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Giros radicales

Una vez, en el instituto, un compañero de clase al que le había dejado la novia se tiñó el pelo de rubio. O más bien se lo decoloró hasta dejarse el cabello del color de los limones pasados, pero eso son detalles sin importancia. El caso es que lo hizo porque "quería cambiar radicalmente su vida". No me pareció que desgraciarse el pelo fuera un modo muy inteligente de cambiar de estilo de vida, pero a los diez y seis años tampoco se nos puede pedir mucho a los seres humanos.

A base de ver repetido este comportamiento en varias personas a lo largo de los años, es decir, cortarse o teñirse el pelo cuando se quiere dar un giro radical a la vida de uno, me he empezado a preguntar si realmente el estilo de peinado puede significar un cambio para alguien. Porque está muy bien que la gente pida hora en la peluquería, y cuando cuelgue afirme a los cuatro vientos, con una sonrisa en los labios, "Hoy es el primer día del resto de vida". Pero aparte de eso, ¿hacen algo más por cambiar?.
En la mayoría de los casos, la respuesta es negativa.
Con sus nuevos y flamantes peinados, seguirán yendo al mismo trabajo, tratando a la misma gente, manteniendo la misma rutina. Sí, puede que se apunten al gimnasio, pero sus vidas, aparte de porque tendrán que levantarse una hora antes los días que toque aerobic, no variarán en lo más mínimo. Eso sí, seguirán haciendo lo mismo mientras afirman rotundamente que sus vidas han cambiado. Y presumiendo de peinado nuevo, por supuesto.

Seamos realistas. Si alguien le quiere dar un giro radical a su vida, ello requiere un esfuerzo mayor que el de pedir hora en el salón de belleza, o empezar a pagar cuotas de gimnasio que seguramente no se vayan a amortizar. Cambiar no es fácil. Una vez identificados los motivos por los que se quiere dar ese giro radical a la existencia, lo suyo sería centrarse en que estos motivos desaparecieran, no en cambiar de peinado o de talla de pantalón. Y ahí entra la parte difícil, porque en muchos de los casos, cambiar implica dejar la comodidad de nuestra rutina, entrar en un terreno mucho menos seguro y confortable para nosotros, del que lo desconocemos todo. Y eso da miedo, de acuerdo. Es lo que tiene el cambio. Si uno no se atreve a dar el paso, si prefiere seguir siendo infeliz en su comodidad, es bastante comprensible. Pero si realmente quiere cambiar, no saber si realmente el cambio será para mejor es el precio que hay que pagar por tener el valor de hacerlo.

La próxima vez que oigáis a alguien que luce peinado nuevo afirmar que ha cambiado de vida, preguntadle qué ha hecho al respecto... aparte de ir a la peluquería, se entiende. El poder de negación del ser humano hará que os conteste con una sonrisa en los labios, satisfecho de su determinación, una sarta de estupideces que bien analizadas se resumirán en "no he hecho nada, ¿pero has visto que bien me quedan estas mechas caoba?"

Si alguien realmente quiere dar un giro radical a su vida, no cambia de color de pelo o de peinado. Se busca otro trabajo, acaba los estudios, deja a su pareja, se atreve a dar el paso con esa persona, o se va de casa. Eso son cambios.

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