La elfa se agachó y posó dos dedos sobre la mancha roja de la roca. Se los llevó a la lengua, y su gesto se retorció de disgusto. "Sangre", pensó. En aquella selva no había depredadores, solamente animales vegetarianos y ella. Y la elfa nunca derramaba la sangre de sus víctimas las pocas veces que le apetecía comer carne. Por no mencionar que en aquel risco nunca había estado cazando.
Un crujido de ramas tras ella la hizo ponerse alerta. Se acurrucó en una grieta entre las rocas, y observó en silencio mientras aseguraba los cinturones de las dagas que llevaba en la cintura y el muslo derecho. Una sombra salió de la espesura, a unos metros de distancia de ella, y ascendió torpemente por las rocas del risco. Su silueta recortada contra el cielo nocturno le permitió a la elfa reconocer a un humano. Cojeaba de la pierna izquierda, y se esforzaba en respirar con normalidad. La elfa no vió en él ninguna amenaza, pero aún así siguió oculta. El humano se sentó en un saliente y rebuscó en su bolsa. El aroma de carne en salazón llenó el ambiente. "Solo es un caballero errante", se dijo. Cada vez había más, después de que la Legión Ardiente atacara por última vez Azeroth, antes de ser derrotada definitivamente. Sin embargo, su tierra también había recibido heridas tan graves, que dos siglos después aún estaban abiertas y sangrantes.
El humano tosió y se golpeó el pecho un par de veces para ayudarse a tragar. Por los sonidos que hacía, la elfa adivinó que era un anciano. "Anciano y herido". Salió en silencio de su escondite, colocándose tras el humano, y se estiró todo lo alta que era antes de hacer un ligero ruido con la garganta.
El hombre pegó un salto, dejó caer al suelo su bolsa, el odre y los pedazos de carne que estaba comiendo, y se volvió asustado hacia ella. Con la luna a sus espaldas, él la veía a ella claramente, aunque ella solo veía una silueta negra. Casi de inmediato el humano se relajó, y soltó un profundo suspiro.
- Menos mal - habló el hombre entre toses - Ya había desistido de seguir buscando... - dio un paso hacia ella.
- Quieto ahí - la elfa sacó una de sus dagas de la funda, y amenazó con ella al humano, que se paró en medio de un paso y levantó las manos - ¿Quién eres para hablarme así, y qué estabas buscando?
- Cierto, olvidé presentarme... - el humano, tras la impresión inicial, no parecía asustado - Mi nombre es Folkor. Folkor Demoley. Y estaba buscándote a tí, Ónice Starbreeze.
Oír su nombre completo, después de más de un siglo de aislamiento, la golpeó como una maza en el pecho. Aquel hombre sabía su nombre... pero todos los que sabían su nombre habían muerto ya hacía años. Reparó en su apellido...
- ¿Forsvik?
- Mi señor abuelo tenía el honor de llamarse así, sí - El humano bajó los brazos. - Él me habló de dónde te habías escondido tras la última Guerra.
- Y... - la elfa estaba confusa. Bajó el brazo de la daga, pero no la guardó - ¿qué te trae aquí a buscarme, si puede saberse?
- Veras... Tu eras sacerdotisa, ¿verdad? - Lo dijo con duda en su voz. Cierto, vistiendo como vestía, nadie la habría tomado por sacerdotisa - Ultimamente una nueva enfermedad está azotando el continente... no se sabe lo que es, ni se ha encontrado una cura... los sanadores cada vez escasean mas, en nuestra aldea el último curandero murió hace años...
La elfa guardó la daga. Soltó una risa amarga que no debió hacerle ninguna gracia al humano.
- ¿Me estás diciendo que has venido a molestarme sólo porque necesitáis un curandero en una aldea? ¿Para eso has venido?
- ... Mi mujer... - el humano empezó a tartamudear - ... Él siempre hablaba de ti, de... tu poder... de que siempre había podido contar contigo... Mi mujer ha enfermado, y... nadie quiere acudir a nuestra aldea, yo soy el único que resiste la infección, debo ser inmune o algo... Me acordé de...
- No voy a dejar estos bosques por nadie, menos por una humana que ni siquiera conozco - la elfa habló de la manera más dura de la que fue capaz. - Conocí a tu abuelo, conocí a un montón de humanos. Ahora todos están muertos. Y yo también. Así que mejor da media vuelta y vuelve por donde has venido.
El tono no daba lugar a réplica, pero aún así el humano cogió aire para hablar.
- ¡He dicho que te vayas! - le cortó la elfa con un grito. El humano dio un paso hacia atrás, asustado, y tropezó con una roca. Cuando recuperó el equilibrio y volvió a mirar al frente, la elfa ya no estaba.
El humano estuvo toda la noche gritando en la oscuridad, rogándole auxilio, llamándola por aquel nombre que ya no significaba nada para ella. Oculta entre las rocas, no tuvo más opción que escucharlo. No pensaba volver a tener trato con los humanos, para eso se había retirado a aquellos bosques. Y no iba a volver ni aunque el mismo Damodar volviera de la tumba y se lo pidiera.
Aún así, cuando el hombre, sollozando, desapareció del risco, no pudo evitar sentirse mal. Pero apretó los dientes, se limpió un atisvo de lágrima de los ojos, y se propuso olvidar todo aquello.
Incluido lo que aún no había podido olvidar, después de siglo y medio.
Un crujido de ramas tras ella la hizo ponerse alerta. Se acurrucó en una grieta entre las rocas, y observó en silencio mientras aseguraba los cinturones de las dagas que llevaba en la cintura y el muslo derecho. Una sombra salió de la espesura, a unos metros de distancia de ella, y ascendió torpemente por las rocas del risco. Su silueta recortada contra el cielo nocturno le permitió a la elfa reconocer a un humano. Cojeaba de la pierna izquierda, y se esforzaba en respirar con normalidad. La elfa no vió en él ninguna amenaza, pero aún así siguió oculta. El humano se sentó en un saliente y rebuscó en su bolsa. El aroma de carne en salazón llenó el ambiente. "Solo es un caballero errante", se dijo. Cada vez había más, después de que la Legión Ardiente atacara por última vez Azeroth, antes de ser derrotada definitivamente. Sin embargo, su tierra también había recibido heridas tan graves, que dos siglos después aún estaban abiertas y sangrantes.
El humano tosió y se golpeó el pecho un par de veces para ayudarse a tragar. Por los sonidos que hacía, la elfa adivinó que era un anciano. "Anciano y herido". Salió en silencio de su escondite, colocándose tras el humano, y se estiró todo lo alta que era antes de hacer un ligero ruido con la garganta.
El hombre pegó un salto, dejó caer al suelo su bolsa, el odre y los pedazos de carne que estaba comiendo, y se volvió asustado hacia ella. Con la luna a sus espaldas, él la veía a ella claramente, aunque ella solo veía una silueta negra. Casi de inmediato el humano se relajó, y soltó un profundo suspiro.
- Menos mal - habló el hombre entre toses - Ya había desistido de seguir buscando... - dio un paso hacia ella.
- Quieto ahí - la elfa sacó una de sus dagas de la funda, y amenazó con ella al humano, que se paró en medio de un paso y levantó las manos - ¿Quién eres para hablarme así, y qué estabas buscando?
- Cierto, olvidé presentarme... - el humano, tras la impresión inicial, no parecía asustado - Mi nombre es Folkor. Folkor Demoley. Y estaba buscándote a tí, Ónice Starbreeze.
Oír su nombre completo, después de más de un siglo de aislamiento, la golpeó como una maza en el pecho. Aquel hombre sabía su nombre... pero todos los que sabían su nombre habían muerto ya hacía años. Reparó en su apellido...
- ¿Forsvik?
- Mi señor abuelo tenía el honor de llamarse así, sí - El humano bajó los brazos. - Él me habló de dónde te habías escondido tras la última Guerra.
- Y... - la elfa estaba confusa. Bajó el brazo de la daga, pero no la guardó - ¿qué te trae aquí a buscarme, si puede saberse?
- Veras... Tu eras sacerdotisa, ¿verdad? - Lo dijo con duda en su voz. Cierto, vistiendo como vestía, nadie la habría tomado por sacerdotisa - Ultimamente una nueva enfermedad está azotando el continente... no se sabe lo que es, ni se ha encontrado una cura... los sanadores cada vez escasean mas, en nuestra aldea el último curandero murió hace años...
La elfa guardó la daga. Soltó una risa amarga que no debió hacerle ninguna gracia al humano.
- ¿Me estás diciendo que has venido a molestarme sólo porque necesitáis un curandero en una aldea? ¿Para eso has venido?
- ... Mi mujer... - el humano empezó a tartamudear - ... Él siempre hablaba de ti, de... tu poder... de que siempre había podido contar contigo... Mi mujer ha enfermado, y... nadie quiere acudir a nuestra aldea, yo soy el único que resiste la infección, debo ser inmune o algo... Me acordé de...
- No voy a dejar estos bosques por nadie, menos por una humana que ni siquiera conozco - la elfa habló de la manera más dura de la que fue capaz. - Conocí a tu abuelo, conocí a un montón de humanos. Ahora todos están muertos. Y yo también. Así que mejor da media vuelta y vuelve por donde has venido.
El tono no daba lugar a réplica, pero aún así el humano cogió aire para hablar.
- ¡He dicho que te vayas! - le cortó la elfa con un grito. El humano dio un paso hacia atrás, asustado, y tropezó con una roca. Cuando recuperó el equilibrio y volvió a mirar al frente, la elfa ya no estaba.
El humano estuvo toda la noche gritando en la oscuridad, rogándole auxilio, llamándola por aquel nombre que ya no significaba nada para ella. Oculta entre las rocas, no tuvo más opción que escucharlo. No pensaba volver a tener trato con los humanos, para eso se había retirado a aquellos bosques. Y no iba a volver ni aunque el mismo Damodar volviera de la tumba y se lo pidiera.
Aún así, cuando el hombre, sollozando, desapareció del risco, no pudo evitar sentirse mal. Pero apretó los dientes, se limpió un atisvo de lágrima de los ojos, y se propuso olvidar todo aquello.
Incluido lo que aún no había podido olvidar, después de siglo y medio.
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