No soy una persona soberbia. O sí, no sé. A veces me dan ataques de "tú no sabes con quién estás hablando"-itis, y me sorprendo a mi misma considerándome mejor que ciertas personas. Pero la verdad es que tengo una opinión bastante pobre de mi misma. Gorda, feucha, bajita, de manos pequeñas y regordetas, más bien poco espabilada, con tendencia a cabrearme y a los ataques de nervios, maleducada, bruta... un dechado de virtudes, vamos. Salvo en el pequeño lapso de tiempo que estuve viviendo en Fuenlabrada - y no todo el tiempo -, siempre me he considerado una mierda, tan deprimente y triste que ni siquiera merece la pena reírse de ella. Aunque otra cosa que he tenido siempre clara, quizá gracias a los tirones de manta que me daba mi madre cuando no quería ir al colegio porque se reían de mi en clase, es que por mucho que yo no quiera salir de casa, nadie va a salir en mi lugar a vivir mi vida por mi. Nadie me va a traer la vida a mi cuarto para que yo no tenga que levantarme de...