Se sentía muy nerviosa. Nerviosa, y terriblemente excitada.
Miró por la ventana de su cuarto, a la oscuridad que se extendía hasta el infinito. Observó los pequeños puntos de luz de las ventanas de los edificios cercanos, con las sombras en movimiento de sus moradores, y se los imaginó ocupados en diferentes quehaceres. Era viernes, así que los más seguro es que los que permanecían en sus casas estuvieran viendo la televisión, bien en soledad, bien acompañados de familiares o amigos... o amantes.
Ese pensamiento la excitó aún más. Casi sin pensarlo, se colocó la mano abierta delante de la entrepierna, como para intentar ahuyentar el cosquilleo que había aparecido de nuevo en esa zona. Levantó la vista, hacia las estrellas. No había demasiadas esa noche, ni muy brillantes. Solo Júpiter brillaba con toda su intensidad, reflejando la luz de todas ellas. Buscó la luna, una esfera blanca en el negro del universo. Se fijó en que la cuasi-esfera tenía forma de D. “Luna creciente...”
Así paso un buen rato, con la vista perdida en el infinito, mirando hacia la luna, pero sin verla. Se sentía muy cansada, física y anímicamente. Cansada... y anhelante.
Aquella noche por fin iba a verle de nuevo. Tras casi dos meses de ausencia, de oir su voz a través del teléfono o los altavoces del ordenador, de verle solo a través de monitores de baja calidad, que mostraban sus gestos a pantallazos... por fin, en menos de quince minutos, iba a volver a tenerle entre sus brazos.
Se apartó de la ventana como accionada por un resorte. El cosquilleo había vuelto, y esta vez más fuerte. Se dedicó a pasar revista a la casa, presa de unos nervios cada vez mayores. No entendía muy bien por qué lo hacía, pero estar ocupada haría más corta su espera.
Entró en la cocina y abrió el frigorífico, volviendo a ver la botella de vino y los refrescos que también habían estado allí las otras cinco veces que lo había comprobado. La cena seguía en el horno, caliente y apetitosa; tampoco se había ido a ninguna parte. Los platos, cubiertos, copas... todo estaba donde había estado esas mismas mañana y tarde, limpios y dispuestos para ser usados... Le pareció que estaba actuando como una ama de casa psicótica, pero siguió pasando revista. Echó una ojeada en el cuarto de baño, y comprobó que tanto el lavabo como la bañera seguían limpios desde que los hubiera limpiado hacía unas horas...
La vista de la bañera vacía volvió a excitarla. Llevaba el pelo limpio, y había tardado casi dos horas en conseguir que cada rizo de su larga melena castaña quedara exactamente en su sitio. Pero seguramente él vendría cansado y sudoroso, y como poco desearía darse una ducha para sentirse más cómodo.
“Y quizá se sentirá más cómodo aún si se toma la ducha con compañía...”
Cerró la puerta del baño casi con violencia. Había tenido pensamientos de ese tipo casi todos los días durante los dos últimos meses, pero últimamente la frecuencia con la que se descubría húmeda había llegado a cotas casi enfermizas... Se preguntó si le daría tiempo a aplacar su deseo antes de que él llegara... y descartó la idea casi de inmediato.
El salón estaba perfecto, tal y como lo había colocado. Ni el sofá ni los dos sillones se habían movido de donde los había puesto, y el televisor seguía mirando impasible hacia donde puede que en unas pocas horas estuvieran ellos dos sentados, besándose...
Los cuartos no necesitaban vigilancia alguna, pero aún así les echó un vistazo, como había hecho con el resto de la casa. La última habitación en la que entró, casi con miedo, fue la suya.
Vacilando, dio unos pasos lentos hasta colocarse en medio del espejo que cubría el armario empotrado, y repasó su aspecto. Las mechas color ciruela le brillaban como antorchas encendidas entre los rizos castaños. “Espero que se de cuenta de que fui a la peluquería...” pensó nerviosa mientras se acariciaba el pelo, apartándolo suavemente de su rostro. Apenas sí se había maquillado, tan solo una línea negra alrededor de los ojos, un toque de brillo en las mejillas, y un cacao color melocotón en los labios. “Tampoco quisiera poner perdidos de maquillaje los cojines...”.
Mientras luchaba contra el cosquilleo cada vez mayor de su entrepierna, revisó su indumentaria. El blusón negro no le marcaba la cintura, pero a él le encantaba aquel escote en pico, que dejaba ver una buena parte de sus senos. Se pasó las manos por ellos, medio dibujando la forma de gota de agua que tenían, medio acariciándolos, mientras un nuevo escalofrío de deseo le recorría el cuerpo. Se recogió un momento el blusón para ver reflejado su abdomen en el espejo, y después, más por costumbre que por otra cosa, intentó estirarse la minifalda negra.
“Es demasiado corta. Casi se me ve la blonda...” Intentó subirse un poco más las medias, pero o sus piernas eran demasiado cortas, o la blonda de la liga demasiado ancha. “No sé por qué me preocupo. Asome o no bajo la falda, al final de la noche se me va a haber visto por narices...”
Se colocó los zapatos negros de tacón que se había comprado el día anterior. El tacón no era muy alto, ni el calzado muy incómodo, pero a ella le encantaba andar descalzo - o en este caso, con medias - por la casa, y había esperado hasta el último momento para calzarse. Se observó una vez más en el espejo, esta vez mirando el conjunto más que los detalles. Si, no podía ser de otra manera, le tenía que gustar con aquel aspecto...
“¿Pero y si no...?”
Se sentó en una esquina de la cama, ahuyentando tales pensamientos. Miró el reloj. Sólo habían pasado cinco minutos. “Eso si llega puntual... que conforme va el tráfico bien que lo dudo...” Se sintió angustiada. No se le ocurría nada para hacer que el tiempo de espera se le hiciera más llevadero. Invariablemente sus pensamientos acababan dirigiéndose siempre al mismo punto...
Cerró los ojos. Sin querer, se vió recordando el día antes de su partida. Recordó cómo la había besado, cómo había acariciado su cuerpo...
Abrió los ojos, sobresaltada. Se llevó una mano a la entrepierna, por debajo de la falda, y palpó la ropa interior.
“Está demasiado húmeda. Debería cambiarme antes de que llegue. O mejor...”
Se levantó de un salto, y fue al cajón de la ropa interior. Pasó revista a la lencería casi sin verla, y al final cogió el tanga negro que tanto le gustaba, y se cambió la muda. Tiró el que había llevado puesto, bastante mojado, a la cesta de la ropa sucia, y se secó los dedos con una toalla. Volvió a mirar el reloj.
“Cinco minutos...”
Recordó la angustia del deseo no satisfecho que la había embargado durante aquellos sesenta días. Recordó cómo había llegado incluso a necesitar satisfacerlo en mitad del trabajo, y cómo había huído hacia los lavabos de la última planta, los que apenas sí se usaban, para darse placer en los escasos dos metros cuadrados de soledad y vergüenza que la rodeaban...
Le había echado de menos, de maneras insospechadas. Pero su cuerpo había sufrido muchísimo más que ella su ausencia...
.......
Se sobresaltó cuando oyó el timbre de la puerta. Sacó la mano de entre sus piernas, y se incorporó en la cama. Alargó el brazo para secarse en la colcha, y corrió hacia la entrada. Con dedos nerviosos abrió las dos cerraduras, quitó la cadena, y abrió la puerta casi con violencia, odiándola por interponerse solo unos segundos más entre ellos...
Miró por la ventana de su cuarto, a la oscuridad que se extendía hasta el infinito. Observó los pequeños puntos de luz de las ventanas de los edificios cercanos, con las sombras en movimiento de sus moradores, y se los imaginó ocupados en diferentes quehaceres. Era viernes, así que los más seguro es que los que permanecían en sus casas estuvieran viendo la televisión, bien en soledad, bien acompañados de familiares o amigos... o amantes.
Ese pensamiento la excitó aún más. Casi sin pensarlo, se colocó la mano abierta delante de la entrepierna, como para intentar ahuyentar el cosquilleo que había aparecido de nuevo en esa zona. Levantó la vista, hacia las estrellas. No había demasiadas esa noche, ni muy brillantes. Solo Júpiter brillaba con toda su intensidad, reflejando la luz de todas ellas. Buscó la luna, una esfera blanca en el negro del universo. Se fijó en que la cuasi-esfera tenía forma de D. “Luna creciente...”
Así paso un buen rato, con la vista perdida en el infinito, mirando hacia la luna, pero sin verla. Se sentía muy cansada, física y anímicamente. Cansada... y anhelante.
Aquella noche por fin iba a verle de nuevo. Tras casi dos meses de ausencia, de oir su voz a través del teléfono o los altavoces del ordenador, de verle solo a través de monitores de baja calidad, que mostraban sus gestos a pantallazos... por fin, en menos de quince minutos, iba a volver a tenerle entre sus brazos.
Se apartó de la ventana como accionada por un resorte. El cosquilleo había vuelto, y esta vez más fuerte. Se dedicó a pasar revista a la casa, presa de unos nervios cada vez mayores. No entendía muy bien por qué lo hacía, pero estar ocupada haría más corta su espera.
Entró en la cocina y abrió el frigorífico, volviendo a ver la botella de vino y los refrescos que también habían estado allí las otras cinco veces que lo había comprobado. La cena seguía en el horno, caliente y apetitosa; tampoco se había ido a ninguna parte. Los platos, cubiertos, copas... todo estaba donde había estado esas mismas mañana y tarde, limpios y dispuestos para ser usados... Le pareció que estaba actuando como una ama de casa psicótica, pero siguió pasando revista. Echó una ojeada en el cuarto de baño, y comprobó que tanto el lavabo como la bañera seguían limpios desde que los hubiera limpiado hacía unas horas...
La vista de la bañera vacía volvió a excitarla. Llevaba el pelo limpio, y había tardado casi dos horas en conseguir que cada rizo de su larga melena castaña quedara exactamente en su sitio. Pero seguramente él vendría cansado y sudoroso, y como poco desearía darse una ducha para sentirse más cómodo.
“Y quizá se sentirá más cómodo aún si se toma la ducha con compañía...”
Cerró la puerta del baño casi con violencia. Había tenido pensamientos de ese tipo casi todos los días durante los dos últimos meses, pero últimamente la frecuencia con la que se descubría húmeda había llegado a cotas casi enfermizas... Se preguntó si le daría tiempo a aplacar su deseo antes de que él llegara... y descartó la idea casi de inmediato.
El salón estaba perfecto, tal y como lo había colocado. Ni el sofá ni los dos sillones se habían movido de donde los había puesto, y el televisor seguía mirando impasible hacia donde puede que en unas pocas horas estuvieran ellos dos sentados, besándose...
Los cuartos no necesitaban vigilancia alguna, pero aún así les echó un vistazo, como había hecho con el resto de la casa. La última habitación en la que entró, casi con miedo, fue la suya.
Vacilando, dio unos pasos lentos hasta colocarse en medio del espejo que cubría el armario empotrado, y repasó su aspecto. Las mechas color ciruela le brillaban como antorchas encendidas entre los rizos castaños. “Espero que se de cuenta de que fui a la peluquería...” pensó nerviosa mientras se acariciaba el pelo, apartándolo suavemente de su rostro. Apenas sí se había maquillado, tan solo una línea negra alrededor de los ojos, un toque de brillo en las mejillas, y un cacao color melocotón en los labios. “Tampoco quisiera poner perdidos de maquillaje los cojines...”.
Mientras luchaba contra el cosquilleo cada vez mayor de su entrepierna, revisó su indumentaria. El blusón negro no le marcaba la cintura, pero a él le encantaba aquel escote en pico, que dejaba ver una buena parte de sus senos. Se pasó las manos por ellos, medio dibujando la forma de gota de agua que tenían, medio acariciándolos, mientras un nuevo escalofrío de deseo le recorría el cuerpo. Se recogió un momento el blusón para ver reflejado su abdomen en el espejo, y después, más por costumbre que por otra cosa, intentó estirarse la minifalda negra.
“Es demasiado corta. Casi se me ve la blonda...” Intentó subirse un poco más las medias, pero o sus piernas eran demasiado cortas, o la blonda de la liga demasiado ancha. “No sé por qué me preocupo. Asome o no bajo la falda, al final de la noche se me va a haber visto por narices...”
Se colocó los zapatos negros de tacón que se había comprado el día anterior. El tacón no era muy alto, ni el calzado muy incómodo, pero a ella le encantaba andar descalzo - o en este caso, con medias - por la casa, y había esperado hasta el último momento para calzarse. Se observó una vez más en el espejo, esta vez mirando el conjunto más que los detalles. Si, no podía ser de otra manera, le tenía que gustar con aquel aspecto...
“¿Pero y si no...?”
Se sentó en una esquina de la cama, ahuyentando tales pensamientos. Miró el reloj. Sólo habían pasado cinco minutos. “Eso si llega puntual... que conforme va el tráfico bien que lo dudo...” Se sintió angustiada. No se le ocurría nada para hacer que el tiempo de espera se le hiciera más llevadero. Invariablemente sus pensamientos acababan dirigiéndose siempre al mismo punto...
Cerró los ojos. Sin querer, se vió recordando el día antes de su partida. Recordó cómo la había besado, cómo había acariciado su cuerpo...
Abrió los ojos, sobresaltada. Se llevó una mano a la entrepierna, por debajo de la falda, y palpó la ropa interior.
“Está demasiado húmeda. Debería cambiarme antes de que llegue. O mejor...”
Se levantó de un salto, y fue al cajón de la ropa interior. Pasó revista a la lencería casi sin verla, y al final cogió el tanga negro que tanto le gustaba, y se cambió la muda. Tiró el que había llevado puesto, bastante mojado, a la cesta de la ropa sucia, y se secó los dedos con una toalla. Volvió a mirar el reloj.
“Cinco minutos...”
Recordó la angustia del deseo no satisfecho que la había embargado durante aquellos sesenta días. Recordó cómo había llegado incluso a necesitar satisfacerlo en mitad del trabajo, y cómo había huído hacia los lavabos de la última planta, los que apenas sí se usaban, para darse placer en los escasos dos metros cuadrados de soledad y vergüenza que la rodeaban...
Le había echado de menos, de maneras insospechadas. Pero su cuerpo había sufrido muchísimo más que ella su ausencia...
.......
Se sobresaltó cuando oyó el timbre de la puerta. Sacó la mano de entre sus piernas, y se incorporó en la cama. Alargó el brazo para secarse en la colcha, y corrió hacia la entrada. Con dedos nerviosos abrió las dos cerraduras, quitó la cadena, y abrió la puerta casi con violencia, odiándola por interponerse solo unos segundos más entre ellos...
ay... que recuerdos de tantas angustias, de tantas esperas.
ResponderEliminarHe tenido que vivir esa situación taaantas veces, y aun me quedan muchas por vivir...
Suerte que teneis los que no teneis que padecer del mal de la distancia, es muy duro .