Nunca he creído demasiado en el karma. Y las pocas veces que he pensado que podría existir, se me asemejaba más a los caprichos de un cabrón con mucho tiempo libre que otra cosa.
No es que sea la Madre Teresa de Calcuta - por cierto, os habéis enterado de que han beatificado a Juan Pablo II? -, pero siempre he intentado ir por la vida sin hacerle demasiado daño a los demás. Viviendo y dejando vivir, que podría decirse. Bajo las capas de bordería y cinismo que me caracterizan, me considero una mujer bastante benévola e inocente.
Y sin embargo, a lo largo de los años la providencia sólo me ha reservado una ostia tras otra, aumentando la intensidad conforme pasaban los años.
Y no era sólo eso: A mi alrededor, mientras me iban hundiendo más y más en mierda, gente que moralmente era más parecida a una rata de agua que a un ser humano no paraba de medrar.
¿Y dónde estaba el karma, digo yo? ¿Dónde estaba el castigo divino, o la providencia, o el destino, o la mierda en bote?
En ningún lugar.
Hasta hace un año y medio.
En Diciembre del año pasado me cabreé de verdad. Ya vale de ser la víctima, dije. Ya vale de aguantar con una sonrisa las ostias de la vida y de los que me rodean. Me cansé de estar quietecita.
Y pasé al contraataque.
Curiosamente, desde que me ha dado por darle su merecido a cada hijo de puta que intenta pasarse conmigo, las cosas han ido mejorando bastante. No es que esté en el séptimo cielo, pero tengo un trabajo en el que estoy a gusto y que es de lo que he estudiado, una casa preciosa en el centro de Madrid, amigos en los que puedo confiar, socios de fiar con los que he empezado un proyecto con el que estoy realmente ilusionada. Y encima tengo a la persona más encantadora del mundo para vivir todo esto a su lado.
Las cosas están jodidas, pero el final del túnel ya no se ve negro.
¿Y qué me enseña esto?
El karma existe. Pero no es una fuerza del universo que se dedique a castigar a los malos y a premiar a los buenos.
El karma son nuestras manos, nuestras voluntades, nuestros actos. El karma hay que construirlo, a palazos si es necesario.
No se trata de ser buenos. Se trata de ser fuertes, de ser justos. Se trata de no quedarse parado ante las injusticias, ante la podredumbre de corazón que es la enfermedad más de moda hoy en día. No hay que mirar esos corazones podridos y lamentarse en silencio, o discutirlo a la hora del café con los contertulios. Hay que levantarse, gritar, y arrancar las frutas podridas con nuestras propias manos.
La pasividad es peor aún que la maldad, porque evita que se haga justicia.
Reaccionar, o dejar que esto se convierta en el mundo al revés.
Totalmente de acuerdo.
ResponderEliminarAmén!!
ResponderEliminar