Ayer tuve una de esas tardes que le dejan a uno pasmado.
A principios de mes, estuve llamando a unas cuantas comisarías para ver si conseguía cita para renovarme el DNI en alguna de ellas. Increíblemente, no tardé ni veinte minutos en conseguir que uno de los pocos funcionarios que me cogió el teléfono me diera el número correcto, en llamar, conseguir que me atendiera una operadora - de lo más competente, por cierto, cosa que también me sorprendió - , y que me diera cita. También increíble, sobre todo teniendo en cuenta las fechas en las que estamos, fue que la cita fuera para tan solo unos quince días adelante en el tiempo, el día 19 de Junio (o sea, ayer).
Ayer decido salir antes del trabajo para llegar con tiempo a la comisaría. Llego, miro el cartel en el que informan que, aparte de las dos fotos de carnet, hay que llevar 6,80 euros, salgo corriendo en busca de un cajero, el único con el que doy no es de mi sucursal, solo me permite sacar 30 euros o más, y me clava dos euros y pico por la operación.
Vuelvo, me pongo a la cola, llego a la mesa, doy el carnet y las dos fotos, el funcionario - yo de mayor quiero ser funcionaria - me mira con desdén y me dice que no le puedo dar la misma foto para renovar el carnet dos veces, que en la sala de espera hay un fotomatón, que baje y vuelva cuando me haya hecho unas fotos.
Bajo acordándome de toda la familia del funcionario, entro en el fotomatón, y veo que sólo coge monedas y yo solo tengo billetes. Salgo, poco menos que atropello a una madre y su hijo, les pregunto si tienen cambio, y gracias a Dios sí lo tienen. Entro en el fotomatón, me limpio el sudor de la cara con una toallita húmeda - menos mal que las metí en el bolso esa mañana -, me coloco el pelo - menos mal que me había duchado esa mañana -, me maldigo a mí misma por haberme rascado el escote, porque lo tengo lleno de marcas rojas que van a quedar preciosas en la foto, echo los tres euros, sonrío, salen las fotos, incomprensiblemente salgo genial en ellas (quiero decir, dentro de mis propias limitaciones), salgo tan acelerada del fotomatón que se me olvida coger la cartulina con las ocho fotos de carnet, y me las tiene que dar el chico cuya madre me ha dado cambio de cinco euros, subo, y veo que en las mesas de cita previa hay sendos matrimonios con niños pequeños. Los niños no paran de llorar y uno de ellos se niega a poner el dedo en el lector de huellas digitales. Me desespero, y me entran ganas de cortarle la mano al crío y ponerla en el lector yo misma.
Aparece una funcionaria ¡delgada y con cara amistosa! que reune a todos los que esperábamos con cita previa, nos pide los nombres, consulta en su lista, nos dice en qué orden tenemos que ir pasando, y se sienta en una mesa a atendernos. Uno de los críos se va, y otra de las personas con cita previa se sienta en su lugar. Otra funcionaria ¡arreglada y con cara amigable! se sienta en su mesa y pregunta si hay alguien más con cita previa. Me siento frente a ella, doy la foto, confirmo mis datos, paso los dos índices por el lector, pago los 6,80 euros, firmo el acuse de recibo, espero hasta que los datos se cargan en el chip de mi nuevo y flamante carnet de identidad, la funcionaria se sorprende al oírme decir que tengo 25 años, porque pensaba que tenía bastantes menos - lo cual es totalmente mentira, pero me sentó genial, para qué mentir -, y al cabo de unos minutos me da el carnet con una sonrisa de oreja a oreja y me desea buenas tardes al irme.
Salgo de la comisaría sólo un cuarto de hora después de la hora a la que tenía la cita. Fascinada porque por una vez la burocracia ha funcionado puntuamentel. Y más fascinada aún por haber salido bien en unas fotos de fotomatón, yo, que no salgo favorecida ni que me intenten fotografiar Andrew Farrington y Tiki Llanes López juntos.
En fin. No sé. He guardado las fotos en el libro que me estoy leyendo, y las miro de vez en cuando. Y también miro el carnet, que me dieron inmediatamente, no después de ocho semanas usando un puñetero resguardo de tamaño folio mientras espero que me llegue el carnet nuevo por correo.
Una tarde curiosa.
A principios de mes, estuve llamando a unas cuantas comisarías para ver si conseguía cita para renovarme el DNI en alguna de ellas. Increíblemente, no tardé ni veinte minutos en conseguir que uno de los pocos funcionarios que me cogió el teléfono me diera el número correcto, en llamar, conseguir que me atendiera una operadora - de lo más competente, por cierto, cosa que también me sorprendió - , y que me diera cita. También increíble, sobre todo teniendo en cuenta las fechas en las que estamos, fue que la cita fuera para tan solo unos quince días adelante en el tiempo, el día 19 de Junio (o sea, ayer).
Ayer decido salir antes del trabajo para llegar con tiempo a la comisaría. Llego, miro el cartel en el que informan que, aparte de las dos fotos de carnet, hay que llevar 6,80 euros, salgo corriendo en busca de un cajero, el único con el que doy no es de mi sucursal, solo me permite sacar 30 euros o más, y me clava dos euros y pico por la operación.
Vuelvo, me pongo a la cola, llego a la mesa, doy el carnet y las dos fotos, el funcionario - yo de mayor quiero ser funcionaria - me mira con desdén y me dice que no le puedo dar la misma foto para renovar el carnet dos veces, que en la sala de espera hay un fotomatón, que baje y vuelva cuando me haya hecho unas fotos.
Bajo acordándome de toda la familia del funcionario, entro en el fotomatón, y veo que sólo coge monedas y yo solo tengo billetes. Salgo, poco menos que atropello a una madre y su hijo, les pregunto si tienen cambio, y gracias a Dios sí lo tienen. Entro en el fotomatón, me limpio el sudor de la cara con una toallita húmeda - menos mal que las metí en el bolso esa mañana -, me coloco el pelo - menos mal que me había duchado esa mañana -, me maldigo a mí misma por haberme rascado el escote, porque lo tengo lleno de marcas rojas que van a quedar preciosas en la foto, echo los tres euros, sonrío, salen las fotos, incomprensiblemente salgo genial en ellas (quiero decir, dentro de mis propias limitaciones), salgo tan acelerada del fotomatón que se me olvida coger la cartulina con las ocho fotos de carnet, y me las tiene que dar el chico cuya madre me ha dado cambio de cinco euros, subo, y veo que en las mesas de cita previa hay sendos matrimonios con niños pequeños. Los niños no paran de llorar y uno de ellos se niega a poner el dedo en el lector de huellas digitales. Me desespero, y me entran ganas de cortarle la mano al crío y ponerla en el lector yo misma.
Aparece una funcionaria ¡delgada y con cara amistosa! que reune a todos los que esperábamos con cita previa, nos pide los nombres, consulta en su lista, nos dice en qué orden tenemos que ir pasando, y se sienta en una mesa a atendernos. Uno de los críos se va, y otra de las personas con cita previa se sienta en su lugar. Otra funcionaria ¡arreglada y con cara amigable! se sienta en su mesa y pregunta si hay alguien más con cita previa. Me siento frente a ella, doy la foto, confirmo mis datos, paso los dos índices por el lector, pago los 6,80 euros, firmo el acuse de recibo, espero hasta que los datos se cargan en el chip de mi nuevo y flamante carnet de identidad, la funcionaria se sorprende al oírme decir que tengo 25 años, porque pensaba que tenía bastantes menos - lo cual es totalmente mentira, pero me sentó genial, para qué mentir -, y al cabo de unos minutos me da el carnet con una sonrisa de oreja a oreja y me desea buenas tardes al irme.
Salgo de la comisaría sólo un cuarto de hora después de la hora a la que tenía la cita. Fascinada porque por una vez la burocracia ha funcionado puntuamentel. Y más fascinada aún por haber salido bien en unas fotos de fotomatón, yo, que no salgo favorecida ni que me intenten fotografiar Andrew Farrington y Tiki Llanes López juntos.
En fin. No sé. He guardado las fotos en el libro que me estoy leyendo, y las miro de vez en cuando. Y también miro el carnet, que me dieron inmediatamente, no después de ocho semanas usando un puñetero resguardo de tamaño folio mientras espero que me llegue el carnet nuevo por correo.
Una tarde curiosa.
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