Había una vez, en un país muy, muy lejano, un dulce lobo que vivía feliz en el bosque. Hacía ya muchos años que este lobo, de pelaje color gris perla, había dejado de cazar a los animales de las zonas en las que habitaba. No se sentía capaz de matar a los seres con los que convivía. Así pues, se limitaba a alimentarse de pescado y frutos del bosque.
Los herbívoros de la zona le tenían un gran aprecio, porque no solo respetaba su vida, sino que además, dado su imponente tamaño y su musculatura, ahuyentaba a los depredadores que intentaran hacer de aquel su territorio.
Un día, el lobo se aventuró más de lo que habría debido fuera del bosque, y llegó a un camino. Le llamó mucho la atención ver un raíl tan ancho y de tanta longitud y, curioso, se preguntó qué enorme animal lo usaría como ruta de paso, para haber dejado tamaño surco. Así que se colocó a una distancia prudencial del paso de animales, escondido entre unos arbustos, y se preparó a esperar a que su curiosidad se viera satisfecha.
No tardó mucho el lobo en oír unos leves pasos acercarse por aquel camino. pero los pasos eran de un ser demasiado pequeño como para devastar una extensión tan grande de terreno. El lobo observó entre las ramas de los arbustos, y vio a un animal de lo más extraño caminando por el terreno despejado.
Para empezar, no se apoyaba sobre las cuatro patas, sino solo sobre las dos traseras, y se mantenía en equilibrio con una destreza impensable. Era un ser raquítico y esmirriado, sin ningún tipo de pelaje, y cuyo cuerpo deforme era una mezcolanza de superficies lisas de color rosa, blanco, negro y rojo. Sus zarpas delanteras eran lo más extraño que el lobo había visto nunca, y en una de ellas el animal llevaba un artilugio marrón semejante a un montón de juncos secos enredados. Daba pasos pequeñitos por el camino, emitiendo un desagradable sonido por su garganta, y balanceando el objeto marrón alante y atrás.
El lobo se sintió inquieto por la suerte de aquel ser. Si el animal que había hecho aquel surco se cruzaba con él, no dejaría ni el recuerdo de aquel bulto de carne lampiña y patética. Así que, compasivo, dejó su escondite y salió al camino.
El pequeño animal pareció desconcertado al verle, y dio un par de pasos hacia atrás, temeroso. La compasión del lobo se mezcló con lástima. "Pobre", pensó. "siendo tan pequeño y estando tan indefenso, es normal que me tenga miedo".
- No tengas miedo, no voy a hacerte nada - dijo con tono amable el lobo - ¿Has perdido el rastro de los tuyos? - siendo un ser tan vulnerable, lo lógico sería que fuera en grupos.
El animalito no dijo nada, pero no siguió retrocediendo.
- ¿No deberías volver con tu manada? Este paso es de una bestia demasiado grande, deberías dejarlo y avanzar por la espesura. Supongo que te será más difícil, pero también es más seguro.
El pequeño ser cambió el gesto. Su carita sin pelo ni hocico le resultaba bastante desagradable al lobo, pero por educación le mantenía la mirada.
De pronto el animalito estiró los extremos de su boca hacia los lados, y metió la mano en el objeto marrón que portaba en el brazo. Sacó algo gris y brillante de él, que sorprendió al lobo de tal manera que no podía dejar de mirarlo. El ser levantó el objeto, y con él en la mano levantó y estiró el brazo hacia el lobo, apuntándolo, mientras su boca se hacía más y más ancha.
Los herbívoros de la zona le tenían un gran aprecio, porque no solo respetaba su vida, sino que además, dado su imponente tamaño y su musculatura, ahuyentaba a los depredadores que intentaran hacer de aquel su territorio.
Un día, el lobo se aventuró más de lo que habría debido fuera del bosque, y llegó a un camino. Le llamó mucho la atención ver un raíl tan ancho y de tanta longitud y, curioso, se preguntó qué enorme animal lo usaría como ruta de paso, para haber dejado tamaño surco. Así que se colocó a una distancia prudencial del paso de animales, escondido entre unos arbustos, y se preparó a esperar a que su curiosidad se viera satisfecha.
No tardó mucho el lobo en oír unos leves pasos acercarse por aquel camino. pero los pasos eran de un ser demasiado pequeño como para devastar una extensión tan grande de terreno. El lobo observó entre las ramas de los arbustos, y vio a un animal de lo más extraño caminando por el terreno despejado.
Para empezar, no se apoyaba sobre las cuatro patas, sino solo sobre las dos traseras, y se mantenía en equilibrio con una destreza impensable. Era un ser raquítico y esmirriado, sin ningún tipo de pelaje, y cuyo cuerpo deforme era una mezcolanza de superficies lisas de color rosa, blanco, negro y rojo. Sus zarpas delanteras eran lo más extraño que el lobo había visto nunca, y en una de ellas el animal llevaba un artilugio marrón semejante a un montón de juncos secos enredados. Daba pasos pequeñitos por el camino, emitiendo un desagradable sonido por su garganta, y balanceando el objeto marrón alante y atrás.
El lobo se sintió inquieto por la suerte de aquel ser. Si el animal que había hecho aquel surco se cruzaba con él, no dejaría ni el recuerdo de aquel bulto de carne lampiña y patética. Así que, compasivo, dejó su escondite y salió al camino.
El pequeño animal pareció desconcertado al verle, y dio un par de pasos hacia atrás, temeroso. La compasión del lobo se mezcló con lástima. "Pobre", pensó. "siendo tan pequeño y estando tan indefenso, es normal que me tenga miedo".
- No tengas miedo, no voy a hacerte nada - dijo con tono amable el lobo - ¿Has perdido el rastro de los tuyos? - siendo un ser tan vulnerable, lo lógico sería que fuera en grupos.
El animalito no dijo nada, pero no siguió retrocediendo.
- ¿No deberías volver con tu manada? Este paso es de una bestia demasiado grande, deberías dejarlo y avanzar por la espesura. Supongo que te será más difícil, pero también es más seguro.
El pequeño ser cambió el gesto. Su carita sin pelo ni hocico le resultaba bastante desagradable al lobo, pero por educación le mantenía la mirada.
De pronto el animalito estiró los extremos de su boca hacia los lados, y metió la mano en el objeto marrón que portaba en el brazo. Sacó algo gris y brillante de él, que sorprendió al lobo de tal manera que no podía dejar de mirarlo. El ser levantó el objeto, y con él en la mano levantó y estiró el brazo hacia el lobo, apuntándolo, mientras su boca se hacía más y más ancha.
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