A partir de aquel día, el guardabosques procuró tratar lo menos posible a Caperucita y a su madre. Todo el mundo sabía que la niña era caprichosa, maleducada y alborotadora. La mitad de las madres de la aldea la odiaban porque arrastraba a sus hijos con ella en sus travesuras. Y respecto a su madre, era un claro ejemplo de ceguera condicionada: Nada malo que le dijeran sobre su hija podía ser cierto. Desde que su esposo muriera, Caperucita se había convertido en una especie de apóstol al que ella idolatraba y consentía. Todo el que conocía a hija y madre estaba de acuerdo en que si la niña era así, era en gran parte gracias a la educación que había recibido.
Pero lo que jamás se le ocurriría a nadie en la aldea es que la muchacha fuera una asesina. Y menos al guardabosques. Admitía que la niña era bastante irascible, y que los días que visitaba a la anciana y estaba ella en la casa, su actitud hacia él y hacia su abuela siempre había sido de odio mal disimulado. Claro que el comportamiento de aquella señora tampoco era como para cogerle cariño. Seguramente iba en los genes.
Realmente, el guardabosques se negaba a creer que todo aquello fuera un ardid de Caperucita. Pero había demasiadas evidencias... El rastro de sangre que se había encontrado en el sendero pertenecía, sin lugar a dudas, al lobo que había encontrado medio muerto en la casa de la anciana. Y ese camino era el que tomaba Caperucita para ir a ver a su abuela. Por otro lado, la niña le había dicho que la pistola con la que intentó defenderse de aquel monstruo la había puesto allí su madre, para que la pobre anciana tuviera con qué defenderse en caso de necesidad. Pero la madre no sabía nada de un arma. Y por el reguero se sangre, el lobo había sido herido mucho antes de llegar a la casa de la vieja. Y además, ¿como es que devoró a la vieja masticando minuciosamente cada bocado, y a la niña se la tragó entera? La abuela estaba medio digerida, así que estaba claro que se la había tragado bastante antes que a Caperucita, al contrario de lo que ella había dicho. Por último, el lobo estaba casi desangrado cuando lo encontró, y si la niña acababa de dispararle, por las heridas que tenía era totalmente imposible que hubiera perdido tanta sangre en tan poco tiempo.
Todo eran incongruencias. Pero si realmente era aquella niña el verdadero monstruo... Al guardabosques le daba verdadero terror pensar qué sería capaz de hacer con él una niña que había dado buena cuenta de su abuela y de una bestia como la que había visto en aquella casa, y había sido capaz de disfrazarlo todo de trágico accidente.
Mejor hacer como que se había tragado el cuento, e intentar tratar lo menos posible a Caperucita en el futuro... Y si era totalmente obligatorio volver a verla, ya se procuraría él no disgustarla, si es que realmente apreciaba su vida.
Pero lo que jamás se le ocurriría a nadie en la aldea es que la muchacha fuera una asesina. Y menos al guardabosques. Admitía que la niña era bastante irascible, y que los días que visitaba a la anciana y estaba ella en la casa, su actitud hacia él y hacia su abuela siempre había sido de odio mal disimulado. Claro que el comportamiento de aquella señora tampoco era como para cogerle cariño. Seguramente iba en los genes.
Realmente, el guardabosques se negaba a creer que todo aquello fuera un ardid de Caperucita. Pero había demasiadas evidencias... El rastro de sangre que se había encontrado en el sendero pertenecía, sin lugar a dudas, al lobo que había encontrado medio muerto en la casa de la anciana. Y ese camino era el que tomaba Caperucita para ir a ver a su abuela. Por otro lado, la niña le había dicho que la pistola con la que intentó defenderse de aquel monstruo la había puesto allí su madre, para que la pobre anciana tuviera con qué defenderse en caso de necesidad. Pero la madre no sabía nada de un arma. Y por el reguero se sangre, el lobo había sido herido mucho antes de llegar a la casa de la vieja. Y además, ¿como es que devoró a la vieja masticando minuciosamente cada bocado, y a la niña se la tragó entera? La abuela estaba medio digerida, así que estaba claro que se la había tragado bastante antes que a Caperucita, al contrario de lo que ella había dicho. Por último, el lobo estaba casi desangrado cuando lo encontró, y si la niña acababa de dispararle, por las heridas que tenía era totalmente imposible que hubiera perdido tanta sangre en tan poco tiempo.
Todo eran incongruencias. Pero si realmente era aquella niña el verdadero monstruo... Al guardabosques le daba verdadero terror pensar qué sería capaz de hacer con él una niña que había dado buena cuenta de su abuela y de una bestia como la que había visto en aquella casa, y había sido capaz de disfrazarlo todo de trágico accidente.
Mejor hacer como que se había tragado el cuento, e intentar tratar lo menos posible a Caperucita en el futuro... Y si era totalmente obligatorio volver a verla, ya se procuraría él no disgustarla, si es que realmente apreciaba su vida.
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