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Un cine chiquitito

Hoy he ido con Trini a cenar al Friday's de la Gran Vía.
Mientras esperábamos que el camarero dopado de anfetas y vestido como un berbenero recién salido de los carnavales de Brasil nos atendiera - Buenas noches, mi nombre es ***** y voy a ser su camarero esta noche, ¿En qué puedo servirles? -, Trini me comentó que aquel lugar antes había sido un cine. Sorprendida por la revelación, miré a mi alrededor y comprobé que, efectivamente, no solo aquel recinto tenía el aspecto de una sala de cine pequeñita, sino que los que habían remodelado el local habían hecho poco más que pintar las paredes y desperdigar mesas por la sala, porque se distinguían perfectamente la entrada, la zona de venta de palomitas y refrescos, la sala de butacas, y el anfiteatro. Hasta la pared donde había estado la pantalla se había conservado despejada para televisar partidos de fútbol; pero esta noche la pantalla blanca estaba recogida, por lo que la inmensa pared frontal tenía una especie de hueco vacío en su zona central, rodeada de pequeños retratos de actores y carteles de películas de cine.
El volumen de la música de fondo era moderado, permitía hablar sin levantar la voz, y tapaba el barullo del resto de la sala, llena hasta los topes pese a ser lunes. Cómo se nota que estamos en la segunda quincena de Julio, pensé, mientras Trini iba a lavarse las manos antes de que nos sirviesen la comida. Me quedé mirando pensativa el vacío en el centro de la otrora pantalla de cine, el rectángulo libre de posters y pintadas, destinado a albergar la tela blanca donde se ven los partidos de fútbol. Pensé en cómo habría sido ver una película en un receptáculo tan pequeño. Pensé en cómo habría disfrutado subiéndome al pequeño anfiteatro que se alzaba al final de la sala, con un refresco y unas palomitas para acompañar la película.
Y de pronto lo oí.
Por encima de la algarabía de la gente cenando, de la música, de los micrófonos de los camareros, oí las voces de la sala. Las voces gritaban con nostalgia, se lamentaban, recordaban aún para lo que habían sido levantadas aquellas paredes. Sobre las mesas, sombras grises de filas de butacas se empezaban a dibujar recortándose contra los despreocupados comensales. La pared de la pantalla se volvía blanca bajo todas las capas de pintura, un proyector al fondo de la sala, en el mismo centro del anfiteatro, estaba pidiendo a gritos que alguien se ocupara de él.

Dejo de oír el ruido del restaurante por un momento, y paso a estar en una pequeña sala de cine, sentada en una confortable butaca doble, esperando a mi acompañante, que seguro llegará antes de que la película comience. Pero no sé qué película es, ni quién se supone que me acompaña. Sólo el leve hilo musical que ameniza los minutos previos a la proyección llega a mis oídos. Ya no puede faltar mucho para que comience, dónde se habrá metido este chico...

Me despierta la voz de Trini, volviendo del lavabo. Vuelvo a estar en el restaurante, el ruido de los comensales a mi alrededor inunda de nuevo mis oídos, el camarero se acerca sonriente con su sombrero de arlequín, llevando una bandeja de nachos. Trini me pregunta qué hago, le respondo que viendo fantasmas. No sé qué me ha sucedido, quizá mi estado de ánimo me predispuso a sentirme nostálgica. Pero la visión parecía tan real...

Ahora comprendo por qué, cuando observas los cines cerrados de la gran vía, veo llenarse de niebla tus ojos. Comprendo por qué no puedes apartar la vista de los carteles antiguos de películas que en su día fueron grandes estrenos. Por qué parece que escuchas algo, que ves algo que los demás no vemos. Ahora sé por qué apartas la mirada con un gesto de desgana al oír la voz de tu acompañante que te saca del ensueño.

Porque ahora yo también las oigo.

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