A una llamada de teléfono.
Hay veces, esos breves instantes que tarda en darse cuenta de que aquello que parece tan cercano es del todo imposible, que le abruma la felicidad.
Instantes en los que, con el teléfono en la mano, los dedos paseando indecisos por un número de teléfono que es incapaz de olvidar, sólo asoman a su mente los buenos momentos, y los agrios recuerdos de los últimos días, olvidados, se diluyen en la esperanza de poder recuperar la dulzura de los primeros besos, las promesas de las primeras caricias...
Y cuando está a punto de marcar el primer dígito, cuando la esperanza y la dulzura la han cegado de tal manera que piensa que con hacer una llamada telefónica va a conseguir que el pasado vuelva, surge la pregunta; la maldita pregunta que no significa nada y a la vez lo significa todo, y que siempre, sin faltar a ninguna de sus citas, derrumba sus ilusiones en momentos como este.
"¿Y qué le digo?"
¿Qué le digo?, se pregunta. Y entonces, como el agua de una presa al abrir las compuertas, inundan su mente los desplantes, las palabras agrias, los reproches, los desprecios. ¿Qué le digo?, se repite. Un montón de preguntas, que quedaron en el tintero pero para las que necesita respuesta para poder descansar, se agolpan en su cerebro junto con todas las cosas que querría gritarle a la cara.
¿Qué le digo?. ¿Que le odio por haberme hecho esto? ¿Que por su culpa no duermo, no como, y he perdido el trabajo? ¿Que sólo deseo que algún día tenga que pasar por lo mismo que estoy pasando yo? ¿Que aunque no lo admita nunca, él sabe que cometió el mayor error de su vida dejándome, y jamás va a conseguir recuperarme?
Un momento, ¿cómo que jamás va a conseguir recuperarme?
¿Pero no le iba a llamar justo para lo contrario?.
La pena sustituye a la esperanza. Una lágrima cae, tímida, hasta la comisura de la sonrisa que se le ha congelado en el rostro. La mano deja el teléfono móvil en la mesa, y se aplica a los ojos, apretando los párpados, intentando contener el llanto que amenaza con coger el testigo de esa primera lágrima.
Su cerebro se inunda de nuevo de buenos recuerdos, mezclados con la certeza de que hacer que vuelvan es imposible. Y aunque ella lograra tragarse el orgullo, cosa que sabe que es imposible, y olvidase los desprecios... ¿qué le hace pensar que él va a querer recuperar aquello? Si la dejó fue precisamente porque no lo quería tener, ¿no?.
Se sume en sus pensamientos, sabiendo que está sola en ellos, que nadie comparte el recuerdo de aquellas dichas, de aquellos llantos. Que ya sólo cuentan para ella, que para quien fuera su otra mitad están olvidados.
Y el llanto se abre paso.
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