A ver por dónde empiezo.
Ayer fue un día bastante raro, la verdad. Ese tipo de días, parafraseando uno de los comentarios de ayer, en el que no terminas de saber si estás soñando, te han contratado como extra en una película de Ben Stiller sin que te enteres, o es que el mundo es así de raro de serie.
Para empezar, diré que beberse media botella de lambrusco un martes por la noche, por mucho que sea como acompañamiento a la cena, no deja de ser algo temerario para alguien que pisa un tapón de gaseosa y se emborracha. Pero vayamos por partes.
Estaba yo cenando en un restaurante de comida vegetariana, poniendo a parir a la humanidad en general con esa gracia que me caracteriza siempre que estoy escupiendo bilis, cuando me llama uno de mis compañeros de piso. Que se ha ido la luz en todo el edificio, me dice, y que vuelve a ratos pero se va tan pronto vuelve. Que cuando llegue no coja el ascensor.
Yo vivo en un séptimo, y teniendo en cuenta que en mis mejores tiempos subía andando hasta el decimotercero, que es la altura a la que está el piso de mis padres, siete plantas tampoco parecen mucho. Pero llevaba encima cuatro horas de sueño, nueve horas en el trabajo, y prácticamente toda la tarde andando y de compras, por lo que no solo estaba MUY cansada, sino que llevaba una cantidad de bolsas lo bastante considerable como para plantearme el subir un solo peldaño, por no decir siete pisos.
Mi primera reacción fue realmente natural, y dentro de lo que cabe era de esperar que pensase eso. Gracias por avisarme tío, no estoy en condiciones de subir siete plantas andando, me voy a dormir al piso de mi novio.
Sólo me di cuenta de la gilimemez que había dicho cuando colgué, y vi la cara de póker de mi amiga - que es lo suficientemente buena como para quedar conmigo con una frecuencia nunca antes vista, y aguantar mis cambios de humor con una radiante sonrisa - desde el otro lado de la mesa. Bueno, añadí, sólo me quedaré si mi "ex" novio no va a pasar la noche en el piso. Pero cuando, camino del metro tras la cena - menudos platancos de comida... ¡menos mal que todo era verdura! - le llamé para averiguar si el piso estaba libre, en vez de tonos, lo que oí por el móvil mientras le llamaba fue un clarísimo "no es buena idea", y para cuando él cogió el móvil yo ya tenía ganas de colgar.
Pero he aquí que mientras me disculpaba por lo inoportuno de mi llamada, mi amiga se queda pasmada mirando a la carretera, y señala el cruce, donde una especie de nido de pájaros con ropa debajo estaba parado justo entre dos carriles. En un primer momento no veo nada raro, un indigente con pocas ganas de vivir cruzando la carretera. Suicidas en potencia en Madrid centro los hay a patadas (y vosotros también lo seríais si tuvierais que vivir el infierno de los semáforos de la Gran Vía), pero de pronto veo algo en el suelo, junto a él, apoyado contra una especie de poste. Por si no lo había visto todo, mi amiga, que sí lo había visto, comenta:
"!Ese señor acaba de dejar un Papá Noel decapitado junto al poste!"
con un volumen suficiente como para que se oyera hasta por el móvil. Como el vino y el tono de mi amiga acompañaban, empecé a partirme de risa. Quiero decir, no sé, un Papá Noel decapitado realmente no es una cosa graciosa, sobre todo teniendo en cuenta que yo soy más de Reyes Magos (pudiera ser incluso que a aquel peluche de rojo lo hubiera matado yo), pero vamos a ver. 17 de Junio. Gran Vía. Un indigente cruzando a lo kamikaze. ¿Qué coño hace con un Papá Noel decapitado encima? ¿Y por qué lo deja en mitad de la mediana, junto al poste? ¿Es que no hay contenedores de basura, que tiene que dejarlo justamente ahí? ¿Y por qué lo tenía, en primer lugar, y si es el caso por qué lo decapitó?
Existen varias hipótesis que podrían explicar lo que hizo este señor. Quizá le impedía concentrarse en cruzar como es debido, y se desembarazó de él tras darse cuenta que sería mucho más fácil cruzar el resto de la carretera con las manos libres. O igual era un agente de la CIA, o la KGB, o de alguno de estos sitios con muchas siglas y poco sentido. El peluche era su compañero, y había resultado herido en alguna misión. Quizá el indigente estaba intentando llevarle a un lugar seguro antes de que fuese demasiado tarde - puedo imaginar la escena: El peluche tendido en un charco de sangre, "sálvate tú, Mike, déjame aquí", y el indigente, "Ni hablar Santa, vamos a salir los dos de esta" - y al morir el pobre Papá Noel, había decidido dejar atrás el cuerpo antes de que también fuese demasiado tarde para él. O puede que estuvieran instalando una cámara espía, y dado que estamos hablando de la plaza de Callao, lo más discreto parecía ser un muñeco decapitado de Santa Claus puesto allí por un indigente. Puede que Santa Claus fuera un agente de incógnito que había intentado matar al indigente, que era también un detective de incógnito pero del otro bando (no me preguntéis de cual, por Dios), y en la lucha, sin querer, el muñeco hubiera resultado muerto. Puede que el indigente se estuviera deshaciendo del cadáver de la manera más discreta posible.
O igual, y sólo quizá, el tío estaba como una cuba y no sabía ni dónde estaba, ni lo que hacía con ese muñeco roto en las manos, y simplemente lo soltó en el momento en que se dio cuenta que lo llevaba encima.
Pero yo me sigo preguntando de dónde narices salió el Papá Noel a mediados de Junio.
Segunda parte aquí
Ayer fue un día bastante raro, la verdad. Ese tipo de días, parafraseando uno de los comentarios de ayer, en el que no terminas de saber si estás soñando, te han contratado como extra en una película de Ben Stiller sin que te enteres, o es que el mundo es así de raro de serie.
Para empezar, diré que beberse media botella de lambrusco un martes por la noche, por mucho que sea como acompañamiento a la cena, no deja de ser algo temerario para alguien que pisa un tapón de gaseosa y se emborracha. Pero vayamos por partes.
Estaba yo cenando en un restaurante de comida vegetariana, poniendo a parir a la humanidad en general con esa gracia que me caracteriza siempre que estoy escupiendo bilis, cuando me llama uno de mis compañeros de piso. Que se ha ido la luz en todo el edificio, me dice, y que vuelve a ratos pero se va tan pronto vuelve. Que cuando llegue no coja el ascensor.
Yo vivo en un séptimo, y teniendo en cuenta que en mis mejores tiempos subía andando hasta el decimotercero, que es la altura a la que está el piso de mis padres, siete plantas tampoco parecen mucho. Pero llevaba encima cuatro horas de sueño, nueve horas en el trabajo, y prácticamente toda la tarde andando y de compras, por lo que no solo estaba MUY cansada, sino que llevaba una cantidad de bolsas lo bastante considerable como para plantearme el subir un solo peldaño, por no decir siete pisos.
Mi primera reacción fue realmente natural, y dentro de lo que cabe era de esperar que pensase eso. Gracias por avisarme tío, no estoy en condiciones de subir siete plantas andando, me voy a dormir al piso de mi novio.
Sólo me di cuenta de la gilimemez que había dicho cuando colgué, y vi la cara de póker de mi amiga - que es lo suficientemente buena como para quedar conmigo con una frecuencia nunca antes vista, y aguantar mis cambios de humor con una radiante sonrisa - desde el otro lado de la mesa. Bueno, añadí, sólo me quedaré si mi "ex" novio no va a pasar la noche en el piso. Pero cuando, camino del metro tras la cena - menudos platancos de comida... ¡menos mal que todo era verdura! - le llamé para averiguar si el piso estaba libre, en vez de tonos, lo que oí por el móvil mientras le llamaba fue un clarísimo "no es buena idea", y para cuando él cogió el móvil yo ya tenía ganas de colgar.
Pero he aquí que mientras me disculpaba por lo inoportuno de mi llamada, mi amiga se queda pasmada mirando a la carretera, y señala el cruce, donde una especie de nido de pájaros con ropa debajo estaba parado justo entre dos carriles. En un primer momento no veo nada raro, un indigente con pocas ganas de vivir cruzando la carretera. Suicidas en potencia en Madrid centro los hay a patadas (y vosotros también lo seríais si tuvierais que vivir el infierno de los semáforos de la Gran Vía), pero de pronto veo algo en el suelo, junto a él, apoyado contra una especie de poste. Por si no lo había visto todo, mi amiga, que sí lo había visto, comenta:
"!Ese señor acaba de dejar un Papá Noel decapitado junto al poste!"
con un volumen suficiente como para que se oyera hasta por el móvil. Como el vino y el tono de mi amiga acompañaban, empecé a partirme de risa. Quiero decir, no sé, un Papá Noel decapitado realmente no es una cosa graciosa, sobre todo teniendo en cuenta que yo soy más de Reyes Magos (pudiera ser incluso que a aquel peluche de rojo lo hubiera matado yo), pero vamos a ver. 17 de Junio. Gran Vía. Un indigente cruzando a lo kamikaze. ¿Qué coño hace con un Papá Noel decapitado encima? ¿Y por qué lo deja en mitad de la mediana, junto al poste? ¿Es que no hay contenedores de basura, que tiene que dejarlo justamente ahí? ¿Y por qué lo tenía, en primer lugar, y si es el caso por qué lo decapitó?
Existen varias hipótesis que podrían explicar lo que hizo este señor. Quizá le impedía concentrarse en cruzar como es debido, y se desembarazó de él tras darse cuenta que sería mucho más fácil cruzar el resto de la carretera con las manos libres. O igual era un agente de la CIA, o la KGB, o de alguno de estos sitios con muchas siglas y poco sentido. El peluche era su compañero, y había resultado herido en alguna misión. Quizá el indigente estaba intentando llevarle a un lugar seguro antes de que fuese demasiado tarde - puedo imaginar la escena: El peluche tendido en un charco de sangre, "sálvate tú, Mike, déjame aquí", y el indigente, "Ni hablar Santa, vamos a salir los dos de esta" - y al morir el pobre Papá Noel, había decidido dejar atrás el cuerpo antes de que también fuese demasiado tarde para él. O puede que estuvieran instalando una cámara espía, y dado que estamos hablando de la plaza de Callao, lo más discreto parecía ser un muñeco decapitado de Santa Claus puesto allí por un indigente. Puede que Santa Claus fuera un agente de incógnito que había intentado matar al indigente, que era también un detective de incógnito pero del otro bando (no me preguntéis de cual, por Dios), y en la lucha, sin querer, el muñeco hubiera resultado muerto. Puede que el indigente se estuviera deshaciendo del cadáver de la manera más discreta posible.
O igual, y sólo quizá, el tío estaba como una cuba y no sabía ni dónde estaba, ni lo que hacía con ese muñeco roto en las manos, y simplemente lo soltó en el momento en que se dio cuenta que lo llevaba encima.
Pero yo me sigo preguntando de dónde narices salió el Papá Noel a mediados de Junio.
Segunda parte aquí
y tú te preguntas si me gusta tu blog...
ResponderEliminarX-DDDDDD
Casi me caigo de la silla con el papá noel de la KGB.
Lo cierto es que en verano nuestros amigos mentalmente lateralizados aparecen por todos sitios; en parte por esta razón: mi apañera de hipoteca, que trabaja en salud mental, dice que en verano, las familias de los enfermos no les apetece quedarse con sus familiares y los dejan sueltos por la ciudad... y claro, tienes gente hablando sola (no, no me refiero a los de los manos libres) y rara vistiendo (no, no me refiero a ... a... joder, a mucha gente) y otra variedad de comportamientos en abundancia.
Yo tengo otra teoría: Santa en realidad es un agente encubierto de la SGAE que estaba buscando una posición privilegiada para escuchar los radiocasettes de los coches; apunta canción y matricula y va expediendo multas. El vagabundo, seguramente, era Teddy Flautista disfrazado.
Joder, no tenía ni idea o_O Pero y si luego al acabar el verano no les encuentran, qué sucede? :S Qué miedo :(
ResponderEliminarDios, la teoría de la SGAE es buenísima! XD Tendría que haberla pensado, pero aún estoy con el chip de 'The Gun Seller' puesto, y sólo se me han ocurrido historias de espionaje y contraespionaje :P