Ir al contenido principal

Se ha levantado

Un cosquilleo bastante desagradable le recorre las muñecas y los tobillos, que han estado quietos, en la misma postura, tanto tiempo. Pero al menos ahora es soportable. Antes era un dolor tan intenso que casi habría preferido seguir inmóvil.
¿Pero ha disminuido el dolor, o se ha acostumbrado a él? No sabría decirlo. Al igual que al principio no supo cómo conseguir desplazar sus miembros. Le resultó curioso el hecho de que algo tan instintivo como moverse se pudiera olvidar si con el paso del tiempo no se realiza.
Se recuerda a sí misma a un bebé tratando de incorporarse por primera vez, con movimientos medio espasmódicos, intentando girar la muñeca para apoyar la palma sobre el suelo e incorporarse, y acabando con el brazo tan retorcido que casi grita del dolor.
No recordaba que moverse doliera tanto.
Un par de veces está tentada de dejar de intentarlo. Se queda inmóvil, bastante incómoda, pero menos que seguir con los torpes intentos para incorporarse. Pero la sangre ha empezado a circular por su cuerpo, y por primera vez en mucho tiempo es consciente de la postura en la que está tumbada: El torso girado en un ángulo extraño, un brazo debajo de su cuerpo, el otro medio estirado frente a ella con la muñeca retorcida contra el suelo, las piernas dobladas la una sobre la otra... Se da cuenta de lo grotesco de la postura. Se avergüenza de estar tirada en el suelo de aquella manera, de haber permanecido así tanto tiempo sin que le importara. Gira el tronco para quedar totalmente tumbada. Ignorando tanto el dolor de la sangre circulando de nuevo como el de sus articulaciones, logra sacar el brazo de debajo de su cuerpo. Presa de la desesperación por incorporarse, incapaz de permanecer tumbada por más tiempo, contorsiona sus muñecas contra el suelo hasta que consigue apoyar las palmas.
El dolor en los hombros y la espalda al levantar el torso unos centímetros es tan intenso que vuelve a caer. Pero sus manos siguen apoyadas en el suelo, así que lo vuelve a intentar otra vez. Y otra. Y otra. Hasta que logra estirar los brazos totalmente. Intenta invertir el arco que forma su espalda para hacer hueco bajo su cuerpo y ponerse de rodillas, pero el dolor la tiene casi paralizada. Sin saber cómo lo ha hecho, de pronto siente su peso descansar sobre sus piernas dobladas. Relaja los brazos y estira la espalda. El dolor parece haberse mitigado, pero cuando apoya los brazos de nuevo e intenta estirar las piernas bajo ella, sus tobillos se resisten a girar para apoyar la planta en el suelo. Tras un crujido especialmente doloroso, cae de lado, golpeándose el hombro. El grito que se le escapa hace que su garganta se resienta también, después de tanto tiempo en silencio. La rabia se apodera de ella; no piensa permanecer ahí tirada ni un momento más. Bajo la desesperación con la que mueve los brazos y las piernas no se da cuenta de que esta vez le cuesta menos incorporarse. De pronto está de cuclillas, con las manos apenas apoyadas en el suelo, y cuando sus rodillas se estiran y sus piernas pasan a soportar su peso no logra mantener el equilibrio y cae al suelo tras un par de pasos vacilantes.
Tumbada de nuevo, con el tacto del suelo quemándole la piel, todo el cuerpo palpitándole de dolor, piensa en abandonar. Pero ya no puede quedarse más tiempo allí. Algo ha sucedido en la habitación que le hace insoportable permanecer más tiempo dentro de ella. El primer movimiento, el que lo desencadenó todo, le tuvo que hacer algo, porque tras él, por muy doloroso que hubiera sido, ya no quiso seguir inmóvil. Y cuando se gira para incorporarse por tercera vez, es consciente de que el cuerpo le obedece más dócilmente, que el dolor no es tan intenso.
Esta vez logra erguirse. Logra estabilizar su centro de gravedad. Se mantiene en pie, y la sorpresa que ese hecho le provoca casi hace que vuelva a caer.
Está en pie. Se ha levantado, contra todo lo que ella pudiera haber creído, y se logra mantener así.
La habitación se le ha quedado pequeña. No puede seguir dentro de ella ni un segundo más. En la oscuridad, los rebordes de la puerta dejan pasar finas líneas de luz, que queman sus ojos como un hierro al rojo al mirar hacia ellas. Sabe que va a doler, quizá más de lo que le dolió levantarse. Pero ya no puede parar. No puede volver a tumbarse y olvidar que se ha levantado. Además, todo su cuerpo le pide que siga moviéndose. Quizá se lo llevara pidiendo todo el tiempo que estuvo quieta, pero no se ha dado cuenta hasta ahora.
El primer paso es corto y doloroso. El segundo, un poco mayor. El tercero casi la hace caer al suelo.
Al apoyar por cuarta vez la planta del pie, la pierna ya no le tiembla. Y tampoco en los siguientes pasos. Llega hasta la puerta, y sujeta con fuerza el picaporte. Sus ojos empiezan a quemarle, quizá imaginándose lo que les espera, pero eso no la echa atrás. Ya nada puede hacer que se eche atrás.
Gira el pomo en su mano, y con un solo movimiento enérgico abre la puerta.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mi primera cita a ciegas

Como últimamente no salgo de casa, y de camino al curro y de vuelta a casa el catálogo de cosas raras que me puede pasar es muy limitado, tendré que empezar a desempolvar alguna que otra escena de mi trastorna... asoci... esto... de mi adolescencia. ........................................................ Cuando rozaba la veintena - más bien por abajo que por arriba - mi amiga Patricia me organizó un par de citas a ciegas. Citas que organizó con la mejor de las intenciones, y que tuvieron un resultado fantástico. Si es que quería que me hiciese lesbiana, claro. Un día Patri le estaba intentando organizar una cita a ciegas a un amigo de un amigo que conoció por Internet - allá por los tiempos en que tener un módem de 56Kb era lo más -. Como todas las amigas libres de Patricia le dijeron que no, supongo que antes de comenzar a proponérselo a los hombres se le ocurrió que yo también era una mujer, y me lo preguntó. Antes de proseguir, añado un dato. Unas pocas semanas antes de lo que cuen...

Sin abono transportes

El lunes 25 de Mayo de este año pagué un abono transportes. Y digo pagué, porque como no me dieron el abono transportes, el verbo "comprar" no tiene mucho significado en la frase. Tras hablar con el operario que estaba en la taquilla en ese momento, que este efectuase las llamadas pertinentes, y que me pidiese mi DNI, mi número de cuenta, y el recibo que la expendedora me había dado, se llegó a la resolución de que, efectivamente, se había cometido un error y había que ingresarme en mi cuenta el dinero que había pagado por el abono. Aclaro a priori que yo no puse ninguna reclamación. El operario hizo él todas las gestiones necesarias, y se solucionó el problema en media hora. Yo no rellené ningún formulario de reclamación, ni me entregaron ningún justificante de reclamación. Sólo me dieron un justificante de "Comunicación de incidencias con repercusión económica en instalaciones de venta y peaje", en el que se declaraba que Metro de Madrid debía ingresarme los 60,60...

Palosofía (1)

En el principio, Dios creó el palo. Y el palo medró y convivió con el resto de animales. Y Dios vio que era bueno. Más tarde, Dios creó al hombre. Y el hombre medró y gobernó con justicia a los demás seres vivos de la creación. Y Dios vio que era bueno Entonces los hombres encontraron el palo. Y comenzaron a atizarse los unos a los otros con él. Y Dios dijo, "Mieeeeerrrrda" Y así fue como Dios creó los tacos. ....... Este bonito extracto de un texto apócrifo de la Biblia, cuya existencia sólo ha sido revelada a unos pocos elegidos a lo largo de la historia, y que tras una ardua investigación yo he descubierto, nos revela la estrecha relación entre el ser humano y el palo a lo largo de los siglos. No hay más que echar un vistazo a la relación de cualquier persona con el palo a lo largo de su vida. Desde su más tierna infancia, cualquier niño encontrará en un palo a su mejor amigo. Y el gato de la familia a su peor pesadilla, pero esa no es la especie de la que estamos hablando...