Cuando llegó al hipercor, a la sección donde yo trabajaba, lo nuestro fue odio a primera vista. No soporté su hiper maquillado cutis, su abundante e hiper alisada melena negra, su a todas luces rellenado pecho, ni sus diminutas caderas. Cuando abrió la boca la cosa no mejoró, porque era una de las personas más pijas con las que había tenido la desgracia de hablar, y solo su tono de voz me ponía furiosa. Antes de ser dependienta había trabajado como modelo y azafata de eventos, cosa que solo hizo que la odiara aún más. Y la ligera tendencia a coquetear con todos los hombres del departamento solo era un motivo más para que me cayera mal.
Vale, admito que el ochenta por ciento de aquel odio no era más que envidia malsana. A mi nunca me han aceptado de azafata o modelo por mi estatura y mis caderas, que al igual que los gases, tienden a ocupar el mayor espacio posible. Siempre quise tener el pelo así de perfecto, maquillarme así de bien, y vestir con tanto gusto y que la ropa me quedara tan bien como a ella. Y, por descontado, siempre quise ser el centro de atención de los hombres a mi alrededor.
Yo tampoco la caí demasiado bien; en parte porque no lo intenté, claro. De hecho, el sentimiento de odio recíproco hacia ella era compartido por todas las mujeres del departamento... y me apuesto a que la inmensa mayoría de las que la odiaban, al igual que yo, solo la tenían envidia.
Como teníamos que trabajar juntas, y yo no voy al trabajo a pasarlo mal, intenté tratarla con una cordial indiferencia que hiciera soportables las seis horas al dia que tenía que sufrirla cerca. Pero ella era todo encanto y coquetería, no solo con los hombres, y era bastante dificil ignorar su presencia. Como le encantaba hablar y yo era la que le pillaba más a mano, me hablaba a mi. Los días que no podía escaparme al almacén, tenía que escucharla... y precisamente escuchándola descubrí que bajo los ademanes de super modelo y el acento pijo, sorprendentemente, había una mujer bastante más lista de lo que parecía...
No sé cuándo me comenzó a caer bien. Solo sé que un día de camino al trabajo, intentando por todos los medios que la sombra de ojos no se extendiera por mi entrecejo - me maquillaba en el tren mientras iba al curro - se me ocurrió que debía preguntarle cómo hacía ella para tenerla siempre tan perfecta. Y se lo pregunté, y ella me explicó cómo se aplicaba una las sombras para conseguir un sfumato perfecto. Ese viernes, para salir de marcha, me maquillé como ella me había explicado. Y me gustó tanto el resultado, que creo que la empecé a querer justo en ese momento.
Si no te fijabas en su manera de hablar, decía cosas realmente inteligentes. Era simpática, sincera, amable, y no se callaba una. Comencé a fijarme en cómo combinaba los colores, cómo vestía, cómo se peinaba. Gradualmente, yo empecé a ir mejor vestida y a maquillarme con más gracia. Me agradaba tenerla cerca, tenía una opinión tan contraria a la mía sobre todo lo que hablábamos, que nuestras conversaciones eran lo más interesante que me había sucedido en años.
Cuando dejé el Hipercor, a las dos personas que más eché de menos fue a Lorena y a ella. Y nunca he encontrado a ninguna mujer tan fantástica. Hace un par de semanas me la encontré en el metro, y estaba tan fabulosa como siempre. Igual se simpatica, de sincera, y por supuesto de maquillada. Cuando llegué a mi casa ese día pasé revista a mi ropa buscando algo con verdadero gusto para ponerme al día siguiente, y recoloqué mis utensilios de maquillaje, tan descuidados ultimamente. ¿Casualidad? No creo
Cuando pienso en ella, y creo que no dejaré de acordarme de ella en mucho tiempo, no puedo evitar pensar en una conversación que tuvimos un día, en la que se demostró que ninguna de las dos teníamos pelos en la lengua, entre otras cosas. Hago reseña a que la conversación tuvo lugar entre risas, y a ella le siguieron más risas.
- ¿Sabes? Al principio me caiste fatal, no te soportaba. Pero mira, ahora me caes genial.
- ¿Ah si? Pues mira, a mi me pasaba lo mismo, cuando te conocí me caiste muy mal, eras una borde y una amargada. Pero has cambiado un montonazo, y ahora eres un encanto. Me caes fenomenal.
Vale, admito que el ochenta por ciento de aquel odio no era más que envidia malsana. A mi nunca me han aceptado de azafata o modelo por mi estatura y mis caderas, que al igual que los gases, tienden a ocupar el mayor espacio posible. Siempre quise tener el pelo así de perfecto, maquillarme así de bien, y vestir con tanto gusto y que la ropa me quedara tan bien como a ella. Y, por descontado, siempre quise ser el centro de atención de los hombres a mi alrededor.
Yo tampoco la caí demasiado bien; en parte porque no lo intenté, claro. De hecho, el sentimiento de odio recíproco hacia ella era compartido por todas las mujeres del departamento... y me apuesto a que la inmensa mayoría de las que la odiaban, al igual que yo, solo la tenían envidia.
Como teníamos que trabajar juntas, y yo no voy al trabajo a pasarlo mal, intenté tratarla con una cordial indiferencia que hiciera soportables las seis horas al dia que tenía que sufrirla cerca. Pero ella era todo encanto y coquetería, no solo con los hombres, y era bastante dificil ignorar su presencia. Como le encantaba hablar y yo era la que le pillaba más a mano, me hablaba a mi. Los días que no podía escaparme al almacén, tenía que escucharla... y precisamente escuchándola descubrí que bajo los ademanes de super modelo y el acento pijo, sorprendentemente, había una mujer bastante más lista de lo que parecía...
No sé cuándo me comenzó a caer bien. Solo sé que un día de camino al trabajo, intentando por todos los medios que la sombra de ojos no se extendiera por mi entrecejo - me maquillaba en el tren mientras iba al curro - se me ocurrió que debía preguntarle cómo hacía ella para tenerla siempre tan perfecta. Y se lo pregunté, y ella me explicó cómo se aplicaba una las sombras para conseguir un sfumato perfecto. Ese viernes, para salir de marcha, me maquillé como ella me había explicado. Y me gustó tanto el resultado, que creo que la empecé a querer justo en ese momento.
Si no te fijabas en su manera de hablar, decía cosas realmente inteligentes. Era simpática, sincera, amable, y no se callaba una. Comencé a fijarme en cómo combinaba los colores, cómo vestía, cómo se peinaba. Gradualmente, yo empecé a ir mejor vestida y a maquillarme con más gracia. Me agradaba tenerla cerca, tenía una opinión tan contraria a la mía sobre todo lo que hablábamos, que nuestras conversaciones eran lo más interesante que me había sucedido en años.
Cuando dejé el Hipercor, a las dos personas que más eché de menos fue a Lorena y a ella. Y nunca he encontrado a ninguna mujer tan fantástica. Hace un par de semanas me la encontré en el metro, y estaba tan fabulosa como siempre. Igual se simpatica, de sincera, y por supuesto de maquillada. Cuando llegué a mi casa ese día pasé revista a mi ropa buscando algo con verdadero gusto para ponerme al día siguiente, y recoloqué mis utensilios de maquillaje, tan descuidados ultimamente. ¿Casualidad? No creo
Cuando pienso en ella, y creo que no dejaré de acordarme de ella en mucho tiempo, no puedo evitar pensar en una conversación que tuvimos un día, en la que se demostró que ninguna de las dos teníamos pelos en la lengua, entre otras cosas. Hago reseña a que la conversación tuvo lugar entre risas, y a ella le siguieron más risas.
- ¿Sabes? Al principio me caiste fatal, no te soportaba. Pero mira, ahora me caes genial.
- ¿Ah si? Pues mira, a mi me pasaba lo mismo, cuando te conocí me caiste muy mal, eras una borde y una amargada. Pero has cambiado un montonazo, y ahora eres un encanto. Me caes fenomenal.
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