Llevas bailando con desconocidos tanto tiempo que ya ni sientes los pies.
Ni siquiera sabes por qué viniste a esta fiesta, por qué te gastaste esa ridícula cantidad de dinero en el nido de encaje que te envuelve y con el que no podrías sentirte más incómoda. No entiendes por qué de pronto se te pasó por la cabeza comprar aquella entrada, pasar la tarde en el salón de belleza, maquillarte como si fueras una máscara de teatro japonés.
Sólo sabes que permaneciste despierta demasiado tiempo después del anochecer, que no tomaste los somníferos que te garantizarían una noche sin sueños. Estás furiosa contigo misma por haber sido tan descuidada; llevas más de siete años acostándote puntualmente escasos minutos antes del ocaso, sedada de tal manera que ningún pensamiento te traicione durante el sueño. Siete años, desde que te diste cuenta de que si podía predecir todos tus movimientos, era porque tú le dejabas leerlos en tu mente.
Estabas más cerca que nunca de alcanzarlo. Has dedicado la mayor parte de tu vida a estudiar los documentos que conducen a muchos de sus antiguos asentamientos, y esta vez ibas un paso por delante de él.
Hasta que se te ocurrió seguir despierta tras la puesta de sol.
Un joven alto con una recargada casaca bermellón te rodea la cintura con su brazo, admira tu antifaz de plumas negras y rojas, acerca su cuerpo al tuyo, y sientes cómo comienzas a bailar de nuevo, llevada más por tu pareja que por el impulso de tus pies. Nunca usas zapatos de tacón, y el que llevas ahora mismo es demasiado alto como para siquiera mantener el equilibrio.
Estás realmente furiosa. No tienes la más remota idea de cómo se te ocurrió venir aquí esta noche, así que no te cabe duda acerca de quién puso esa idea en tu cabeza. Mientras tú estás hipnotizada por sus propios pensamientos, disfrazada de decadente dama de la corte y bailando hasta el amanecer, él vuelve a escapar. Y todo porque no fuiste capaz de volver a tu casa a la hora debida.
El corsé forrado de seda apenas te deja respirar, y tantas capas de encaje para dar volumen a la falda te estorban al moverte. Te sofocas y tienes que dejar de bailar. te quitas los largos guantes de raso y te das aire con ellos, mientras tu pareja te observa solícito.
Miras a tu alrededor. Al mar de bordados y encajes que se despliega a tu alrededor. Miras a tu desconocido acompañante, a sus labios rojos por el vino, su peluca mal empolvada, su antifaz de plumas verdes. Desprende un hedor tan fuerte a alcohol y sudor que te hace sentir náuseas. Te disculpas y caminas con paso vacilante hasta los aseos.
Te maldices de nuevo por ser tan estúpida. Te maldices mil veces mientras vuelves a la sala de baile, coges una copa, y aguantas a otro desconocido acercarse a ti, pisarte la falda, dibujar el contorno de tus senos con la mirada. Tienes ganas de abofetearle, de gritarle, de tirarle el contenido de tu copa a la cara.
Alguien te dice que te gires a tu izquierda. Lo haces, pero junto a ti no hay nadie. Vuelves la mirada a tu nuevo acompañante, pero él no sabe de qué hablas. Te giras de nuevo a la izquierda, el miedo empezando a sustituir a la intriga. Todo esto empieza a ser demasiado elaborado para tratarse de una simple huida...
A tu izquierda no se ve mucho más que en cualquier otro lado. Invitados bailando, disfrutando de su mutua compañía, algunos con las máscaras aún puestas, otros con el rostro ya desnudo, el alcohol corriendo por sus venas cada vez en mayor cantidad, a la vez que sus carcajadas se hacen cada vez más escandalosas. Un torbellino de tela, plumas y rostros empieza a girar a tu alrededor. El aire empezaba a faltarte en demasiada cantidad. Te apoyas contra la pared para no caerte.
Entonces lo ves. Una persona se mantiene quieta entre todos ellos. No te habías fijado en él antes, o quizá él no había querido que lo hicieras. Está de espaldas, su pelo negro sujeto a la nuca con una cinta roja, derramando bucles por buena parte de la longitud de su espalda. Entre la gente sólo le ves hasta los hombros, pero alcanzas a adivinar una casaca recargada con una capa de brocado sobre ella, de color dorado. No le ves moverse, pero de pronto está frente a ti, mirándote. La sorpresa hace que te falte aún más aire, te sientes desfallecer, tus piernas dejan de sostenerte.
El hombre que tienes frente a ti te sujeta por la cintura, te aprieta contra él evitando que caigas al suelo. Miras su rostro, y sus ojos negros te absorben por completo. Nadie te ha dicho nada, pero tú ya sabes quién es. No necesitas haber visto su cara para saberlo.
Pensé que todo esto era para darte tiempo a huir, piensas, y otro pensamiento se forma en tu mente: Llevas toda la vida buscándome, dice. Sientes que penetra en tu mente, en tus pensamientos más profundos, y en vez de la repulsión de la que te habían hablado, esa sensación te produce placer. No es necesario, pero asientes ante su afirmación. Vuestros ojos siguen clavados los del uno en los del otro, y notas cómo él se va inclinando lentamente hacia ti.
Ha llegado el momento de terminar con la búsqueda, piensas. O mejor dicho, él lo piensa en tu cabeza. Nadie había sido tan perseverante, nadie había sido tan listo. Nadie había llegado nunca tan lejos.
Nadie se lo merece más que tú.
Sientes sus labios en tu cuello, y se te escapa un gemido cuando, tras el dolor inicial, notas cómo succiona tu sangre. Aquello debería haberte parecido terriblemente obsceno, o eso te enseñaron, pero no puedes dejar de sentir placer. Observas a la gente a tu alrededor una vez más, que sigue con sus diversiones sin darse cuenta de lo que está sucediendo junto a ellos.
"Nadie se lo merece más que tú"
Te llevas la mano al bolso, y sacas una navaja con la que haces un minúsculo corte en el cuello de tu recién encontrado amante. Ves la sangre manar, densa, oscura, brillante.
Y aplicas tus labios a la herida.
Ni siquiera sabes por qué viniste a esta fiesta, por qué te gastaste esa ridícula cantidad de dinero en el nido de encaje que te envuelve y con el que no podrías sentirte más incómoda. No entiendes por qué de pronto se te pasó por la cabeza comprar aquella entrada, pasar la tarde en el salón de belleza, maquillarte como si fueras una máscara de teatro japonés.
Sólo sabes que permaneciste despierta demasiado tiempo después del anochecer, que no tomaste los somníferos que te garantizarían una noche sin sueños. Estás furiosa contigo misma por haber sido tan descuidada; llevas más de siete años acostándote puntualmente escasos minutos antes del ocaso, sedada de tal manera que ningún pensamiento te traicione durante el sueño. Siete años, desde que te diste cuenta de que si podía predecir todos tus movimientos, era porque tú le dejabas leerlos en tu mente.
Estabas más cerca que nunca de alcanzarlo. Has dedicado la mayor parte de tu vida a estudiar los documentos que conducen a muchos de sus antiguos asentamientos, y esta vez ibas un paso por delante de él.
Hasta que se te ocurrió seguir despierta tras la puesta de sol.
Un joven alto con una recargada casaca bermellón te rodea la cintura con su brazo, admira tu antifaz de plumas negras y rojas, acerca su cuerpo al tuyo, y sientes cómo comienzas a bailar de nuevo, llevada más por tu pareja que por el impulso de tus pies. Nunca usas zapatos de tacón, y el que llevas ahora mismo es demasiado alto como para siquiera mantener el equilibrio.
Estás realmente furiosa. No tienes la más remota idea de cómo se te ocurrió venir aquí esta noche, así que no te cabe duda acerca de quién puso esa idea en tu cabeza. Mientras tú estás hipnotizada por sus propios pensamientos, disfrazada de decadente dama de la corte y bailando hasta el amanecer, él vuelve a escapar. Y todo porque no fuiste capaz de volver a tu casa a la hora debida.
El corsé forrado de seda apenas te deja respirar, y tantas capas de encaje para dar volumen a la falda te estorban al moverte. Te sofocas y tienes que dejar de bailar. te quitas los largos guantes de raso y te das aire con ellos, mientras tu pareja te observa solícito.
Miras a tu alrededor. Al mar de bordados y encajes que se despliega a tu alrededor. Miras a tu desconocido acompañante, a sus labios rojos por el vino, su peluca mal empolvada, su antifaz de plumas verdes. Desprende un hedor tan fuerte a alcohol y sudor que te hace sentir náuseas. Te disculpas y caminas con paso vacilante hasta los aseos.
Te maldices de nuevo por ser tan estúpida. Te maldices mil veces mientras vuelves a la sala de baile, coges una copa, y aguantas a otro desconocido acercarse a ti, pisarte la falda, dibujar el contorno de tus senos con la mirada. Tienes ganas de abofetearle, de gritarle, de tirarle el contenido de tu copa a la cara.
Alguien te dice que te gires a tu izquierda. Lo haces, pero junto a ti no hay nadie. Vuelves la mirada a tu nuevo acompañante, pero él no sabe de qué hablas. Te giras de nuevo a la izquierda, el miedo empezando a sustituir a la intriga. Todo esto empieza a ser demasiado elaborado para tratarse de una simple huida...
A tu izquierda no se ve mucho más que en cualquier otro lado. Invitados bailando, disfrutando de su mutua compañía, algunos con las máscaras aún puestas, otros con el rostro ya desnudo, el alcohol corriendo por sus venas cada vez en mayor cantidad, a la vez que sus carcajadas se hacen cada vez más escandalosas. Un torbellino de tela, plumas y rostros empieza a girar a tu alrededor. El aire empezaba a faltarte en demasiada cantidad. Te apoyas contra la pared para no caerte.
Entonces lo ves. Una persona se mantiene quieta entre todos ellos. No te habías fijado en él antes, o quizá él no había querido que lo hicieras. Está de espaldas, su pelo negro sujeto a la nuca con una cinta roja, derramando bucles por buena parte de la longitud de su espalda. Entre la gente sólo le ves hasta los hombros, pero alcanzas a adivinar una casaca recargada con una capa de brocado sobre ella, de color dorado. No le ves moverse, pero de pronto está frente a ti, mirándote. La sorpresa hace que te falte aún más aire, te sientes desfallecer, tus piernas dejan de sostenerte.
El hombre que tienes frente a ti te sujeta por la cintura, te aprieta contra él evitando que caigas al suelo. Miras su rostro, y sus ojos negros te absorben por completo. Nadie te ha dicho nada, pero tú ya sabes quién es. No necesitas haber visto su cara para saberlo.
Pensé que todo esto era para darte tiempo a huir, piensas, y otro pensamiento se forma en tu mente: Llevas toda la vida buscándome, dice. Sientes que penetra en tu mente, en tus pensamientos más profundos, y en vez de la repulsión de la que te habían hablado, esa sensación te produce placer. No es necesario, pero asientes ante su afirmación. Vuestros ojos siguen clavados los del uno en los del otro, y notas cómo él se va inclinando lentamente hacia ti.
Ha llegado el momento de terminar con la búsqueda, piensas. O mejor dicho, él lo piensa en tu cabeza. Nadie había sido tan perseverante, nadie había sido tan listo. Nadie había llegado nunca tan lejos.
Nadie se lo merece más que tú.
Sientes sus labios en tu cuello, y se te escapa un gemido cuando, tras el dolor inicial, notas cómo succiona tu sangre. Aquello debería haberte parecido terriblemente obsceno, o eso te enseñaron, pero no puedes dejar de sentir placer. Observas a la gente a tu alrededor una vez más, que sigue con sus diversiones sin darse cuenta de lo que está sucediendo junto a ellos.
"Nadie se lo merece más que tú"
Te llevas la mano al bolso, y sacas una navaja con la que haces un minúsculo corte en el cuello de tu recién encontrado amante. Ves la sangre manar, densa, oscura, brillante.
Y aplicas tus labios a la herida.
Interesante, ya lo había leído pero no encontraba tiempo para comentarlo.
ResponderEliminarMe parece que has conseguido el espíritu decimonónico de narrativa gótica pero con un toque moderno, la verdad es que me he transportado a "El Vampiro" de Polidori según leía.
Me ha gustado a pesar de que, últimamente, este género me gusta cada vez menos edulcorado y más gore (en el sentido shakespeariano), cruel y macabro.
Aplausos, me ha gustado mucho, de verdad.
Me gustaría ver más.
Eh... claaaro... Esto... ¡Justo en Polidori pensaba cuando escribía! ¡Sí! ¡Precisamente el otro día quedé a tomar café con él, y me lo comentó! XDDDDDDDDDDDD
ResponderEliminarMe alegro de que te guste, me costó un mes conseguir captar la puñetera atmósfera. He aprendido que para escribir relatos góticos, escuchar Bob Sinclair a todo volumen no es precisamente una ayuda...
Creo poder asegurar que verás más cosicas de vampiros en un futuro no muy lejano... y no sé si decir que eso es bueno :S
PUes... desde mi punto de vista de friki vampírica... Tengo que decir que...
ResponderEliminarEsto...
ME ENCANTAAAAAAAAAA!!! XDDDD PEro de esto hace mucho!!!!!
Quiero más!