Mañana, cuando el despertador suene a las seis y media de la mañana, seguramente lo primero que haga tras apagarlo será estirarme, bostezar, y sonreír. Cuando me prepare a toda prisa para no llegar tarde, lo más seguro es que al mirarme en el espejo para maquillarme le sonría a mi reflejo. Mientras aguante a pie parado los sesenta minutos en metro que tengo que hacer diariamente para llegar a mi trabajo, dejaré de leer de vez en cuando para sonreír con la vista perdida en el vacío. Y pasaré las nueve horas que tiene mi jornada laboral sonriendo al monitor de mi ordenador, suspirando entre línea y línea de código. Las sonrisas brotan de mi corazón como un líquido en ebullición, y rebosan por mis labios. No me importa que no sean para siempre, porque lo importante es que hoy sonrío. Y sonrío cada vez con más ganas, porque no hay nada que me haga más feliz que sentir lo que siento. Me da igual que el amor no sea para siempre. Me da igual que al final siempre termine doliendo. Porque no ha...