Es la madrugada más húmeda desde que ha comenzado el otoño. Una neblina cubre por completo las calles, si no supiera el camino seguramente ya me habría perdido. El empedrado está húmedo, seguramente ha llovido durante toda la noche, y el agua fría va calando mis manoletinas mientras camino. Debí haber previsto que esto pasaría, y haberme abrigado más - oh, de hecho lo hice, ahora que lo pienso. Joder, a veces debería recordar esas cosas. Aunque sólo sea para no coger una pulmonía.
El sol comienza a asomar por encima de los edificios. Parece imposible, pero aún no hay nadie por las calles. Atravieso la Rue du Temple y ni un alma me sale al paso. Ni siquiera hay borrachos trasnochadores o amantes osados, y esos nunca faltan en las esquinas y los soportales, sea la hora que sea.
Para cuando llego a la Rue Simon le Franc estoy ya bastante inquieta. El sol apunta a cierta altura, y ha calentado el suelo lo suficiente como para que la humedad desaparezca, pero mis medias están ya empapadas, lo único que puedo hacer es darme prisa en llegar a casa.
Uno de los soportales de la avenida - el del puesto de ungüentos de Sherray, creo - está derrumbado. Las vigas están desperdigadas por el suelo, obturando la mitad del camino. Los trozos de madera y astillas desperdigados por el suelo llegan a una buena distancia del destrozo. Al acercarme percibo un ligero olor a madera quemada y húmeda, a una mezcolanza de las diferentes cremas que Sherray vende... y por debajo, distingo el inconfundible perfume grasiento de carne asada.
Nerviosa, me agacho sobre el estropicio, aparto trozos de madera, intento mover algunas de las vigas más pesadas. Pero poco consigo. Me vuelvo a levantar, me limpio las manos en el corpiño. Noto una sombra a mis espaldas, me doy la vuelta lo más rápido que puedo, agarrando el puñal que llevo entre los pliegues de la falda. Pero sólo es Ilia.
- Dios, Ilia, intenta hacer un poco más de ruido cuando me vayas siguiendo, me has dado un susto de muerte. - le increpo. Tuerce el gesto, o más bien me parece que lo hace, porque sólo un loco calificaría sus rasgos faciales - o lo que hay donde deberían estar estos - como gesto.
No puedo seguir mirándola por mucho tiempo, me empiezan a temblar las piernas, como siempre me pasa cuando intento mantenerle la mirada. Me intento colocar el pelo, que se me ha aplastado contra la cabeza con la humedad, y aprovecho para girarme de nuevo hacia lo que queda del puesto de Sherray.
- Hay alguien ahí debajo, ¿verdad?
Un ruido gutural por respuesta, nada parecido a una palabra. Pero entiendo lo que quiere decir. El significado llega a mi cerebro, aunque a mis oídos solo lleguen acordes de violín desafinado - y eso hablando de un modo elegante -. Hay alguien sepultado ahí debajo, efectivamente. Pero no es Sherray. Es uno de los que prendieron fuego a su puesto.
- ¿Y quiénes lo han hecho?
Nombres. No me suena ninguno. La información que me puede dar al respecto es limitada, por muchas capacidades de videncia que tenga.
- ¿Sabes dónde está Sherray?
Muerta.
- No aquí, entonces. ¿Dónde?
Al oír la respuesta no puedo evitar llevarme las manos a la boca, ahogar un grito. Las lágrimas se escapan de mis ojos sin darme cuenta; cuando quiero darme cuenta ya lo veo todo borroso.
- No, no me sucede nada. Estoy bien - Me limpio las lágrimas con la manga de la chaqueta, recupero el control de mi misma.
Por eso no hay nadie en las calles, claro. Pero nunca antes habían llegado tan lejos, nunca se habían atrevido a entrar en el mismo centro de la ciudad. ¿Qué les ha movido a arriesgarse tanto esta vez?
Ilia se me acerca, deslizándose sobre los adoquines. Me tiende un brazo, lo posa sobre mi hombro, y lo atraviesa. Por un momento, su mano y su antebrazo se vuelven una nube de humo gris contra mi corpiño.
- Bueno, está claro que han vuelto a equivocarse - Me pongo en marcha de nuevo. Me siento incómoda tan cerca de ella, y aún me queda un trecho antes de llegar a la seguridad de mi casa... Si es que queda algún lugar seguro - Ella sólo era curandera, no era capaz de hacer magia.
Están cerca.
- Sí, lo sé, Ilia. - Me vuelvo. La sombra no se ha movido, no me sigue. Querrá esperar a que me aleje para volver a asustarme cuando baje la guardia, la hijaputa - Cada vez más cerca. Pero siempre se equivocan. Son unos completos patanes - añado con sarcasmo -, no han conseguido dar con una verdadera hechicera ni una sola vez.
Demasiado cerca.
- Ilia, te lo repito, lo sé. - Subo el tono. Tiene que moverse de ahí, quiero llegar a casa y no quiero sentir que me siguen durante todo el camino. No después de haber visto lo que han hecho con Sherray. Al menos que pueda verla detrás de mi - No te preocupes, ¿vale? Sabes que estoy en ello. Vámonos de aquí, no sabemos si seguirán por los alrededores.
La sombra se encoje de hombros - o eso me parece a mi - y se me acerca. El grito informe en el que está torcida su boca parece reflejar incredulidad. O quizá sólo me la esté transmitiendo mentalmente, como todo lo demás.
- Cree lo que quieras - Avivo el paso - A mi me da igual.
Ja. Claro. Ojala eso fuera cierto.
El sol comienza a asomar por encima de los edificios. Parece imposible, pero aún no hay nadie por las calles. Atravieso la Rue du Temple y ni un alma me sale al paso. Ni siquiera hay borrachos trasnochadores o amantes osados, y esos nunca faltan en las esquinas y los soportales, sea la hora que sea.
Para cuando llego a la Rue Simon le Franc estoy ya bastante inquieta. El sol apunta a cierta altura, y ha calentado el suelo lo suficiente como para que la humedad desaparezca, pero mis medias están ya empapadas, lo único que puedo hacer es darme prisa en llegar a casa.
Uno de los soportales de la avenida - el del puesto de ungüentos de Sherray, creo - está derrumbado. Las vigas están desperdigadas por el suelo, obturando la mitad del camino. Los trozos de madera y astillas desperdigados por el suelo llegan a una buena distancia del destrozo. Al acercarme percibo un ligero olor a madera quemada y húmeda, a una mezcolanza de las diferentes cremas que Sherray vende... y por debajo, distingo el inconfundible perfume grasiento de carne asada.
Nerviosa, me agacho sobre el estropicio, aparto trozos de madera, intento mover algunas de las vigas más pesadas. Pero poco consigo. Me vuelvo a levantar, me limpio las manos en el corpiño. Noto una sombra a mis espaldas, me doy la vuelta lo más rápido que puedo, agarrando el puñal que llevo entre los pliegues de la falda. Pero sólo es Ilia.
- Dios, Ilia, intenta hacer un poco más de ruido cuando me vayas siguiendo, me has dado un susto de muerte. - le increpo. Tuerce el gesto, o más bien me parece que lo hace, porque sólo un loco calificaría sus rasgos faciales - o lo que hay donde deberían estar estos - como gesto.
No puedo seguir mirándola por mucho tiempo, me empiezan a temblar las piernas, como siempre me pasa cuando intento mantenerle la mirada. Me intento colocar el pelo, que se me ha aplastado contra la cabeza con la humedad, y aprovecho para girarme de nuevo hacia lo que queda del puesto de Sherray.
- Hay alguien ahí debajo, ¿verdad?
Un ruido gutural por respuesta, nada parecido a una palabra. Pero entiendo lo que quiere decir. El significado llega a mi cerebro, aunque a mis oídos solo lleguen acordes de violín desafinado - y eso hablando de un modo elegante -. Hay alguien sepultado ahí debajo, efectivamente. Pero no es Sherray. Es uno de los que prendieron fuego a su puesto.
- ¿Y quiénes lo han hecho?
Nombres. No me suena ninguno. La información que me puede dar al respecto es limitada, por muchas capacidades de videncia que tenga.
- ¿Sabes dónde está Sherray?
Muerta.
- No aquí, entonces. ¿Dónde?
Al oír la respuesta no puedo evitar llevarme las manos a la boca, ahogar un grito. Las lágrimas se escapan de mis ojos sin darme cuenta; cuando quiero darme cuenta ya lo veo todo borroso.
- No, no me sucede nada. Estoy bien - Me limpio las lágrimas con la manga de la chaqueta, recupero el control de mi misma.
Por eso no hay nadie en las calles, claro. Pero nunca antes habían llegado tan lejos, nunca se habían atrevido a entrar en el mismo centro de la ciudad. ¿Qué les ha movido a arriesgarse tanto esta vez?
Ilia se me acerca, deslizándose sobre los adoquines. Me tiende un brazo, lo posa sobre mi hombro, y lo atraviesa. Por un momento, su mano y su antebrazo se vuelven una nube de humo gris contra mi corpiño.
- Bueno, está claro que han vuelto a equivocarse - Me pongo en marcha de nuevo. Me siento incómoda tan cerca de ella, y aún me queda un trecho antes de llegar a la seguridad de mi casa... Si es que queda algún lugar seguro - Ella sólo era curandera, no era capaz de hacer magia.
Están cerca.
- Sí, lo sé, Ilia. - Me vuelvo. La sombra no se ha movido, no me sigue. Querrá esperar a que me aleje para volver a asustarme cuando baje la guardia, la hijaputa - Cada vez más cerca. Pero siempre se equivocan. Son unos completos patanes - añado con sarcasmo -, no han conseguido dar con una verdadera hechicera ni una sola vez.
Demasiado cerca.
- Ilia, te lo repito, lo sé. - Subo el tono. Tiene que moverse de ahí, quiero llegar a casa y no quiero sentir que me siguen durante todo el camino. No después de haber visto lo que han hecho con Sherray. Al menos que pueda verla detrás de mi - No te preocupes, ¿vale? Sabes que estoy en ello. Vámonos de aquí, no sabemos si seguirán por los alrededores.
La sombra se encoje de hombros - o eso me parece a mi - y se me acerca. El grito informe en el que está torcida su boca parece reflejar incredulidad. O quizá sólo me la esté transmitiendo mentalmente, como todo lo demás.
- Cree lo que quieras - Avivo el paso - A mi me da igual.
Ja. Claro. Ojala eso fuera cierto.
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