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Diario de un chulo cualquiera

- Mus
- No hay mus
Siento la mirada de odio de mi compañero como si me estuviera disparando con un cañón antitanque, pero me da igual. Soy segunda mano, tengo rey caballo y treinta y dos, y eso solo en la primera dada. Es casi imposible que perdamos esta mano.
Pero perdemos.
Qué se le va a hacer, juego fatal al mus, y mi compañero juega casi tan mal como yo. Eso sí, todo el mundo está de acuerdo en que a faroles no nos gana nadie.
Cuando volvemos de la barra con cuatro tercios - dos para nosotros, dos para los ganadores de la mano, a los que tenemos que invitar - se nos han unido otras dos personas. Resulta que ya son las tres. Y eso que supuestamente solo iba a echar una partida después del desayuno, y luego iba a subirme a la biblioteca...
En fin, me digo, qué le vamos a hacer. Ya le echaré un vistazo al temario por la noche, porque he quedado para comer y la tarde la tengo pillada. Recojo mi mochila, le doy un último trago a mi cerveza, y me despido, no sin apreciar la desilusión en los rostros femeninos que se nos acaban de unir. Una de las chicas me lanza un guiño, y yo le correspondo pasándome la mano por el pelo y lanzándole una sonrisa pícara. A las tías les encanta esa sonrisa, aunque en mi opinión me hace parecer retrasado mental. Pero oye, si a ellas les gusta, mejor para mi.
Saliendo de la facultad, intento recordar el nombre de la morenita que me ha guiñado el ojo... Tenía un nombre corto, a juego con ella: Muy poquita cosa. Aunque es muy mona. Seguramente tenga su número de teléfono en la memoria del móvil, si es que consigo recordar cómo se llama. Igual la llamo este viernes, si me aburro.

Ella ha llegado puntual, como siempre, y me está esperando sentada en una mesa con dos bandejas de comida, una con su menú, y otro con el mío. Le gustará parecer servicial, en alguna especie de regresión al tiempo en que la misión fundamental de las mujeres era tener la casa limpia y la comida siempre a punto para su hombre. A mi me parece más servil que servicial, y me pone enfermo, pero aún así le dedico mi mejor sonrisa al agradecerle el detalle de pedirme la comida - que me voy a comer fría, por cierto, gracias a ella - antes de que llegara.
Parece ser que el estar juntos en el grupo de prácticas le ha hecho pensar que somos algo más que simples compañeros de clase, porque se toma ciertas licencias conmigo que es evidente que no se toma con el resto de tíos. A veces me entran ganas de gritarle que deje de poner cara de ahorcado y se comporte conforme a la edad que tiene, cuando me pone ojitos mientras moja una de sus patatas fritas en el kepchup que tengo yo para las mías. A saber quién demonios le ha dicho que aquello era sugerente....
Pero oye, después de que se haya tomado tantas molestias, vistiéndose - o desvistiéndose, porque con la cantidad de tela que lleva encima no sale ni un cleenex - como se ha vestido, y haciendo todo el numerito de los labios fruncidos cada vez que bebe, y poniendo los ojitos saltones y todo lo demás, no me sentiría bien si no la correspondiera... Soy un firme defensor de que el esfuerzo debe tener siempre recompensa.
Justo en ese momento no hay nadie en la planta de arriba, así que después de recoger las cosas le cojo el antebrazo y, con un guiño y mi sonrisa de deficiente - quiero decir, de pícaro -, le señalo los aseos con la cabeza. Ella tarda unos cinco segundos en comprender. Luego se pone roja, pero sonríe y me vuelve a poner ojitos - si vuelve a hacerlo una sola vez, me marcho por donde he venido -.
Duda un poco, pero me da que está fingiendo pudor, porque durante la comida lo único que le ha faltado es tirar las cosas de la mesa, tumbarse encima y abrirse de piernas, así que ahora que no me venga con que se lo está pensando. Tiro de su brazo con un poco más de fuerza y, efectivamente, su resistencia era de palo, porque se dirige hacia los baños bastante más rápido que yo.
Anda que... menudo zorrón.
Espero que luego no me pida que la llame, porque ahora que caigo, tampoco sé cómo se llama...

He quedado con Elena en la ludoteca; me prometió que me daría la revancha, y como ha estudiado durante el curso puede tomarse una tarde libre en época de exámenes. Y como yo no estudio, también puedo tomármela.
Ha llegado antes que yo, y está en una de las enormes mesas redondas, con una jarra de cerveza a medias y un libro.
- ¿Cuál es esta vez? - me siento enfrente suya, y le quito el libro. Ella me responde con un bufido y me perdona la vida con la mirada mientras señala el reloj - si, vale, lo siento. Pero esta vez solo han sido veinte minutos... Ajá, éste aún no me lo he leído - lo devuelvo a su regazo - ya me lo prestarás.
- Claro, en cuanto me devuelvas los otros tres que te presté. Anda, haz algo útil y pide el tablero.

Estamos toda la tarde jugando. Bueno, en honor a la verdad, Elena se tira toda la tarde machacándome. Y también hablamos. No sé cómo surge, pero le cuento el numerito de la hora de la comida, y se parte de risa. Me llama de todo - aunque siempre desde el cariño, añade al final de cada frase - entre carcajada y carcajada. Aunque no sé qué se podía esperar de mi en aquella situación. Quiero decir, si una tía viene pidiéndome sexo a gritos, ¿yo quién soy para negárselo? Si la chica se hubiera limitado a comer y hablar, es decir, a comportarse como una persona normal, yo nunca me la habría llevado a los servicios.
Le explico mi opinión, y lo único que consigo es que se ría aún con más fuerza. No creas, me dice, entiendo tu punto de vista. Pero sigue riéndose. Y bueno, bien pensado, es que tiene gracia.

Cuando nos estamos despidiendo comenta si algún día comenzaré a darme cuenta de que las tías son algo más que muñecas hinchables articuladas. Lo comenta de buenas, con una sonrisa en los labios. Y luego se marcha por donde vino, sin mirar atrás una sola vez.
Ya sé que las mujeres son algo más que muñecas hinchables articuladas, joder. Pero es que yo solo conozco a una mujer. El resto de tías que conozco se comportan de un modo más parecido a perras en celo que a seres humanos... ¿así que cómo puedo yo tomármelas por otra cosa?

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