Primera parte aquí
Para cuando llegamos a Aluche - se me había ido la hora, y no me quedaba otra que volverme a casa en bus - ya estaba empezando a sentir el efecto rebote de la media botella de vino, y el mundo había dejado de ser momentáneamente agradable para convertirse de nuevo en un infierno. Pero bueno, pensé tras mirar la hora, llegaré a casa a eso de las doce y media, me acostaré, y con lo cansada que estoy, ni efectos ni rebotes ni triples ni quebrados: Iba a caer muerta.
No sé si sabéis que montar en autobús interurbano en Madrid es parecido a jugar a la ruleta rusa: Nunca sabes en qué rotonda el autobús va a volcar y vais a morir todos. Van a unas velocidades tales, que a mi, cuando me entran ganas de ir al parque de atracciones, lo que hago es a tomar un interurbano. ¡Es más barato y mucho más emocionante!
Pero de pronto, en una incorporación, por debajo de mi alelamiento autoimpuesto - me ayuda a no pensar -, noto que el autobús reduce la marcha. Automáticamente sé que algo va mal. Salgo del tranquilo pozo en el que me habían instalado el vino y el sueño, y oigo al conductor jurar en arameo, apagar la radio - ¡pero qué haces, insensato! - y comenzar a cambiar de marchas como un poseso... mientras el autobús se queda parado en el sitio.
Miro el reloj. Miro al autobusero. Miro al conductor de camión que iba entre los pasajeros, que se adelanta e instruye al autobusero sobre lo que le pasa al vehículo.
El autobusero pasa bastante de él, hace un par de llamadas - a la grúa, espero - sale del bus y, a falta de algo mejor que hacer, comienza a dar vueltas en torno a él. Yo, como tampoco tengo nada mejor que hacer, me lo quedo mirando - había suplido la falta de música poniéndome los cascos, ya no cundía el pánico -. Es bastante joven, seguramente tenga mi edad, pienso. Delgado y alto, pienso. No demasiado desagradable de cara, pienso. Mejor bajas la cabeza y te pones a leer algo, pienso por último, cuando el autobusero se saca los faldones de la camisa de bajo la cinturilla del pantalón, y atisbo unos abdominales lisos como una tabla.
Muy a mi pesar, se me dispara el sistema estadístico del cerebro - y otros sistemas que no mencionaré aquí -. Bueno, pienso tras meditar algo así como medio segundo las posibilidades de quedar como una gilipollas, tengo una razón totalmente legítima para acercarme a hablar con él, ya según cómo reaccione veo si me vuelvo a sentar con la cabeza gacha o no.
Salgo del bus, y veo al autobusero muy ocupado pasando del conductor de camión, que se le ha pegado cual lapa. Con mi mejor voz de "he sido telefonista en el Telepizza durante más de un año, y sé qué voz hay que poner y cuándo", le pregunto cuánto más vamos a estar ahí varados, y dice que ya viene el siguiente bus, que en seguida seguimos el camino. Le pregunto qué sucede con el averiado, y dice que a él le toca quedarse ahí a esperar que venga la grúa a llevárselo.
Junto las cejas, dándole a entender que estoy muy apenada porque se tenga que quedar solo en un vehículo vacío varado en la carretera en mitad de la noche. Aunque creo que la segunda parte del mensaje, que había intentado ser una especie de "si quieres me quedo a hacerte compañía", no le llegó del todo, en parte porque no se me da bien mandar mensajes tan largos con un fruncimiento de cejas, en parte porque no tenía ni idea de por qué estaba haciendo aquello ni si quería hacerlo, y en su mayoría debido a que el conductor de camión se puso a hablar conmigo de improviso.
El autobusero, en ese punto, hace un quiebro y se pira, cosa que yo interpreto como que no ha colado. Intercambio unas frases de cortesía con el camionero, al que no entiendo una sola palabra, y tras cinco minutos llega el otro bus y seguimos el camino.
Tuve mucho cuidado de sentarme en uno de esos sitios que tienen a gente sentada al lado - muy comunes en lugares con asientos contiguos, gracias a Dios -, porque me olía que se me había disparado el fusil por la culata (llamadme ególatra, pero me pareció que con el camionero "sí que había colado", por mucho que ni le hubiese mirado a la cara al hablarle), pero la inmisericorde chica junto a la que me senté se bajó en la siguiente parada. La maldije por lo bajo poco menos de dos segundos, que fue exactamente el tiempo que tardó el camionero en empotrarse contra el asiento vacío a mi lado.
Maldiciendo en todos los idiomas en los que conozco maldiciones - que son más de los que sé hablar -, mantuve el automático puesto casi todo el camino, respondiendo con ahas y uhums a todo lo que me decía, y de lo cual no entendía ni la mitad, mientras miraba por la ventana: Que si su mujer estaba en Perú, que si su hermano había muerto en un accidente de coche, que si su novia era una materialista, que si yo vivía con mis padres, que si yo tenía novio...
Mi automático, a la hora de hablar con la gente, es bastante bueno. Cuando has trabajado de dependienta en el Corte Inglés durante un año, aprendes a saber lo que una persona quiere que le respondas sólo por el tono de su voz, sin necesidad de escuchar las estupideces que dice. Pero tiene un inconveniente. Y es que si le preguntan algo, responde la verdad.
Volví a mi ser consciente a tiempo para oírme decir "no, me dejó el jueves pasado", y aunque me incliné hacia adelante e intenté que las palabras volviesen a mi boca antes de que fuera tarde, creo que el camionero llegó a oirlas.
Cuando soltó el consabido "¿Y qué chico tan tonto deja a una niña tan guapa como tú?", me entraron ganas de estamparle la carpeta en la cara - cosa que no hice, no se me fueran a estropear los apuntes de japonés - por adultero y por gilipollas, pero sobre todo por obvio y por tópico.
Los siguientes minutos los dedicó a pedirme mi número de teléfono para quedar conmigo a tomar un café - "sólo como amigos", añadió, tras una mirada asesina por mi parte. Si os digo hasta dónde estoy ya de los "sólo amigos"... -. Como insistía mucho, le acabé dando un número al azar de entre los que me sabía. Creo que el del primer novio de mi hermana mayor, no sé. Me hizo una perdida, que yo interpreté magistralmente tocando el bolso y diciendo "ya vibra, ya me ha llegado, cuando llegue a casa apunto el número en la agenda". Y el resto del viaje lo dediqué a intentar salir de mi asiento sin tocarle - y juro que si me llega a rozar lo más mínimo le parto la cara de un codazo -, y a esquivar sus preguntas sobre dónde vivía - con un margen de error de + - 1 milímetro - como mejor pude.
En la última parada, cuando apreté el botón aliviada, pensando que había salido indemne de aquello, de pronto va y me suelta "¿Puedo darte un beso para despedirnos?".
Ahí necesité un par de segundos antes de recomponerme.
Me hubiese gustado responder: "¿Pero tú eres gilipollas o qué te pasa? Me dices que tienes a tu mujer en otro continente y que tienes novia"s" en España, y acto seguido me sueltas que quieres quedar conmigo. No solo eres un adúltero de mierda, sino encima un subnormal. Si al menos vocalizases como una persona normal igual hasta me lo pensaba, pero tío, no saber si están halagando mi peinado o comentando la crónica deportiva no es algo que me atraiga demasiado. Te he dado un nombre falso, datos falsos sobre mi vida, un número falso. Créeme que no se me da nada bien mentir, y aún así no te has enterado de nada. Bájate de tu ego, gilipollas, y cuando te repongas de la caída, analiza un poco la conversación, y piensa un poco que sólo porque a ti te apetezca metérsela a una tía, eso no implica que la tía quiera que se la metas. Y con tu cara, yo diría que es más bien lo contrario".
Pero en vez de eso, solamente le dije "No" con una mirada tan glacial como mi oficina en verano.
Tuvo suerte, he de decir. Y tendrá más suerte aún si no nos volvemos a cruzar.
Es este tipo de cosas las que me juré recordar hace unos cinco años, cuando dejé de intentar ligar con tíos porque siempre acababa ligando con el plasta horrendo que estaba al lado de mi objetivo.
La próxima vez que quiera tema con un tío me imprimo el texto de esta entrada, y se la leo. Así, al dictado. Para qué nos vamos a andar con sutilezas, joder, ¿para que el de al lado se piense que va por él? Cuando intentas ser educada es mucho más difícil volverse y decir "a ti no es, gilipollas", algo que sale muy natural cuando estás siendo chabacana.
Para cuando llegamos a Aluche - se me había ido la hora, y no me quedaba otra que volverme a casa en bus - ya estaba empezando a sentir el efecto rebote de la media botella de vino, y el mundo había dejado de ser momentáneamente agradable para convertirse de nuevo en un infierno. Pero bueno, pensé tras mirar la hora, llegaré a casa a eso de las doce y media, me acostaré, y con lo cansada que estoy, ni efectos ni rebotes ni triples ni quebrados: Iba a caer muerta.
No sé si sabéis que montar en autobús interurbano en Madrid es parecido a jugar a la ruleta rusa: Nunca sabes en qué rotonda el autobús va a volcar y vais a morir todos. Van a unas velocidades tales, que a mi, cuando me entran ganas de ir al parque de atracciones, lo que hago es a tomar un interurbano. ¡Es más barato y mucho más emocionante!
Pero de pronto, en una incorporación, por debajo de mi alelamiento autoimpuesto - me ayuda a no pensar -, noto que el autobús reduce la marcha. Automáticamente sé que algo va mal. Salgo del tranquilo pozo en el que me habían instalado el vino y el sueño, y oigo al conductor jurar en arameo, apagar la radio - ¡pero qué haces, insensato! - y comenzar a cambiar de marchas como un poseso... mientras el autobús se queda parado en el sitio.
Miro el reloj. Miro al autobusero. Miro al conductor de camión que iba entre los pasajeros, que se adelanta e instruye al autobusero sobre lo que le pasa al vehículo.
El autobusero pasa bastante de él, hace un par de llamadas - a la grúa, espero - sale del bus y, a falta de algo mejor que hacer, comienza a dar vueltas en torno a él. Yo, como tampoco tengo nada mejor que hacer, me lo quedo mirando - había suplido la falta de música poniéndome los cascos, ya no cundía el pánico -. Es bastante joven, seguramente tenga mi edad, pienso. Delgado y alto, pienso. No demasiado desagradable de cara, pienso. Mejor bajas la cabeza y te pones a leer algo, pienso por último, cuando el autobusero se saca los faldones de la camisa de bajo la cinturilla del pantalón, y atisbo unos abdominales lisos como una tabla.
Muy a mi pesar, se me dispara el sistema estadístico del cerebro - y otros sistemas que no mencionaré aquí -. Bueno, pienso tras meditar algo así como medio segundo las posibilidades de quedar como una gilipollas, tengo una razón totalmente legítima para acercarme a hablar con él, ya según cómo reaccione veo si me vuelvo a sentar con la cabeza gacha o no.
Salgo del bus, y veo al autobusero muy ocupado pasando del conductor de camión, que se le ha pegado cual lapa. Con mi mejor voz de "he sido telefonista en el Telepizza durante más de un año, y sé qué voz hay que poner y cuándo", le pregunto cuánto más vamos a estar ahí varados, y dice que ya viene el siguiente bus, que en seguida seguimos el camino. Le pregunto qué sucede con el averiado, y dice que a él le toca quedarse ahí a esperar que venga la grúa a llevárselo.
Junto las cejas, dándole a entender que estoy muy apenada porque se tenga que quedar solo en un vehículo vacío varado en la carretera en mitad de la noche. Aunque creo que la segunda parte del mensaje, que había intentado ser una especie de "si quieres me quedo a hacerte compañía", no le llegó del todo, en parte porque no se me da bien mandar mensajes tan largos con un fruncimiento de cejas, en parte porque no tenía ni idea de por qué estaba haciendo aquello ni si quería hacerlo, y en su mayoría debido a que el conductor de camión se puso a hablar conmigo de improviso.
El autobusero, en ese punto, hace un quiebro y se pira, cosa que yo interpreto como que no ha colado. Intercambio unas frases de cortesía con el camionero, al que no entiendo una sola palabra, y tras cinco minutos llega el otro bus y seguimos el camino.
Tuve mucho cuidado de sentarme en uno de esos sitios que tienen a gente sentada al lado - muy comunes en lugares con asientos contiguos, gracias a Dios -, porque me olía que se me había disparado el fusil por la culata (llamadme ególatra, pero me pareció que con el camionero "sí que había colado", por mucho que ni le hubiese mirado a la cara al hablarle), pero la inmisericorde chica junto a la que me senté se bajó en la siguiente parada. La maldije por lo bajo poco menos de dos segundos, que fue exactamente el tiempo que tardó el camionero en empotrarse contra el asiento vacío a mi lado.
Maldiciendo en todos los idiomas en los que conozco maldiciones - que son más de los que sé hablar -, mantuve el automático puesto casi todo el camino, respondiendo con ahas y uhums a todo lo que me decía, y de lo cual no entendía ni la mitad, mientras miraba por la ventana: Que si su mujer estaba en Perú, que si su hermano había muerto en un accidente de coche, que si su novia era una materialista, que si yo vivía con mis padres, que si yo tenía novio...
Mi automático, a la hora de hablar con la gente, es bastante bueno. Cuando has trabajado de dependienta en el Corte Inglés durante un año, aprendes a saber lo que una persona quiere que le respondas sólo por el tono de su voz, sin necesidad de escuchar las estupideces que dice. Pero tiene un inconveniente. Y es que si le preguntan algo, responde la verdad.
Volví a mi ser consciente a tiempo para oírme decir "no, me dejó el jueves pasado", y aunque me incliné hacia adelante e intenté que las palabras volviesen a mi boca antes de que fuera tarde, creo que el camionero llegó a oirlas.
Cuando soltó el consabido "¿Y qué chico tan tonto deja a una niña tan guapa como tú?", me entraron ganas de estamparle la carpeta en la cara - cosa que no hice, no se me fueran a estropear los apuntes de japonés - por adultero y por gilipollas, pero sobre todo por obvio y por tópico.
Los siguientes minutos los dedicó a pedirme mi número de teléfono para quedar conmigo a tomar un café - "sólo como amigos", añadió, tras una mirada asesina por mi parte. Si os digo hasta dónde estoy ya de los "sólo amigos"... -. Como insistía mucho, le acabé dando un número al azar de entre los que me sabía. Creo que el del primer novio de mi hermana mayor, no sé. Me hizo una perdida, que yo interpreté magistralmente tocando el bolso y diciendo "ya vibra, ya me ha llegado, cuando llegue a casa apunto el número en la agenda". Y el resto del viaje lo dediqué a intentar salir de mi asiento sin tocarle - y juro que si me llega a rozar lo más mínimo le parto la cara de un codazo -, y a esquivar sus preguntas sobre dónde vivía - con un margen de error de + - 1 milímetro - como mejor pude.
En la última parada, cuando apreté el botón aliviada, pensando que había salido indemne de aquello, de pronto va y me suelta "¿Puedo darte un beso para despedirnos?".
Ahí necesité un par de segundos antes de recomponerme.
Me hubiese gustado responder: "¿Pero tú eres gilipollas o qué te pasa? Me dices que tienes a tu mujer en otro continente y que tienes novia"s" en España, y acto seguido me sueltas que quieres quedar conmigo. No solo eres un adúltero de mierda, sino encima un subnormal. Si al menos vocalizases como una persona normal igual hasta me lo pensaba, pero tío, no saber si están halagando mi peinado o comentando la crónica deportiva no es algo que me atraiga demasiado. Te he dado un nombre falso, datos falsos sobre mi vida, un número falso. Créeme que no se me da nada bien mentir, y aún así no te has enterado de nada. Bájate de tu ego, gilipollas, y cuando te repongas de la caída, analiza un poco la conversación, y piensa un poco que sólo porque a ti te apetezca metérsela a una tía, eso no implica que la tía quiera que se la metas. Y con tu cara, yo diría que es más bien lo contrario".
Pero en vez de eso, solamente le dije "No" con una mirada tan glacial como mi oficina en verano.
Tuvo suerte, he de decir. Y tendrá más suerte aún si no nos volvemos a cruzar.
Es este tipo de cosas las que me juré recordar hace unos cinco años, cuando dejé de intentar ligar con tíos porque siempre acababa ligando con el plasta horrendo que estaba al lado de mi objetivo.
La próxima vez que quiera tema con un tío me imprimo el texto de esta entrada, y se la leo. Así, al dictado. Para qué nos vamos a andar con sutilezas, joder, ¿para que el de al lado se piense que va por él? Cuando intentas ser educada es mucho más difícil volverse y decir "a ti no es, gilipollas", algo que sale muy natural cuando estás siendo chabacana.
Vale, según la mierda de corrector ortográfico de Word, "acuestarse" es una palabra válida. Ya está corregida la errata XD
ResponderEliminar:-P
ResponderEliminara estas alturas, ya deberías saber que el género másculino sabe tanto de lenguaje no verbal como un pinguino de mecánica cuántica...
por cierto, lo del lambrusco mola. Eso de atizarse porque sí es una de las mejores libertades del ser humano. ¿Restaurante vegetariano con lambrusco? me has recordado uno cercano a principe pío que tienen el cartelito del lambrusco en la mesa, así en plan "product placement" brutal
ResponderEliminarYa chico, si es que no aprendo... más de cuatro años sin acercarme a un tío con intenciones aviesas me ha hecho perder mucha práctica ._.U
ResponderEliminarLa idea de la borrachera no fue mía ^^U Anoche a mi amiga le apetecía vino, y el lambrusco es el único que no me da arcadas :P Al que fui yo está al lado de la Plaza del Carmen (creo que se llama así, es la plaza a donde dan los cines de la calle montera), y por lo pronto yo me apunto volver a cenar allí en tareas pendientes :D
Uhm... y cómo dices que se llama el restaurante de cerca de Principe Pío??
ni idea, soy un desastre parea los nombres. está en la acera de enfrente del sitio este tan famoso de los pollos.
ResponderEliminarPor cierto, tu idea de imprimirte el texto de esa entrada y leersela puede acabar con la crisis. Al menos, en el sector de los cardiólogos :-P
ResponderEliminarLo ves? Todo son ventajas! Yo me quito el estrés del cuerpo, y las consultas médicas siguen en la brecha!
ResponderEliminarCuando me encuentre un poco mejor (tampoco va la cosa de ponerme a llorar delante del tío al que quiera entrar, eso estropearía un poco el momento) ya verás como le echo huevos un día y lo hago... y luego lo relato aquí! XD