El tacto frío de la funda nórdica la despierta de un modo que a ella se le antoja dulce. Abre los ojos, sin saber dónde se encuentra, tarda unos momentos en comprender de qué habitación es la pared que contempla, y unos pocos más en comprender cómo ha llegado allí. Bosteza, perezosa, como un gato al sol, estirándose todo lo larga que es, disfrutando del fresco de la manta sobre su cuerpo.
Se gira lentamente, con una sonrisa en los labios, y le encuentra sentado delante del ordenador, dándole la espalda. Le oye hablarla; se ha dado cuenta de que está despierta, así que ella se hace una bolita bajo las mantas, sonriente, esperando que se levante y se acerque a la cama.
Pero pasa un minuto, y otro, y no se mueve. Ella, incrédula, le habla. Él responde, sin girarse en ningún momento, y sigue a lo suyo. Ella le clava los ojos en la nuca, intentando hacer que se vuelva con la fuerza de su pensamiento. Pero él sigue sentado de espaldas a ella.
Al final, ella tiene que pedirlo: "¿No vienes a darme los buenos días?". Lo que acaba de decir es una tontería, porque son las siete de la tarde, ella estaba durmiendo la siesta, aburrida porque él no le había dirigido la palabra en horas, ocupado como estaba con el ordenador. Él, tras decirle que esperase a que terminara de teclear algo, se levanta, se acerca a la cama, y se sienta en el borde, a la altura de su pecho.
Comienza a hacerle arrumacos con dulzura, pero ella ya no quiere que la toque. Ha dejado de sonreír, y le mira con tristeza. Él no debería haberse sentido obligado a acercarse por sus palabras. Debía haberse acercado porque quería verla despertarse. Él no quiere estar ahí sentado, quiere estar frente a su ordenador... y ella no quiere que él se siente a su lado mientras desea estar en otro lugar.
Él, defraudado por la triste reacción de ella ante sus arrumacos, se levanta y vuelve a sus quehaceres. Ella, triste de ver la poca importancia que tiene en comparación con un ordenador, se da la vuelta en la cama, y cierra los ojos conteniendo las lágrimas, mientras intenta dormirse de nuevo, para que la hora de volver a casa llegue lo antes posible.
Se gira lentamente, con una sonrisa en los labios, y le encuentra sentado delante del ordenador, dándole la espalda. Le oye hablarla; se ha dado cuenta de que está despierta, así que ella se hace una bolita bajo las mantas, sonriente, esperando que se levante y se acerque a la cama.
Pero pasa un minuto, y otro, y no se mueve. Ella, incrédula, le habla. Él responde, sin girarse en ningún momento, y sigue a lo suyo. Ella le clava los ojos en la nuca, intentando hacer que se vuelva con la fuerza de su pensamiento. Pero él sigue sentado de espaldas a ella.
Al final, ella tiene que pedirlo: "¿No vienes a darme los buenos días?". Lo que acaba de decir es una tontería, porque son las siete de la tarde, ella estaba durmiendo la siesta, aburrida porque él no le había dirigido la palabra en horas, ocupado como estaba con el ordenador. Él, tras decirle que esperase a que terminara de teclear algo, se levanta, se acerca a la cama, y se sienta en el borde, a la altura de su pecho.
Comienza a hacerle arrumacos con dulzura, pero ella ya no quiere que la toque. Ha dejado de sonreír, y le mira con tristeza. Él no debería haberse sentido obligado a acercarse por sus palabras. Debía haberse acercado porque quería verla despertarse. Él no quiere estar ahí sentado, quiere estar frente a su ordenador... y ella no quiere que él se siente a su lado mientras desea estar en otro lugar.
Él, defraudado por la triste reacción de ella ante sus arrumacos, se levanta y vuelve a sus quehaceres. Ella, triste de ver la poca importancia que tiene en comparación con un ordenador, se da la vuelta en la cama, y cierra los ojos conteniendo las lágrimas, mientras intenta dormirse de nuevo, para que la hora de volver a casa llegue lo antes posible.
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