Tras dos semanas de - no sé si merecidas - vacaciones, estoy de vuelta al trabajo. Y estoy de vuelta en muchos sentidos, porque llevo una semana sin internet en casa - ah, las mudanzas... - y el único momento en que me puedo conectar es en el curro.
¿Y qué he hecho durante estos benditos quince días de poder levantarme a la hora que me diera la gana? Pues poca cosa, la verdad. Mudarme, principalmente.
Uno puede pensar que mudarse no es algo que le lleve a una quince días de dedicación completa, y puede que esté en lo cierto si está pensando en una persona sana, en sus cabales, y dispuesta a gastarse trescientos euros para que unos señores a los que no conoce de nada le lleven las cosas de un sitio a otro mientras ella se toma una clara en el bar de la esquina. Pero como a mi no me daba la gana que un montón de desconocidos cargasen con mis "cosas preciadas y rompibles", e igual se pusieran a jugar al baloncesto con ellas cuando yo no mirase, decidí que iba a ser yo quien llevase las cosas, usando a mi entrañable amigo el transporte público como motor, desde Mataporculo del Páramo hasta mi nueva casita.
Por eso, y porque estoy sin un duro y no puedo pagarlo.
Es una tarea encomiable, la de trasladar toneladas y más toneladas de libros y figuritas desde Fuenlabrada a Madrid centro, sólo con la ayuda de tus extremidades. Han sido quince días de gimnasio y sauna gratuitos. Cuando mi madre me decía que tener tantos libros y figuras en el cuarto algún día me iba a pasar factura, nunca imaginé que esa afirmación podría referirse a mi espalda y mis brazos cuando me tocara moverlo todo de una casa a otra. Y estoy segura de que ella tampoco se lo imaginaba.
Creo que los guardas de la parada de Renfe ya me tutean, y estoy casi segura de que los surcos de ruedas que hay en la parada de metro de Embajadores encajan a la perfección con los de mi maleta. Pero qué se le va a hacer, los hay que nacen ricos y vagos, y los hay que sólo nacemos vagos, y por mucho que nos joda nos toca pringar cuando hay trabajo.
Mención de honor a Iván, que me ayudó a llevar cosas, cargando con bastante más peso del que yo puedo soportar sin desplomarme, tres días. Y también a Trini y a Juan, que se pasaron toda la tarde de un bonito viernes - el último que tenían libre! :O - en una furgoneta de alquiler, trasladando mis muebles por medio Madrid - es que mis muebles no son como esos muebles pueblerinos que viven toda la vida en la misma habitación, no. Los míos son cultos, han viajado por todo Madrid. Y lo que te rondaré -.
Ahora yo, las agujetas en mis brazos, y mi nuevo y flamante vestido pijo - eso sí, negro riguroso. Hay que mantener las sanas costumbres - nos vamos a comer, que creo que después de estas dos semanitas me he ganado poder disfrutar de una comida como Dios manda.
De propina un gato con el que me siento identificada al 500%... XDDD
¿Y qué he hecho durante estos benditos quince días de poder levantarme a la hora que me diera la gana? Pues poca cosa, la verdad. Mudarme, principalmente.
Uno puede pensar que mudarse no es algo que le lleve a una quince días de dedicación completa, y puede que esté en lo cierto si está pensando en una persona sana, en sus cabales, y dispuesta a gastarse trescientos euros para que unos señores a los que no conoce de nada le lleven las cosas de un sitio a otro mientras ella se toma una clara en el bar de la esquina. Pero como a mi no me daba la gana que un montón de desconocidos cargasen con mis "cosas preciadas y rompibles", e igual se pusieran a jugar al baloncesto con ellas cuando yo no mirase, decidí que iba a ser yo quien llevase las cosas, usando a mi entrañable amigo el transporte público como motor, desde Mataporculo del Páramo hasta mi nueva casita.
Por eso, y porque estoy sin un duro y no puedo pagarlo.
Es una tarea encomiable, la de trasladar toneladas y más toneladas de libros y figuritas desde Fuenlabrada a Madrid centro, sólo con la ayuda de tus extremidades. Han sido quince días de gimnasio y sauna gratuitos. Cuando mi madre me decía que tener tantos libros y figuras en el cuarto algún día me iba a pasar factura, nunca imaginé que esa afirmación podría referirse a mi espalda y mis brazos cuando me tocara moverlo todo de una casa a otra. Y estoy segura de que ella tampoco se lo imaginaba.
Creo que los guardas de la parada de Renfe ya me tutean, y estoy casi segura de que los surcos de ruedas que hay en la parada de metro de Embajadores encajan a la perfección con los de mi maleta. Pero qué se le va a hacer, los hay que nacen ricos y vagos, y los hay que sólo nacemos vagos, y por mucho que nos joda nos toca pringar cuando hay trabajo.
Mención de honor a Iván, que me ayudó a llevar cosas, cargando con bastante más peso del que yo puedo soportar sin desplomarme, tres días. Y también a Trini y a Juan, que se pasaron toda la tarde de un bonito viernes - el último que tenían libre! :O - en una furgoneta de alquiler, trasladando mis muebles por medio Madrid - es que mis muebles no son como esos muebles pueblerinos que viven toda la vida en la misma habitación, no. Los míos son cultos, han viajado por todo Madrid. Y lo que te rondaré -.
Ahora yo, las agujetas en mis brazos, y mi nuevo y flamante vestido pijo - eso sí, negro riguroso. Hay que mantener las sanas costumbres - nos vamos a comer, que creo que después de estas dos semanitas me he ganado poder disfrutar de una comida como Dios manda.
De propina un gato con el que me siento identificada al 500%... XDDD
xDD De nada xiquilla, solo espero que la próxima vez que te mudes sea un poquito más cerquita!! (por el MEV bendito, que no se eche un novio en Guadalajara ^^UUU) ^__~
ResponderEliminar^^U No creo que haya más novios, y desde luego, si cometo de nuevo un error de ese tipo, se va a mudar a su barrio su puta madre. Que por una vez sean ellos los que quieran estar cerca de mi. (pero como ya te digo, ese caso no se va a dar, así que sin problemas :P)
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