Dejamos nuestra tesis sobre los palos en un punto en el que parecía que el sano arte de liarse a ostias con estacas había sido desterrado de la sociedad de bárbaros corrompidos por las nuevas tecnologías en la que vivimos.
Pero siempre hubo pequeños reductos de sabiduría ancestral: En Asia, donde el saber popular no se vio adulterado por ningún demagogo sediento de poder y creador de adeptos ignorantes y fieles - también conocido como Iglesia -, hubo grandes maestros que transmitieron sus artes a cada nueva generación, siempre por vía oral - en tres tomas diarias, junto con las comidas - para no mancillar el carácter sagrado de estas enseñanzas poniéndolas sobre un papel.
Se les podía reconocer por la calle por sus rostros deformados y sus cuerpos cubiertos de cardenales. Y cuando a uno se le reconocía como tal, se le respetaba allí donde iba, porque él era uno de los guardianes del saber de la Relajación Última, y la pureza y serenidad de su alma eran envidiadas y admiradas.
Cuando Occidente salió de su espiral de podredumbre y decadencia - también conocida como Edad Media - y comenzó a tener trato con Oriente, cual si de vasos comunicantes se tratase, los occidentales comenzaron a asimilar algunas de las enseñanzas de Oriente.
En los primeros contactos, cuando los occidentales comenzaron a ver a aquellos respetados monjes de cabeza afeitada, completamente cubiertos de cardenales y con sonrisas de bobalicón, la primera impresión que tuvieron fue que los orientales eran un pueblo dado a las sustancias psicotrópicas y al sadomasoquismo, y que como consecuencia de ello la mayor parte de ellos había sufrido pérdida de masa cerebral.
Pero poco a poco, conforme el entendimiento se abrió paso entre las dos culturas, los occidentales comprendieron que aquellos drogadictos eran tan respetados porque habían alcanzado un estado de serenidad tal que nada podía perturbarlos. Se tardó en comprender esto, porque la falta de reacción ante estímulos externos se achacó en un primer momento a fracturas sin soldar en las mandíbulas de los monjes, y esta primera teoría era cierta en la mayoría de los casos.
Cuando los occidentales comprendieron, les preguntaron a los sabios cómo habían llegado a ese estado de paz, pero por respuesta sólo obtuvieron una cortés reverencia. Entonces, los extranjeros preguntaron a los comerciantes, pero éstos les respondieron de igual forma. Y de los agricultores, guerreros y cortesanos no obtuvieron tampoco respuesta diferente.
Fue entonces cuando los occidentales se plantearon que aprender el idioma de aquel lugar podría ser provechoso.
Una vez solventado el problema de la diferencia de idioma, los occidentales escucharon cómo alcanzaban esos sabios la Relajación Última, y comenzaron de nuevo a pensar que aquel era un pueblo de bárbaros sadomasoquistas. Pero un monje especialmente sabio, que vio curiosidad en el corazón del extranjero más joven, le ofreció un palo y le invitó a probar aquella técnica junto a ellos.
Tras horas de Relajación, el joven al que habían invitado a participar en ella se sentía más tranquilo y sereno de lo que podía recordar haber estado nunca. Lamentablemente, tenía el cuerpo y la cara tan magullados que no fue capaz de comunicarles a sus compañeros las virtudes de aquella práctica, y murió a los pocos días por hemorragias internas.
Esto supuso un gran regocijo para los Orientales, pues habían mediado para que un occidental llegase a alcanzar la Paz Suprema, y se sintieron hermanados con los extranjeros.
Sin embargo, los occidentales se tomaron aquello como un ataque a su país, y les declararon la guerra.
Guerra que Oriente aceptó con regocijo, pues los extranjeros, tras haber visto cómo bendecían a uno de ellos, habían decidido participar todos, en un ritual de relajación a gran escala. Hubo gran regocijo en Oriente, pues se había alcanzado la armonía entre dos culturas tan diferentes, y todo gracias al sano arte de liarse a palos.
Naturalmente, después de la guerra, los orientales quedaron felices y relajados, mientras que los occidentales, pese a haber ganado, se sentían frustrados y muy estresados. Lo que hizo que se volvieran a preguntar cómo conseguían esos hombres de ojos achinados estar siempre tan tranquilos, pese a haber sido masacrados.
Uno de los maestros más sabios, que pese a la alegría que sentía tras la guerra sospechaba que los extranjeros no habían entendido nada, tomó a un niño occidental por aprendiz, y le enseñó todo lo que sabía. Como esta vez fue sólo un monje el que apaleaba al joven, en vez de varios, éste sobrevivió para contar las virtudes que aquellas palizas tenían sobre su espíritu, lo que evitó una segunda guerra.
El joven aprendiz permaneció en Oriente muchos años, y volvió a Occidente ya mayor, para transmitir toda la sabiduría adquirida a otro joven.
Y este joven, cuando llegó el otoño de su vida, transmitió asimismo su saber a otro niño.
Y así se sucedieron las enseñanzas, generación tras generación, hasta llegar a nuestros días.
Fue de este modo como el saber del apalizamiento se fue transmitiendo por Occidente, y por eso ahora pueden encontrarse reductos de sabiduría ancestral en ciertos lugares, donde estos elegidos, al igual que los monjes orientales hace tantos años, se pasean orgullosos con sus cuerpos repletos de cardenales y sonrisas de bobalicón.
Viéndoles pienso, con el corazón rebosante de dicha, que el ser humano todavía tiene una oportunidad de salvarse, de acabar con todo el odio, el miedo y la violencia. De alcanzar la Paz Suprema.
Pero siempre hubo pequeños reductos de sabiduría ancestral: En Asia, donde el saber popular no se vio adulterado por ningún demagogo sediento de poder y creador de adeptos ignorantes y fieles - también conocido como Iglesia -, hubo grandes maestros que transmitieron sus artes a cada nueva generación, siempre por vía oral - en tres tomas diarias, junto con las comidas - para no mancillar el carácter sagrado de estas enseñanzas poniéndolas sobre un papel.
Se les podía reconocer por la calle por sus rostros deformados y sus cuerpos cubiertos de cardenales. Y cuando a uno se le reconocía como tal, se le respetaba allí donde iba, porque él era uno de los guardianes del saber de la Relajación Última, y la pureza y serenidad de su alma eran envidiadas y admiradas.
Cuando Occidente salió de su espiral de podredumbre y decadencia - también conocida como Edad Media - y comenzó a tener trato con Oriente, cual si de vasos comunicantes se tratase, los occidentales comenzaron a asimilar algunas de las enseñanzas de Oriente.
En los primeros contactos, cuando los occidentales comenzaron a ver a aquellos respetados monjes de cabeza afeitada, completamente cubiertos de cardenales y con sonrisas de bobalicón, la primera impresión que tuvieron fue que los orientales eran un pueblo dado a las sustancias psicotrópicas y al sadomasoquismo, y que como consecuencia de ello la mayor parte de ellos había sufrido pérdida de masa cerebral.
Pero poco a poco, conforme el entendimiento se abrió paso entre las dos culturas, los occidentales comprendieron que aquellos drogadictos eran tan respetados porque habían alcanzado un estado de serenidad tal que nada podía perturbarlos. Se tardó en comprender esto, porque la falta de reacción ante estímulos externos se achacó en un primer momento a fracturas sin soldar en las mandíbulas de los monjes, y esta primera teoría era cierta en la mayoría de los casos.
Cuando los occidentales comprendieron, les preguntaron a los sabios cómo habían llegado a ese estado de paz, pero por respuesta sólo obtuvieron una cortés reverencia. Entonces, los extranjeros preguntaron a los comerciantes, pero éstos les respondieron de igual forma. Y de los agricultores, guerreros y cortesanos no obtuvieron tampoco respuesta diferente.
Fue entonces cuando los occidentales se plantearon que aprender el idioma de aquel lugar podría ser provechoso.
Una vez solventado el problema de la diferencia de idioma, los occidentales escucharon cómo alcanzaban esos sabios la Relajación Última, y comenzaron de nuevo a pensar que aquel era un pueblo de bárbaros sadomasoquistas. Pero un monje especialmente sabio, que vio curiosidad en el corazón del extranjero más joven, le ofreció un palo y le invitó a probar aquella técnica junto a ellos.
Tras horas de Relajación, el joven al que habían invitado a participar en ella se sentía más tranquilo y sereno de lo que podía recordar haber estado nunca. Lamentablemente, tenía el cuerpo y la cara tan magullados que no fue capaz de comunicarles a sus compañeros las virtudes de aquella práctica, y murió a los pocos días por hemorragias internas.
Esto supuso un gran regocijo para los Orientales, pues habían mediado para que un occidental llegase a alcanzar la Paz Suprema, y se sintieron hermanados con los extranjeros.
Sin embargo, los occidentales se tomaron aquello como un ataque a su país, y les declararon la guerra.
Guerra que Oriente aceptó con regocijo, pues los extranjeros, tras haber visto cómo bendecían a uno de ellos, habían decidido participar todos, en un ritual de relajación a gran escala. Hubo gran regocijo en Oriente, pues se había alcanzado la armonía entre dos culturas tan diferentes, y todo gracias al sano arte de liarse a palos.
Naturalmente, después de la guerra, los orientales quedaron felices y relajados, mientras que los occidentales, pese a haber ganado, se sentían frustrados y muy estresados. Lo que hizo que se volvieran a preguntar cómo conseguían esos hombres de ojos achinados estar siempre tan tranquilos, pese a haber sido masacrados.
Uno de los maestros más sabios, que pese a la alegría que sentía tras la guerra sospechaba que los extranjeros no habían entendido nada, tomó a un niño occidental por aprendiz, y le enseñó todo lo que sabía. Como esta vez fue sólo un monje el que apaleaba al joven, en vez de varios, éste sobrevivió para contar las virtudes que aquellas palizas tenían sobre su espíritu, lo que evitó una segunda guerra.
El joven aprendiz permaneció en Oriente muchos años, y volvió a Occidente ya mayor, para transmitir toda la sabiduría adquirida a otro joven.
Y este joven, cuando llegó el otoño de su vida, transmitió asimismo su saber a otro niño.
Y así se sucedieron las enseñanzas, generación tras generación, hasta llegar a nuestros días.
Fue de este modo como el saber del apalizamiento se fue transmitiendo por Occidente, y por eso ahora pueden encontrarse reductos de sabiduría ancestral en ciertos lugares, donde estos elegidos, al igual que los monjes orientales hace tantos años, se pasean orgullosos con sus cuerpos repletos de cardenales y sonrisas de bobalicón.
Viéndoles pienso, con el corazón rebosante de dicha, que el ser humano todavía tiene una oportunidad de salvarse, de acabar con todo el odio, el miedo y la violencia. De alcanzar la Paz Suprema.
Voy a crear una nueva categoría, "Idas de tarro", porque está claro que cada vez se me va más XDDDD
ResponderEliminarQue la categoría debería estar creada hace tiempo, no te lo discuto. Que tendrías que etiquetar medio blog puede que sea una opinión más personal... :P
ResponderEliminarlo de "el musical" me ha matado. Pobre Patrick Stewart, hacerle ser un personaje serio con lo que le gusta a él hacer de personaje humoristico, como el profesor X...oh,wait :-D
ResponderEliminarLa investigación sobre la palología, tremenda. Hay que ahondar en esta tradición milenaria, oigan.
¡tabas desaparecida! (para lo que suele ser tu ritmo de posteo y comentarios) :-)
@Asbeel: Algo parecido me pasó cuando creé la categoría "Ironías de la vida", que tuve que etiquetar medio blog... XDDDD Pero comparto tu opinión, eh? :P
ResponderEliminar@Ender: Esa imagen es taaaan enorme XDDD
Me alegra que te guste el estudio XDDD Trini me ha comentado que es "demasiado ida de olla" para su gusto... xDD
Si, toy desaparecida. Es que se me han ido de vacaciones los chinofarmers, que alguien les ha pasado un pliego con el convenio y se me han puesto reivindicativos ._.U Cuando pille yo al sindicalista que lo ha hecho, me va a oír...