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Una por partes (4)


Carlota abrió los ojos.

Y los cerró casi de inmediato, cegada por la luz de la habitación. Tenía muchísimo calor, pero cuando intentó apartar la manta notó que no podía mover el brazo. No le dolía, pero lo tenía totalmente entumecido. Asustada, se dio cuenta de que su otro brazo y sus piernas estaban igual. Intentó mover el tronco, con el mismo resultado. Volvió a abrir los ojos, esta vez más despacio, y vio un techo y unas paredes blancas que no eran las de su cuarto. Alguien entró en su campo de visión y comenzó a acariciarle el pelo y darle besos en la frente. Parecía que hablaba, pero Carlota sólo podía escuchar un eco lejano, como si la estuvieran hablando a través de agua. La persona que la abrazaba se alejó y Carlota pudo ver que era su madre, que tenía la cara bañada en lágrimas. Intentó preguntarle dónde estaba, pero no consiguió articular ningún sonido. Su madre le puso el índice sobre los labios, como para que guardara silencio, y le dijo algo con una sonrisa llorosa. Luego le soltó la mano – que había tenido agarrada fuertemente, al parecer, aunque ella no lo había notado – y salió corriendo de la habitación.

Hacía demasiado calor allí, necesitaba que alguien bajara el termostato, o pusiera el aire acondicionado, o abriese una ventana. O algo. Cerró los ojos un momento, y cuando los volvió a abrir estaba tumbada en una bañera llena de agua con hielo. Se sentía muy aturdida y no podía pensar. Intentó moverse, de nuevo sin éxito. Veía cubos de hielo flotando en el agua, pero sentía el mismo calor que hacía unos… ¿momentos?. También tenía muchísima sed. Abrió la boca para intentar pedir agua, y consiguió que le saliera un hilillo de voz. Alguien que había estado sentado a su lado se levantó de golpe, proyectando su sombra sobre la bañera, y unas manos le sujetaron la cabeza y le apretaron un vaso contra los labios. Logró tragar un poco, pero no lo suficiente para calmarle la sed. Le echaron la cabeza de nuevo hacia atrás, y cerró los ojos para protegerse de la luz, que de pronto era demasiado intensa.

Cuando los volvió a abrir estaba de nuevo en una habitación blanca, y su madre seguía inclinada sobre ella, acariciándole el pelo. Ya no podía casi ni mover los párpados, todo su cuerpo era una masa entumecida que emanaba calor. Calor y sed. Eran las dos únicas cosas que era capaz de sentir.

Volvió a cerrar los ojos.


Alejandra tenía razón en que Nacho no era una persona que destacara por su inteligencia. Por desgracia, y como en la mayoría de estos casos, él estaba convencido de lo contrario. En aquellos momentos se sentía orgullosísimo de cómo le había birlado a Ale el paquete entero de setas junto con otra bolsita de hierbas. Y encima ni siquiera había tenido que sudar, la tía había salido en estampida sin venir a cuento y ni se había dado cuenta. Nacho se sentía muy listo y afortunado aquella tarde.

Tenía ganas de marcha, pero ni de coña iba a llamar a Ale. Cogió el móvil y pulsó al azar un número en la agenda. Lo bueno de las tías, pensó mientras esperaba a que diera tono, es que a todas te las puedes camelar del mismo modo.

Estaba convencido de que aquel pensamiento era de lo más ocurrente.

- Ey nena, ¿te apetece salir a tomar algo esta noche? – Se lanzó un par de guiños al espejo mientras se colocaba el cuello de la camisa – Tengo algo que te va a encantar, podemos ir a… ¿Dónde? – Se puso la cazadora, y se cogió el monedero y las llaves – Perfecto entonces –  Un último repaso al pelo en el espejo del recibidor – En media hora estoy allí. – Se guardó el móvil y el paquete con las setas de Ale en la cazadora. También cogió la bolsita de hierbas, que observó con curiosidad un rato antes de encogerse de hombros y meterlo en el bolsillo junto con las demás cosas.

Cuando llegó a Chamartín no tuvo problema en averiguar quién era su cita; una muchacha de unos 18 años subida a 15 centímetros de tacón y enfundada en un minivestido negro escotado se le acercó con una sonrisa radiante y se le enganchó al brazo.

- Ya pensaba que te habías olvidado de mí – dijo, intentando hacer un puchero.

- ¿Cómo me iba a olvidar de ti? Te he llamado en cuanto he tenido un hueco – Nacho seguía la fórmula paso a paso. Nunca fallaba. – Me ha jodido no poder hacerlo antes, h estado pensando mucho en ti.

- Mentiroso… - la chica le dio un golpecito en el brazo y sonrió - ¿Y qué era eso que decías que me iba a gustar tanto?

Nacho se metió la mano en el bolsillo del pantalón. Luego pareció pensárselo mejor, sacó algo del bolsillo izquierdo de su cazadora y se lo enseñó a la chica

- ¿Y esto qué es? – se la acercó para mirarla mejor – parece un poco de popurrí.

- Este popurrí – dijo mientras le quitaba la bolsa de las manos y la abría – te llevará a lugares que nunca habías imaginado… - Y era verdad, ni se imaginaba qué efecto podía tener aquella mierda – Di Aaaaa…

Con una sonrisa pícara, la chica separó los labios lentamente y levantó la cabeza. Nacho vació el contenido en su boca.

- Sabe como a ropa sucia – dijo tras masticar un par de veces.

- Tranquila, lo importante no es cómo sabe, es cómo te hace sentir – y la besó. El sabor de las hierbas le llegó a la boca, y tuvo que estar de acuerdo en que sabía a rayos. Pero eh, si aquello era de Ale tenía que ser calidad. Aquella mujer solo compraba de lo mejor. – ¿Y cómo sabes tú a qué sabe la ropa sucia? – la chica soltó una risita tonta – Anda tonta, ¿vamos yendo?

La chica asintió, todo sonrisa y ojos brillantes.

- ¿A dónde me vas a llevar?

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