Me siento bastante rara, siendo como soy una chica de clase media baja venida a más a base del sudor de mi frente, y trabajando en un edificio asentado en la calle que separa Alcobendas de La Moraleja, que suele estar llena de niños bien que no tienen ni idea del valor del dinero que a ellos les sobra y a mi tanto me ha costado empezar a conseguir en cantidades decentes.
Justo ayer, cogí el autobús para ir a Plaza de Castilla, en vez del metro, y pasé por un cúmulo de urbanizaciones de chalets. El paisaje que observaba estaba plagado de jardines bien cuidados, aceras inmaculadamente limpias, chalets de cuento de hadas, mujeres con aspecto de eficientes amas de casa paseando con niños cogidos de la mano y cara de no haber tenido ni una sola preocupación en toda su vida... Nadie llegaba tarde a ningún sitio, nadie llegaba cansado del trabajo, nadie tiraba basura al suelo, nadie pisaba el césped. ¡Por Dios, si ni siquiera estaban gastadas del uso las rayas de los pasos de cebra!
Me sentí, incluso metida en aquel autobús lleno de gente que volvía de su trabajo, totalmente fuera de lugar. Me sentí inferior por haber trabajado desde los diez y seis años para poder pagarme mis gastos y mis caprichos, por trabajar ocho horas al día para poder cobrar a fin de mes, por tener que tragarme hora y media de ida y hora y media de vuelta cinco días a la semana, por mis pobres sueños de alquilar un piso con varios amigos por la zona menos ostentosa del Barrio del Pilar para vivir más cerca del trabajo.
Pero si para mi comer en un Vips es todo un acontecimiento, cuando para esa gente debe ser el equivalente a comprar un sandwich en una tienda de Chinos...
Justo ayer, cogí el autobús para ir a Plaza de Castilla, en vez del metro, y pasé por un cúmulo de urbanizaciones de chalets. El paisaje que observaba estaba plagado de jardines bien cuidados, aceras inmaculadamente limpias, chalets de cuento de hadas, mujeres con aspecto de eficientes amas de casa paseando con niños cogidos de la mano y cara de no haber tenido ni una sola preocupación en toda su vida... Nadie llegaba tarde a ningún sitio, nadie llegaba cansado del trabajo, nadie tiraba basura al suelo, nadie pisaba el césped. ¡Por Dios, si ni siquiera estaban gastadas del uso las rayas de los pasos de cebra!
Me sentí, incluso metida en aquel autobús lleno de gente que volvía de su trabajo, totalmente fuera de lugar. Me sentí inferior por haber trabajado desde los diez y seis años para poder pagarme mis gastos y mis caprichos, por trabajar ocho horas al día para poder cobrar a fin de mes, por tener que tragarme hora y media de ida y hora y media de vuelta cinco días a la semana, por mis pobres sueños de alquilar un piso con varios amigos por la zona menos ostentosa del Barrio del Pilar para vivir más cerca del trabajo.
Pero si para mi comer en un Vips es todo un acontecimiento, cuando para esa gente debe ser el equivalente a comprar un sandwich en una tienda de Chinos...
Es una mala suerte que a esas personas les regalen el dinero. Pura ignorancia.
ResponderEliminar