Hace ya treinta y dos días. O puede que más. Sólo tengo recuerdos sueltos de los últimos días, desde que llegamos al instituto. Y antes de ello, todo lo que recuerdo son gritos y sangre... Gente gritando, primero en la calle, luego en el edificio... Alguien tirando de mi brazo, gritando más alto que todos los demás, abriéndose paso por entre la gente espantada y arrastrándome tras de sí... Luego cayendo presa de esas cosas, desangrándose... Sólo vi sangre a partir de ese momento, más y más sangre por todos lados: Gente corriendo salpicándolo todo con su sangre, cuerpos mutilados encharcando el suelo, sangre goteando de los labios y las manos de esos seres...
Ni siquiera recuerdo cómo entré en el instituto. Está rodeado de una valla que permanece cerrada en todo momento, así que puede que trepase. O puede que alguien me encontrara y me trajera aquí. El caso es que de pronto abrí los ojos, y ya no estaba en la calle rodeada de gente espantada corriendo de un lado para otro, ni huyendo de cadáveres hambrientos. Me encontraba en un aula, y las personas a mi alrededor eran normales, y no gritaban. Estaba a salvo.
Aunque no parece que estemos a salvo aquí dentro. Todo el mundo permanece serio, apenas hablan los unos con los otros, y cuando lo hacen no levantan la voz. Casi no duermen, y en las ventanas del último piso siempre hay alguien agazapado, vigilando el exterior e intentando no ser visto, como si temiese que esas cosas fuesen a reconocerles y a intentar entrar trepando. No es que crea que esos cadáveres andantes puedan reconocer algo que esté a más de un palmo de distancia de su cara, pero prefiero no arriesgarme, y cuando me toca vigilar, yo también me agazapo tras los pupitres, como he visto hacer al resto.
Tampoco hay comida. Bueno, comida sí que hay, pero no la suficiente para todos. Y se está acabando. Por eso nadie sonríe, y cada vez están todos más tensos, porque todos saben que tarde o temprano tendremos que salir de aquí en busca de comida.
Y cuando tengamos que salir de aquí, comenzarán de nuevo los gritos y la sangre. De eso no me cabe duda.
Ni siquiera recuerdo cómo entré en el instituto. Está rodeado de una valla que permanece cerrada en todo momento, así que puede que trepase. O puede que alguien me encontrara y me trajera aquí. El caso es que de pronto abrí los ojos, y ya no estaba en la calle rodeada de gente espantada corriendo de un lado para otro, ni huyendo de cadáveres hambrientos. Me encontraba en un aula, y las personas a mi alrededor eran normales, y no gritaban. Estaba a salvo.
Aunque no parece que estemos a salvo aquí dentro. Todo el mundo permanece serio, apenas hablan los unos con los otros, y cuando lo hacen no levantan la voz. Casi no duermen, y en las ventanas del último piso siempre hay alguien agazapado, vigilando el exterior e intentando no ser visto, como si temiese que esas cosas fuesen a reconocerles y a intentar entrar trepando. No es que crea que esos cadáveres andantes puedan reconocer algo que esté a más de un palmo de distancia de su cara, pero prefiero no arriesgarme, y cuando me toca vigilar, yo también me agazapo tras los pupitres, como he visto hacer al resto.
Tampoco hay comida. Bueno, comida sí que hay, pero no la suficiente para todos. Y se está acabando. Por eso nadie sonríe, y cada vez están todos más tensos, porque todos saben que tarde o temprano tendremos que salir de aquí en busca de comida.
Y cuando tengamos que salir de aquí, comenzarán de nuevo los gritos y la sangre. De eso no me cabe duda.
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