Se llamaba - y espero que aún se llame, por mucho que le odie - Abel. Luís Abel Martínez Gordillo, para más señas. Le conocí de la manera más tonta, por ese tipo de casualidades que uno se suele tomar por señales, pensando que algún ser supremo le señala el camino a seguir. Como si, de haber algún ser de esas características, fuera a perder el tiempo con el más insignificante de los humanos...
Yo estaba con otro chico cuando le conocí, así que no tuve ningún reparo en hacerme amiga suya, sabiendo que no se tomaría mi amabilidad por coqueteo. Hablamos un par de veces, e intercambiamos direcciones de messenger.
El chico con el que estaba me dejó, y yo olvidé todo el asunto del chaval al que conocí en los recreativos de Gran Vía. Hasta que un día le vi conectado, y comenzamos a hablar.
Un día de aquellos, nunca llegaré a saber cómo, quedamos para dar una vuelta. "Solo dar una vuelta", recuerdo que pensé. Y me lo pasé genial. Lo que iba a ser un paseo de media hora duró toda la tarde, y pareció ser que él también se lo pasó bien, porque me dijo que sería una buena idea volver a quedar.
Aquí comentaré que yo tenía diez y nueve años, era tonta del culo, y no tenía ni puñetera idea de cómo iba el mundo. Eso explica en su mayor parte que pasara lo que pasó más adelante.
Se me declaró al tercer día. Cómo no, dije que sí sin pensármelo.
Fue todo muy bucólico. Tanto, que ahora siento que necesito una jeringa de insulina cada vez que me da por recordarlo. De hecho, tengo una bonita expresión para todo lo que hacía ese chico: "De Manual". Utilizó los tópicos exactos en los momentos precisos, por decirlo de un modo más elaborado. Y yo caí como una imbécil.
Durante los treinta días que estuvimos juntos, repasó de cabo a rabo todos los tópicos y frases hechas existentes. Como si se hubiera comprado el manual, vaya. Todo era perfecto. Bueno, no todo. El enterarme de que era un sin techo igual minó un poquillo la relación.
Durante un mes entero, me dediqué en cuerpo y alma a hacer que se enamorara de mí... Si, puede que no me terminara de creer todas las cosas bonitas que me decía, porque si le hubiera creído no habría visto necesario esforzarme tanto. Pero estaba convencida de que podría hacer que me quisiera tanto que, tras un mes de relación, cuando yo me fuera con mis padres de vacaciones un mes a la playa, él no se iría con otra.
Y llegó en día antes de irme de vacaciones. Él, que adolecía de "cierta" impuntualidad, esa noche no se presentó. Todas las veces que había quedado con él antes, al despedirme me intentaba convencer de que aquella había sido la última, que la siguiente vez que quedáramos, simplemente no se presentaría. De hecho, cuando se retrasaba más de media hora - y lo hacía a menudo -, yo siempre acababa llorando. Y ese día estuve hora y media en aquel banco de Plaza España, esperándole. Tras convencerme de que no iría a recogerme, y como una estúpida, empecé a recorrer las calles por donde él solía ir, en su busca. Le encontré durmiendo en la pensión en la que estaba alojado. Él se disculpó por quedarse dormido, y fuimos a tomar algo.
Poco más tiene mención. Me fui con mis padres de veraneo. Él me llamó todos los días durante la primera semana, pero al octavo día simplemente dejó de dar señales de vida. Le encontré una tarde en un chat - corrían los tiempos en los que tener un módem de 56k era todo un lujo - e intenté preguntarle qué había pasado. Él me cambió de tema. Justo antes de que apagaran los ordenadores del ciber café, porque era la hora de cierre, le pregunté si me quería, y él dijo: "Pues claro que te quiero, estoy enamorado de ti".
Jamás he vuelto a saber nada de él. Al volver a Madrid no encontré ningún rastro suyo: Había dejado el trabajo y la pensión. Su asistente social sabía que había vuelto a casa de su padre, pero no sabía dónde exactamente. Dios sabe que le busqué como quien busca agua en el desierto, pero acabé siendo consciente de que él sabía perfectamente dónde encontrarme a mí, y no lo hacía... así que dejé de buscar.
Durante una temporada quise pensar que había hecho lo mejor para mi, que igual pensaba que estando conmigo solo me perjudicaba, y había preferido hacer mutis. Por el tema de que era un indigente, y tal. Pero claro, esa teoría no tiene ningún fundamento en cuanto menciono que desapareció con 300 euros que yo le había "prestado" al poco de estar juntos.
Hasta conocer a aquel chico, yo "sabía" que si querías conseguir algo, bastaba esforzarse, luchar por ello, para conseguirlo. Yo siempre había conseguido lo que quería, porque había luchado por ello. Pero aquella vez había luchado, y había perdido.
También me di cuenta de que, solo porque una persona te diga que está siendo sincera al decirte algo, eso no quiere decir que lo sea.
El paso de Abel por mi vida fue un duro golpe a mi corazón, a mi orgullo, y a mi concepción de la realidad. La lección más dura que he tenido que aprender nunca. Y puedo jurar que se me quedó grabada a fuego; no la he olvidado desde entonces.
Últimamente me ha dado por pensar en este chico, no sé por qué. No puede ser que esté decaída por el síndrome premenstrual, porque la regla me vino hace una semana. Así que daré por hecho que mi cabeza me ha jugado otra mala pasada, sacando a flote un recuerdo que yo tenía bien enterradito. De todos modos, me acuerdo de él por temporadas, no es algo nuevo. Supongo que, como postuló Ian Malcolm (que no por ser personaje de ficción deja de ser un gran tío), en el mundo todos los procesos son cíclicos.
Como últimamente no salgo de casa, y de camino al curro y de vuelta a casa el catálogo de cosas raras que me puede pasar es muy limitado, tendré que empezar a desempolvar alguna que otra escena de mi trastorna... asoci... esto... de mi adolescencia. ........................................................ Cuando rozaba la veintena - más bien por abajo que por arriba - mi amiga Patricia me organizó un par de citas a ciegas. Citas que organizó con la mejor de las intenciones, y que tuvieron un resultado fantástico. Si es que quería que me hiciese lesbiana, claro. Un día Patri le estaba intentando organizar una cita a ciegas a un amigo de un amigo que conoció por Internet - allá por los tiempos en que tener un módem de 56Kb era lo más -. Como todas las amigas libres de Patricia le dijeron que no, supongo que antes de comenzar a proponérselo a los hombres se le ocurrió que yo también era una mujer, y me lo preguntó. Antes de proseguir, añado un dato. Unas pocas semanas antes de lo que cuen...
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