En mi barrio vive un pájaro daltónico.
Suponte que vuelves de una noche de marcha, con más copas de las debidas en el cuerpo, y después de salir del metro, mientras caminas en dirección a tu casa, oyes cantar a un pájaro. Pero le oyes cantar con fuerza, como si acabara de salir el sol y lo estuviera recibiendo. Miras a tu alrededor, confundido, pero las únicas luces que ves son las de las farolas. Consultas tu reloj, convencido de que por muy borracho que estés, no pueden ser más de las tres de la mañana. Y tu reloj te da la razón. Pero el señor pájaro sigue cantando.
Al día siguiente, por supuesto, no te acuerdas del episodio del pájaro, entre otras cosas porque el alcohol se ocupó de borrarte la mayoría de los recuerdos de las últimas doce horas.
Pero la semana siguiente vuelves a oirlo mientras vuelves a tu casa de noche. Recuerdas que aquello ya lo has vivido, que ya has oido cantar a ese pájaro a esas horas. Y empieza a llamarte la atención.
Y de nuevo lo escuchas a la semana siguiente, y a la otra. Y por si esto no fuera poco, una noche que te acuestas tarde terminando una práctica de la facultad, mientras te estás metiendo en la cama, oyes de nuevo su canto. Y el puñetero pájaro pía con una potencia tal, que de nuevo miras confundido el reloj.
Pues eso es lo que me lleva pasando a mí durante unos cuantos años... Por eso le llamo pájaro daltónico: Porque no sabe distinguir la noche del día.
Y saber que un pájaro tan raro pulula por mi barrio, en cierto modo es un alivio. Porque sabiendo que hay seres vivos tan raros como yo, ya no me siento tan sola.
Suponte que vuelves de una noche de marcha, con más copas de las debidas en el cuerpo, y después de salir del metro, mientras caminas en dirección a tu casa, oyes cantar a un pájaro. Pero le oyes cantar con fuerza, como si acabara de salir el sol y lo estuviera recibiendo. Miras a tu alrededor, confundido, pero las únicas luces que ves son las de las farolas. Consultas tu reloj, convencido de que por muy borracho que estés, no pueden ser más de las tres de la mañana. Y tu reloj te da la razón. Pero el señor pájaro sigue cantando.
Al día siguiente, por supuesto, no te acuerdas del episodio del pájaro, entre otras cosas porque el alcohol se ocupó de borrarte la mayoría de los recuerdos de las últimas doce horas.
Pero la semana siguiente vuelves a oirlo mientras vuelves a tu casa de noche. Recuerdas que aquello ya lo has vivido, que ya has oido cantar a ese pájaro a esas horas. Y empieza a llamarte la atención.
Y de nuevo lo escuchas a la semana siguiente, y a la otra. Y por si esto no fuera poco, una noche que te acuestas tarde terminando una práctica de la facultad, mientras te estás metiendo en la cama, oyes de nuevo su canto. Y el puñetero pájaro pía con una potencia tal, que de nuevo miras confundido el reloj.
Pues eso es lo que me lleva pasando a mí durante unos cuantos años... Por eso le llamo pájaro daltónico: Porque no sabe distinguir la noche del día.
Y saber que un pájaro tan raro pulula por mi barrio, en cierto modo es un alivio. Porque sabiendo que hay seres vivos tan raros como yo, ya no me siento tan sola.
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