Carlota abrió los ojos.
Y los cerró casi de inmediato, cegada por la luz de
la habitación. Tenía muchísimo calor, pero cuando intentó apartar la manta notó
que no podía mover el brazo. No le dolía, pero lo tenía totalmente entumecido.
Asustada, se dio cuenta de que su otro brazo y sus piernas estaban igual.
Intentó mover el tronco, con el mismo resultado. Volvió a abrir los ojos, esta
vez más despacio, y vio un techo y unas paredes blancas que no eran las de su
cuarto. Alguien entró en su campo de visión y comenzó a acariciarle el pelo y
darle besos en la frente. Parecía que hablaba, pero Carlota sólo podía escuchar
un eco lejano, como si la estuvieran hablando a través de agua. La persona que
la abrazaba se alejó y Carlota pudo ver que era su madre, que tenía la cara
bañada en lágrimas. Intentó preguntarle dónde estaba, pero no consiguió
articular ningún sonido. Su madre le puso el índice sobre los labios, como para
que guardara silencio, y le dijo algo con una sonrisa llorosa. Luego le soltó
la mano – que había tenido agarrada fuertemente, al parecer, aunque ella no lo
había notado – y salió corriendo de la habitación.
Hacía demasiado calor allí, necesitaba que alguien bajara el
termostato, o pusiera el aire acondicionado, o abriese una ventana. O algo.
Cerró los ojos un momento, y cuando los volvió a abrir estaba tumbada en una
bañera llena de agua con hielo. Se sentía muy aturdida y no podía pensar.
Intentó moverse, de nuevo sin éxito. Veía cubos de hielo flotando en el agua,
pero sentía el mismo calor que hacía unos… ¿momentos?. También tenía muchísima
sed. Abrió la boca para intentar pedir agua, y consiguió que le saliera un
hilillo de voz. Alguien que había estado sentado a su lado se levantó de golpe,
proyectando su sombra sobre la bañera, y unas manos le sujetaron la cabeza y le
apretaron un vaso contra los labios. Logró tragar un poco, pero no lo
suficiente para calmarle la sed. Le echaron la cabeza de nuevo hacia atrás, y cerró
los ojos para protegerse de la luz, que de pronto era demasiado intensa.
Cuando los volvió a abrir estaba de nuevo en una habitación
blanca, y su madre seguía inclinada sobre ella, acariciándole el pelo. Ya no
podía casi ni mover los párpados, todo su cuerpo era una masa entumecida que
emanaba calor. Calor y sed. Eran las dos únicas cosas que era capaz de sentir.
Volvió a cerrar los ojos.
…
Alejandra tenía razón en que Nacho no era una persona que
destacara por su inteligencia. Por desgracia, y como en la mayoría de estos
casos, él estaba convencido de lo contrario. En aquellos momentos se sentía
orgullosísimo de cómo le había birlado a Ale el paquete entero de setas junto
con otra bolsita de hierbas. Y encima ni siquiera había tenido que sudar, la
tía había salido en estampida sin venir a cuento y ni se había dado cuenta.
Nacho se sentía muy listo y afortunado aquella tarde.
Tenía ganas de marcha, pero ni de coña iba a llamar a Ale.
Cogió el móvil y pulsó al azar un número en la agenda. Lo bueno de las tías,
pensó mientras esperaba a que diera tono, es que a todas te las puedes camelar
del mismo modo.
Estaba convencido de que aquel pensamiento era de lo más
ocurrente.
- Ey nena, ¿te apetece salir a tomar algo esta noche? – Se
lanzó un par de guiños al espejo mientras se colocaba el cuello de la camisa – Tengo
algo que te va a encantar, podemos ir a… ¿Dónde? – Se puso la cazadora, y se cogió
el monedero y las llaves – Perfecto entonces – Un último repaso al pelo en el espejo del recibidor
– En media hora estoy allí. – Se guardó el móvil y el paquete con las setas de
Ale en la cazadora. También cogió la bolsita de hierbas, que observó con
curiosidad un rato antes de encogerse de hombros y meterlo en el bolsillo junto
con las demás cosas.
Cuando llegó a Chamartín no tuvo problema en averiguar quién
era su cita; una muchacha de unos 18 años subida a 15 centímetros de tacón y
enfundada en un minivestido negro escotado se le acercó con una sonrisa
radiante y se le enganchó al brazo.
- Ya pensaba que te habías olvidado de mí – dijo, intentando
hacer un puchero.
- ¿Cómo me iba a olvidar de ti? Te he llamado en cuanto he
tenido un hueco – Nacho seguía la fórmula paso a paso. Nunca fallaba. – Me ha
jodido no poder hacerlo antes, h estado pensando mucho en ti.
- Mentiroso… - la chica le dio un golpecito en el brazo y
sonrió - ¿Y qué era eso que decías que me iba a gustar tanto?
Nacho se metió la mano en el bolsillo del pantalón. Luego
pareció pensárselo mejor, sacó algo del bolsillo izquierdo de su cazadora y se
lo enseñó a la chica
- ¿Y esto qué es? – se la acercó para mirarla mejor – parece
un poco de popurrí.
- Este popurrí – dijo mientras le quitaba la bolsa de las
manos y la abría – te llevará a lugares que nunca habías imaginado… - Y era verdad,
ni se imaginaba qué efecto podía tener aquella mierda – Di Aaaaa…
Con una sonrisa pícara, la chica separó los labios
lentamente y levantó la cabeza. Nacho vació el contenido en su boca.
- Sabe como a ropa sucia – dijo tras masticar un par de
veces.
- Tranquila, lo importante no es cómo sabe, es cómo te hace
sentir – y la besó. El sabor de las hierbas le llegó a la boca, y tuvo que estar
de acuerdo en que sabía a rayos. Pero eh, si aquello era de Ale tenía que ser
calidad. Aquella mujer solo compraba de lo mejor. – ¿Y cómo sabes tú a qué sabe
la ropa sucia? – la chica soltó una risita tonta – Anda tonta, ¿vamos yendo?
La chica asintió, todo sonrisa y ojos brillantes.
- ¿A dónde me vas a llevar?
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