas es totalmente imposible hacer ninguna generalización, por lo que nos las saltaremos en este estudio. Solo decir que, inevitablemente, una otaku terminará volviéndose gothic lolita, comprándose un cuaderno de tapas negras en el que escribirá uno tras otro los nombres de la gente que odia y cómo desea que mueran, y al ver que ninguno de ellos la palma, acabará suicidándose ella (este parece ser el motivo por el que las otakus son tan escasas).
Los otakus son muy creativos. Todos ellos tienen alguna afición artística. No hay más que echar un ojo a la carpeta que se encuentra siempre en sus mochilas, en la que guardan sus creaciones. Uno la encuentra siempre llena de pornografía casera de él con diferentes heroínas de anime. También cantan bastante, normalmente los openings y endings de sus series favoritas.
Para acabar, solo aclarar que los otakus son unos seres inofensivos en grado sumo, pacíficos y sin ninguna pretensión característicamente friki como puede ser el ansia de dominar el mundo o la obsesión por aparatos eléctricos altamente inestables. Así que si usted se encuentra a un grupo de ellos por la calle, y les oye cantar a coro lo que parece ser un himno de invocación satánica, no se asuste ni corra a llamar a la policía, porque no corre ningún peligro.
Y si aún así le sigue preocupando que estén intentando invocar algún monstruo, le tranquilizaré diciendo que en cuanto Death Note se pase de moda, cesarán los cantos satánicos. Lo que no le garantizo es que el opening de la serie que se ponga de moda después le haga sentir más seguro...
Pasemos a enumerar rasgos característicos de estos extraños seres. Ante todo, lo primero que distingue a un otaku son sus gafas. Suelen ser baratas, de pasta gruesa de mala calidad, dado que son un objeto que tiende a atraer a los puños de los malotes de sus institutos, y claro, no van a andar gastándose miles de yenes en unas Ray-ban que les van a durar cinco horas. Los otakus que no pueden costearse la reparación regular de sus gafas suelen echar mano de la cinta adhesiva.
Un otaku jamás ha tenido novia conocida. Pero contrariamente a la creencia popular, no es porque las chicas no le hagan caso: Un otaku no perderá el tiempo en intentar ligar con mujeres de carne y hueso, que están muy por debajo de sus soñadas heroínas de manga.
El otaku pasa bastante tiempo en las nubes, soñando que es el único hombre de un mundo lleno de las mujeres perfectas – y hambrientas de sexo – de los mangas que lee. Sin embargo, no es raro ver cómo desprecia a cualquier tío al que se le ocurra babear por alguna mujer de ficción que no salga en un manga. Lo otakus están totalmente seguros de que tener la habitación – y las carpetas, libros, armarios, fondo de pantalla del ordenador... y todo lo que sea susceptible de colocar una foto encima – forrada de imágenes en todos los ángulos posibles de Naru Narusegawa es perfectamente normal, pero que tener un póster de Lara Croft en la pared es de degenerados.
Los otakus suelen ser de clase acomodada, tanto por la ingente cantidad de manga y anime que compran – aunque la piratería ha hecho que cada vez más especimenes de clase obrera puedan volverse otakus – como por la cantidad fija de dinero que tienen que desviar todos los días a la compra de la comida y merienda de los matones de su instituto.
También suelen tener la espalda ancha y las piernas largas, debido a las mochilas repletas de mangas, revistas y dvds – y ahora cada vez más también el portátil – que cargan en todo momento, y las tremendas carreras que tienen que pegarse cada vez que se cruzan por la calle con algún macarrilla.
Un otaku, salvo durante las clases, nunca será visto solo. Deben tener una especie de radar para detectarse unos a otros, porque sus grupetes – nunca demasiado numerosos – se componen de gente de prefecturas tan distantes como Sapporo y Kobe. No se sabe cómo llegan a conocerse viviendo a tamaña distancia unos de otros, si bien se especula que tienen la capacidad de emitir ondas de baja frecuencia que solo ellos detectan, que usan como método de reconocimiento y comunicación, y que algunos afirman haber heredado de su antecesor Tetsuo. Otros también afirman que esas mismas ondas son las que atraen los puños de la gente hacia sus gafas.
No suele haber muchas chicas otakus, y cuando uno se las encuentra – cosa muy rara – se da cuenta que sobre ellas es totalmente imposible hacer ninguna generalización, por lo que nos las saltaremos en este estudio. Solo decir que, inevitablemente, una otaku terminará volviéndose gothic lolita, comprándose un cuaderno de tapas negras en el que escribirá uno tras otro los nombres de la gente que odia y cómo desea que mueran, y al ver que ninguno de ellos la palma, acabará suicidándose ella (este parece ser el motivo por el que las otakus son tan escasas).
Los otakus son muy creativos. Todos ellos tienen alguna afición artística. No hay más que echar un ojo a la carpeta que se encuentra siempre en sus mochilas, en la que guardan sus creaciones. Uno la encuentra siempre llena de pornografía casera de él con diferentes heroínas de anime. También cantan bastante, normalmente los openings y endings de sus series favoritas.
Para acabar, solo aclarar que los otakus son unos seres inofensivos en grado sumo, pacíficos y sin ninguna pretensión característicamente friki como puede ser el ansia de dominar el mundo o la obsesión por aparatos eléctricos altamente inestables. Así que si usted se encuentra a un grupo de ellos por la calle, y les oye cantar a coro lo que parece ser un himno de invocación satánica, no se asuste ni corra a llamar a la policía, porque no corre ningún peligro.
Y si aún así le sigue preocupando que estén intentando invocar algún monstruo, le tranquilizaré diciendo que en cuanto Death Note se pase de moda, cesarán los cantos satánicos. Lo que no le garantizo es que el opening de la serie que se ponga de moda después le haga sentir más seguro...
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