No puedes huir, y lo sabes. Intentas correr, fuerzas tus piernas hasta mucho más allá de su límite, te alejas, ganas distancia, pero sabes que no hay salida. Tropiezas con un obstáculo, o quizá con tu propia pierna, y caes al suelo. Intentas levantarte, pero tras el esfuerzo tus piernas se niegan a responder. A tientas, te arrastras por el suelo húmedo, buscando a ciegas un lugar donde esconderte. El miedo te sube por la garganta como la bilis y te hace vomitar. Oyes sus pasos acercándose. Intentas controlar tu respiración; la oscuridad es tan profunda para ti como para él, y si no haces ruido puede que no te encuentre. Pero no lo consigues. Has corrido demasiado, tienes demasiado miedo. Cada respiración resuena como una pequeña explosión, y el pecho y la garganta te escuecen como una herida abierta. Quizá tengas realmente una herida, o quizá sea el suelo húmedo y no tu sangre lo que hace que tus manos resbalen sobre la pared al intentar incorporarte. Has dejado de oír los pasos, pero sabes que está cada vez más cerca. Sientes cómo se acerca. Por un momento, te ves a través de sus ojos, una presa asustada hecha un ovillo en un rincón, y la visión hace que el miedo crezca dentro de ti. Tienes que huir, tienes que correr hacia algún lado. Con desesperación, intentas incorporarte una vez más, pero vuelves a caer al suelo incluso antes de conseguir arrodillarte. Intentas gritar pidiendo ayuda, pero tu garganta se niega a obedecer. Vuelves a sentir el miedo subiendo desde tu estómago, y sabes que vas a volver a vomitar. Al igual que sabes que no hay salida, que no importa cuánto luches.
Empiezas a oír, por debajo de tus resuellos, una respiración lenta, húmeda. Te das cuenta de que si oyes su respiración, es que está muy cerca. Puedes leer sus intenciones en el ritmo con el que inspira y espira. Puedes adivinar que es tu miedo, y no otra cosa, lo que buscaba. Que tu miedo le alimenta, le estimula. Intentas, a la desesperada, controlar tu miedo, con la vana esperanza de que eso le haga echar marcha atrás...
Pero cuando sientes una mano agarrándote la muñeca derecha, es el pánico el que te controla a ti.
Empiezas a oír, por debajo de tus resuellos, una respiración lenta, húmeda. Te das cuenta de que si oyes su respiración, es que está muy cerca. Puedes leer sus intenciones en el ritmo con el que inspira y espira. Puedes adivinar que es tu miedo, y no otra cosa, lo que buscaba. Que tu miedo le alimenta, le estimula. Intentas, a la desesperada, controlar tu miedo, con la vana esperanza de que eso le haga echar marcha atrás...
Pero cuando sientes una mano agarrándote la muñeca derecha, es el pánico el que te controla a ti.
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