Si viviste aislado de la realidad la mayor parte de tu vida, y te enseñaron a afrontarla según unas normas que, si bien de puertas para dentro funcionan divinamente, al salir al mundo no son más que basura costumbrista. Si desde que echaste eso que los adultos llaman sentido común, o al menos algo que se le pareciera, viviste deseando salir ahí fuera y valerte por ti mismo, odiando la protección, el aislamiento, el boicot vital al que te tenían sometido. Si a cada oportunidad te escapabas por las fisuras de la burbuja en la que te tenían encerrado, importándote poco o nada las consecuencias de tu desobediencia, pero te volvían a meter dentro mucho antes de que hubieras probado más que un bocadito de eso llamado vida, que tan poco le gusta al mundo y tú tanto ansías.
Si te pasó todo eso, seguramente cuando por fin saliste al mundo - porque ni todos los anacronismos del mundo pueden mantenerte aislado de la realidad cuando has cumplido los veinticinco años - ya sabías que las reglas que te enseñaron de niño no sirven para este plano de la realidad. Algo aprendiste, algo supones, algo improvisas, y te las apañas. Mejor o peor, pero te las apañas.
Pero queda el problema de la costumbre. La mayor parte de las veces, te regirás sin darte cuenta por esas normas obsoletas que nadie salvo quien te las enseñó entiende, y solo te darás cuenta cuando veas las miradas extrañadas de la gente, u oigas sus comentarios de sorpresa. Intentarás por todos los medios regirte por otras normas, pero aparte de las que conoces, nadie se ha molestado en mostrarte otras. No tienes nada con lo que enfrentarte al mundo, porque nadie te ha proporcionado las armas. Y forjarte unas ahora lleva tiempo. Así que mientras te las vas fabricando, usas las que ya tienes.
Yo no te juzgaré por tu sistema de valores, por tus contradicciones en tu código ético, ni por tus reacciones exageradas, anacrónicas, o directamente antisociales. No te miraré con sorpresa cuando aseveres ciertas cosas, ni haré chistes a tu costa. Porque a mi me pasó lo mismo. Yo sé por lo que pasaste, y por eso entiendo cómo eres, y sé que lo estás haciendo lo mejor que sabes, aunque no lo parezca. Comprendo que te sientes totalmente fuera de lugar en el mundo, y que intentas con todas tus fuerzas que éste te acepte.
Y solo espero que el resto de la gente también lo comprenda.
Si te pasó todo eso, seguramente cuando por fin saliste al mundo - porque ni todos los anacronismos del mundo pueden mantenerte aislado de la realidad cuando has cumplido los veinticinco años - ya sabías que las reglas que te enseñaron de niño no sirven para este plano de la realidad. Algo aprendiste, algo supones, algo improvisas, y te las apañas. Mejor o peor, pero te las apañas.
Pero queda el problema de la costumbre. La mayor parte de las veces, te regirás sin darte cuenta por esas normas obsoletas que nadie salvo quien te las enseñó entiende, y solo te darás cuenta cuando veas las miradas extrañadas de la gente, u oigas sus comentarios de sorpresa. Intentarás por todos los medios regirte por otras normas, pero aparte de las que conoces, nadie se ha molestado en mostrarte otras. No tienes nada con lo que enfrentarte al mundo, porque nadie te ha proporcionado las armas. Y forjarte unas ahora lleva tiempo. Así que mientras te las vas fabricando, usas las que ya tienes.
Yo no te juzgaré por tu sistema de valores, por tus contradicciones en tu código ético, ni por tus reacciones exageradas, anacrónicas, o directamente antisociales. No te miraré con sorpresa cuando aseveres ciertas cosas, ni haré chistes a tu costa. Porque a mi me pasó lo mismo. Yo sé por lo que pasaste, y por eso entiendo cómo eres, y sé que lo estás haciendo lo mejor que sabes, aunque no lo parezca. Comprendo que te sientes totalmente fuera de lugar en el mundo, y que intentas con todas tus fuerzas que éste te acepte.
Y solo espero que el resto de la gente también lo comprenda.
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