Ir al contenido principal

No puedes huir

No puedes huir, y lo sabes. Intentas correr, fuerzas tus piernas hasta mucho más allá de su límite, te alejas, ganas distancia, pero sabes que no hay salida. Tropiezas con un obstáculo, o quizá con tu propia pierna, y caes al suelo. Intentas levantarte, pero tras el esfuerzo tus piernas se niegan a responder. A tientas, te arrastras por el suelo húmedo, buscando a ciegas un lugar donde esconderte. El miedo te sube por la garganta como la bilis y te hace vomitar. Oyes sus pasos acercándose. Intentas controlar tu respiración; la oscuridad es tan profunda para ti como para él, y si no haces ruido puede que no te encuentre. Pero no lo consigues. Has corrido demasiado, tienes demasiado miedo. Cada respiración resuena como una pequeña explosión, y el pecho y la garganta te escuecen como una herida abierta. Quizá tengas realmente una herida, o quizá sea el suelo húmedo y no tu sangre lo que hace que tus manos resbalen sobre la pared al intentar incorporarte. Has dejado de oír los pasos, pero sabes que está cada vez más cerca. Sientes cómo se acerca. Por un momento, te ves a través de sus ojos, una presa asustada hecha un ovillo en un rincón, y la visión hace que el miedo crezca dentro de ti. Tienes que huir, tienes que correr hacia algún lado. Con desesperación, intentas incorporarte una vez más, pero vuelves a caer al suelo incluso antes de conseguir arrodillarte. Intentas gritar pidiendo ayuda, pero tu garganta se niega a obedecer. Vuelves a sentir el miedo subiendo desde tu estómago, y sabes que vas a volver a vomitar. Al igual que sabes que no hay salida, que no importa cuánto luches.
Empiezas a oír, por debajo de tus resuellos, una respiración lenta, húmeda. Te das cuenta de que si oyes su respiración, es que está muy cerca. Puedes leer sus intenciones en el ritmo con el que inspira y espira. Puedes adivinar que es tu miedo, y no otra cosa, lo que buscaba. Que tu miedo le alimenta, le estimula. Intentas, a la desesperada, controlar tu miedo, con la vana esperanza de que eso le haga echar marcha atrás...
Pero cuando sientes una mano agarrándote la muñeca derecha, es el pánico el que te controla a ti.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Por qué las mujeres corren con las piernas juntas?

Me prometí a mi misma que no comentaría nada de esto en mi blog, porque ya bastante fama de misógina tengo como para encima echar más leña al fuego, pero es que todos los días viendo este extraño comportamiento ya clama a los dioses... Que os lo habéis ganado a pulso chicas, yo lo siento pero es así ._.U Para variar, esta entrada va dirigida a las que se den por aludidas directamente, y a nadie más. Si al leerlo piensas "¿yo hago eso?", está claro que no va por ti XDD Y siempre desde el cariño y sin ánimo de ofender, espero que os lo toméis como lo que es, una sátira. ................................. Siempre que veo a una mujer - o joven, o niña, o aborto mal completado - correr, ya sea para coger el metro, persiguiendo al petardo de la pandilla, o cruzando por un semáforo en rojo, me fijo en que nunca doblan las rodillas. Dan saltitos con las piernas prácticamente rectas, como si caminasen pero intentando ir rápido. O como si alguien les hubiese atado las rodillas con una c...

Una por partes (4)

Carlota abrió los ojos. Y los cerró casi de inmediato, cegada por la luz de la habitación. Tenía muchísimo calor, pero cuando intentó apartar la manta notó que no podía mover el brazo. No le dolía, pero lo tenía totalmente entumecido. Asustada, se dio cuenta de que su otro brazo y sus piernas estaban igual. Intentó mover el tronco, con el mismo resultado. Volvió a abrir los ojos, esta vez más despacio, y vio un techo y unas paredes blancas que no eran las de su cuarto. Alguien entró en su campo de visión y comenzó a acariciarle el pelo y darle besos en la frente. Parecía que hablaba, pero Carlota sólo podía escuchar un eco lejano, como si la estuvieran hablando a través de agua. La persona que la abrazaba se alejó y Carlota pudo ver que era su madre, que tenía la cara bañada en lágrimas. Intentó preguntarle dónde estaba, pero no consiguió articular ningún sonido. Su madre le puso el índice sobre los labios, como para que guardara silencio, y le dijo algo con una sonrisa llorosa....

Harta

Estoy harta. Muy harta. Me hartaba cuando me decíais cómo debía vivir, y me callaba. Me hartaba cuando me enumerabais todo lo que era bueno o malo para mi, y me callaba. Me hartaba cuando me decíais qué fallaba en mi manera de ser, qué fallaba en mi vida, por qué no era feliz, y me callaba. Me callaba y agachaba la cabeza incluso cuando me enseñabais el tono en el que debía hablarle a los demás. Y vosotros, con vuestro inconmensurable ego sacado de Dios sabe dónde, creíais que lo hacía no por educación - cosa de la que a todas luces vosotros carecéis -, sino porque teníais razón. No os parabais a pensar que quizá lo que para vosotros era tan bueno a mi igual me parecía una mierda; simplemente "sabíais" que las cosas se debían hacer como las hacíais vosotros. Cuestionabais mi modo de vida delante de gente que me era querida y me valoraba, y no sólo me heristeis a mi, sino que hicisteis que quien os oía comenzase a pensar lo mismo que vosotros. Y aún así me callaba. Habéis hech...