Desde bien pequeña mi familia me inició en la sana costumbre de fijarme en lo que la gente de mi alrededor hacía mejor que yo. Tampoco es que fueran demasiadas cosas, porque yo de chiquitita era una niña repollo adorable. La cosa es que conforme fui creciendo en edad y sabiduría, también creció el número de puntualizaciones paternas - siempre desde el cariño, cómo no - sobre lo bien que la gente de mi alrededor hacía las cosas, y lo mal que las hacía yo.
Esa actitud no tardó demasiado en arraigar en mi manera de ser. Mientras la búsqueda de personas que valieran más que yo se limitó al ámbito de los estudios - porque una estudiante de primaria tampoco tiene mucho más de lo que preocuparse - no fue un problema, más que nada porque si bien no siempre era la mejor, al menos estaba entre los mejores. E intentar superarse a sí mismo y a los demás era apetecible y estimulante.
Cuando el aspecto físico empezó a ser de importancia en mi vida, la situación cambió ligeramente. No solo era una chica feucha y regordeta, sino que además, debido quizá a algún tipo de lavado de cerebro de origen religioso, o de fanatismo inspirado por ver demasiadas películas de Marisol, mis padres no consentían que me acicalara, ni para ir a clase ni para salir con los amigos. Eso sí, siempre me hacían reparar en lo delgada y guapa que era tal compañera mía de clase, o en lo arreglada que salía siempre a la calle la hija de tal amiga de mi madre.
Yo, siempre en mi línea, desarrollé el bonito hábito de observar a las chicas guapas, y hacer comparativas conmigo. Comparativas en las que, sobra decirlo, siempre salía yo perdiendo. Mi aspecto me creó un complejo quizá demasiado grande para la poca edad que tenía, pero como seguía siendo una de las mejores en los estudios, y el mayor objetivo de tener atractivo físico, es decir, atraer a los chicos, aún no me interesaba, me desentendí a ese respecto.
Siguiente punto en la lista: Actividades artísticas. No sé a qué edad comencé a dibujar. Desde que yo recuerde siempre me ha encantado. Y lo hacía bastante mejor que el resto de mis coetáneos. Era algo de lo que me sentía realmente orgullosa. Hasta que, debido a mis propias inquietudes, empecé a juntarme con gente que, por decirlo de alguna manera, era "artísticamente activa". Y ver sus obras, sumado a mi ya bastante madura costumbre de machacarme la moral comparándome con la gente que hacía las cosas mejor que yo, hizo que dejara de dibujar.
Al comenzar la universidad mis notas empeoraron sustancialmente, así que no tenía ni siquiera los estudios para agarrarme a ello como a una tabla de salvamento. Y lo peor de todo fue que cogí la fea manía, cuando me gustaba un chico, de compararme - perdiendo en la comparación, cómo no - con su novia, o de no tenerla, con la chica que a él le gustara.
Cuando llegué a la veintena, la bola de cosas en las que prácticamente todo el mundo a mi alrededor era mejor que yo había crecido de tal modo que me tiraba todo el día sintiéndome mal por ser tan mediocre. No era guapa, no era simpática, era demasiado agresiva, no era femenina, estaba gorda, mi pelo era un desastre, no sabía hablar de nada interesante, era una ignorante, era muy pava, no me arreglaba, no bailaba bien, no dibujaba bien, no tenía casi ningún amigo, en la vida había gustado a un chico, era una mediocre en los estudios... Todas esas cosas tan insignificantes que, cuando tanto uno mismo como su familia no para de hacer hincapié en ellas durante años, alcanzan la magnitud de una explosión termonuclear.
Y la cosa sigue más o menos igual a día de hoy, gracias en parte a que personas que en su momento me hicieron creer que podía valer algo me han dejado claro que si pensaron eso alguna vez, ya se han dado cuenta de su error.
Tengo asumido que soy una persona más bien mediocre. Es algo que me han estado demostrando, con pruebas palpables, desde hace mucho tiempo. Sé que, en casi cualquier cosa que haga, ni destaco ni soy medianamente buena. Sé que, por mucho que intente ser amable y tratar bien a la gente, no puedo evitar ser una borde insoportable, a veces incluso sin darme cuenta. Sé que por más regímenes que haga, por más horas que me tire delante del espejo intentando adecentar mi aspecto, por más visitas que haga a la peluquería, por más ropa bonita que me compre, no voy a conseguir ser nunca ni la mitad de bonita que cualquier chica que te cruces por la calle. Sé que mi talento artístico es bastante pobre, y que nunca voy a conseguir sacar nada en claro de mis inútiles intentos por avivarlo. Sé que soy bastante ignorante, y que por muchas conversaciones cultas que escuche, o por más libros de cultura general que lea, no voy a dejar de saber bastante menos que la gente con la que trato en el día a día.
Y sé que hay gente peor que yo, por supuesto. Pero he comenzado la disertación comentando que hace muchos años desarrollé la manía de fijarme solo en lo que los demás hacen mejor que yo.
Esa actitud no tardó demasiado en arraigar en mi manera de ser. Mientras la búsqueda de personas que valieran más que yo se limitó al ámbito de los estudios - porque una estudiante de primaria tampoco tiene mucho más de lo que preocuparse - no fue un problema, más que nada porque si bien no siempre era la mejor, al menos estaba entre los mejores. E intentar superarse a sí mismo y a los demás era apetecible y estimulante.
Cuando el aspecto físico empezó a ser de importancia en mi vida, la situación cambió ligeramente. No solo era una chica feucha y regordeta, sino que además, debido quizá a algún tipo de lavado de cerebro de origen religioso, o de fanatismo inspirado por ver demasiadas películas de Marisol, mis padres no consentían que me acicalara, ni para ir a clase ni para salir con los amigos. Eso sí, siempre me hacían reparar en lo delgada y guapa que era tal compañera mía de clase, o en lo arreglada que salía siempre a la calle la hija de tal amiga de mi madre.
Yo, siempre en mi línea, desarrollé el bonito hábito de observar a las chicas guapas, y hacer comparativas conmigo. Comparativas en las que, sobra decirlo, siempre salía yo perdiendo. Mi aspecto me creó un complejo quizá demasiado grande para la poca edad que tenía, pero como seguía siendo una de las mejores en los estudios, y el mayor objetivo de tener atractivo físico, es decir, atraer a los chicos, aún no me interesaba, me desentendí a ese respecto.
Siguiente punto en la lista: Actividades artísticas. No sé a qué edad comencé a dibujar. Desde que yo recuerde siempre me ha encantado. Y lo hacía bastante mejor que el resto de mis coetáneos. Era algo de lo que me sentía realmente orgullosa. Hasta que, debido a mis propias inquietudes, empecé a juntarme con gente que, por decirlo de alguna manera, era "artísticamente activa". Y ver sus obras, sumado a mi ya bastante madura costumbre de machacarme la moral comparándome con la gente que hacía las cosas mejor que yo, hizo que dejara de dibujar.
Al comenzar la universidad mis notas empeoraron sustancialmente, así que no tenía ni siquiera los estudios para agarrarme a ello como a una tabla de salvamento. Y lo peor de todo fue que cogí la fea manía, cuando me gustaba un chico, de compararme - perdiendo en la comparación, cómo no - con su novia, o de no tenerla, con la chica que a él le gustara.
Cuando llegué a la veintena, la bola de cosas en las que prácticamente todo el mundo a mi alrededor era mejor que yo había crecido de tal modo que me tiraba todo el día sintiéndome mal por ser tan mediocre. No era guapa, no era simpática, era demasiado agresiva, no era femenina, estaba gorda, mi pelo era un desastre, no sabía hablar de nada interesante, era una ignorante, era muy pava, no me arreglaba, no bailaba bien, no dibujaba bien, no tenía casi ningún amigo, en la vida había gustado a un chico, era una mediocre en los estudios... Todas esas cosas tan insignificantes que, cuando tanto uno mismo como su familia no para de hacer hincapié en ellas durante años, alcanzan la magnitud de una explosión termonuclear.
Y la cosa sigue más o menos igual a día de hoy, gracias en parte a que personas que en su momento me hicieron creer que podía valer algo me han dejado claro que si pensaron eso alguna vez, ya se han dado cuenta de su error.
Tengo asumido que soy una persona más bien mediocre. Es algo que me han estado demostrando, con pruebas palpables, desde hace mucho tiempo. Sé que, en casi cualquier cosa que haga, ni destaco ni soy medianamente buena. Sé que, por mucho que intente ser amable y tratar bien a la gente, no puedo evitar ser una borde insoportable, a veces incluso sin darme cuenta. Sé que por más regímenes que haga, por más horas que me tire delante del espejo intentando adecentar mi aspecto, por más visitas que haga a la peluquería, por más ropa bonita que me compre, no voy a conseguir ser nunca ni la mitad de bonita que cualquier chica que te cruces por la calle. Sé que mi talento artístico es bastante pobre, y que nunca voy a conseguir sacar nada en claro de mis inútiles intentos por avivarlo. Sé que soy bastante ignorante, y que por muchas conversaciones cultas que escuche, o por más libros de cultura general que lea, no voy a dejar de saber bastante menos que la gente con la que trato en el día a día.
Y sé que hay gente peor que yo, por supuesto. Pero he comenzado la disertación comentando que hace muchos años desarrollé la manía de fijarme solo en lo que los demás hacen mejor que yo.
Pues no estoy de acuerdo...
ResponderEliminar(jujuju, hace poco conseguí que quitase un dibujo porque ponia las luces donde le daba la gana, la hurona)
Tu opinión no vale, que tu no eres objetivo >.<
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